La posición que el gobierno chino se esfuerza en mantener en un tema que tiene al mundo en vilo -el del aberrante destrozo del territorio ucraniano unido a masivos y horrorosos crímenes de guerra – no puede ser calificada de neutral y podría acarrearle costos de significación al gigante de Asia. Su diplomacia tradicional de no intervención y el ciego apego a la autodeterminación ha pasado a ser una poco menos que una excusa para ponerse del lado de Vladimir Putin.
Las sanciones de Occidente apuntan a lesionar la economía rusa a través del aislamiento de ese país de las corrientes de comercio y de la interacción financiera con el resto del planeta. De igual forma, se busca aislar una buena parte de las reservas internacionales que el país ha estado acumulando y dificultar los pagos de todo género, los de las transacciones comerciales al igual que el servicio de su deuda y su capacidad de endeudamiento.
China está obstruyendo olímpicamente estas sanciones a través de la expansión y consolidación de la relación comercial entre ambos países. Todo indica, por ejemplo, que ambos países se encaminan a usar el sistema internacional de pagos chino (CIPS), dando cobijo de esta forma a las instituciones financieras rusas que han quedado por fuera del SWIFT. Con lo anterior, Pekín limita el cerco que se ha estado armando en torno a Rusia como un importante elemento de disuasión frente a su avanzada militar en el territorio ucraniano.
Lo que Pekín aspira a conseguir a través de este acercamiento peligroso para el mundo es seguridad energética y apoyo militar, pues en estas dos áreas China tiene importantes falencias susceptibles de ser compensadas por Moscú. Ninguna otra cosa está de por medio. Hoy por hoy China importa de Rusia 15,5% de sus necesidades energéticas, pero de acuerdo con un plan teórico que aún no se hace público, el gobierno de Xi y el de Putin quisieran llevar esta proporción hasta 55%. Que esto sea posible en la práctica es harina de otro costal porque China debería importar casi toda la energía que Rusia no podría colocar como consecuencia de las sanciones, lo que los expertos consideran estructural y logísticamente inalcanzable.
Nadie puede negar a esta hora que la guerra de Ucrania es una amenaza para la paz mundial. Ante el mayor reto que deberían asumir todos los países afectados por las devastadoras consecuencias económicas y sociales de la guerra, China puede continuar en la vía del apoyo a Moscú. Este sostén puede redundar en una dependencia de Rusia de la economía china, lo cual juega a favor del gigante de Asia al hacerse de un importante aliado, pero con ello estaría afectando a quienes han sido tradicionalmente los mejores aliados comerciales: los países de la Unión Europea, cada vez más amenazados y crecientemente compelidos a una estrecha alianza con Estados Unidos. Algo menos de 20% de las exportaciones chinas se coloca en los países de la Unión, lo que no es un volumen deleznable. Lo mismo puede ocurrir con socios geográficamente más lejanos pero no menos afectados por el coletazo de la guerra. Hablamos de Japón, Australia, Corea del Sur y Taiwán.
En lo militar, la OTAN no ha podido ser más clara al calificar la neutralidad china como una “estrategia opaca”. La prolongación de la guerra y de sus desastrosas consecuencias para el mundo libre será la inevitable consecuencia de la posición asumida por China en su relación con el agresor. China igualmente recogerá su parte de la cosecha.
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