Eloy Fernández Porta lleva años analizando el impacto de la emoción sobre la ley de la oferta y la demanda.
Las redes sociales amplían mercado en la generación de contenidos cercanos y empáticos. El dueño de Netflix desea conquistar y monopolizar la atención de la audiencia, luchando contra el sueño, su único enemigo o rival reconocido.
La multinacional Pixar se encuadra en la misma línea de investigación y exploración, a través de una serie de títulos ganadores del Oscar. Intensamente, Coco y Toy Story apelaron a una gama de sentimientos y argumentos universales, para conectar con el niño interior del público del milenio.
Del mismo modo, la película Unidos recupera el significado de la magia en un mundo de elfos y criaturas fantásticas, cuyas imágenes perfilan una caricatura agridulce de la Norteamérica clásica de los suburbios, como si Los Simpson hubiesen realizado una parodia de la realidad bucólica y kitsch de los años cincuenta.
El filme empeña sus mejores baterías en la revisión satírica y cómica de los no lugares y los espacios urbanos de la sociedad occidental.
La secuencia maléfica de la cinta logra desmontar el tinglado circense de los restaurantes temáticos que construyen una versión infantil y desnaturalizada de culturas auténticas de antaño.
Así Disney expone su capacidad de autocrítica, al cuestionar la burbuja de simulacros que ha desplegado como un red de homogeneidad, neutralización e integración de la diversidad.
No en balde, el proyecto de expansión de la compañía ha garantizado en Onward la participación del primer personaje declaradamente LGBTI de la empresa, lo cual enfurece a la ortodoxia y a los guardianes de la jerarquía convencional, en cuanto halaga a las audiencias que reclaman mayor inclusión de minorías.
Acotemos y acordemos que el estereotipo transgenérico que diseña el filme carece de la contundencia del cine independiente, reduciéndose al plano de un cliché condescendiente. Apenas una postal, sin fuerza, como aquel beso lésbico forzado de El ascenso de Skywalker. Una cuestión inofensiva que todavía no se atreve a salir del clóset del saludo a la bandera.
Obvio que la corrección política rinde frutos en taquilla, al costo de aumentar e instrumentar la polarización de Twitter.
Por supuesto, Unidos propone la superación de nuestras diferencias de edad, raza, origen e historia, planteando una narrativa utópica que enlaza a dos hermanos distanciados, a la vida con la muerte y al pasado con el presente, como una ficción que desea contrarrestar la influencia de quienes nos divorcian y separan, desde el poder.
Los antagonistas del relato son la industrialización, el escepticismo familiar, las barreras del tiempo, la finitud de la existencia, unos motoristas trasnochados y un comando de policías inútiles.
Pero el principal obstáculo es la inacción y la apatía de los jóvenes, que han perdido la ilusión por la aventura, fuera de su zona de confort de pantallas y espejismos digitales.
El promotor de la Odisea se encarna en un adolescente tatuado y algo extraviado, que gusta coleccionar naipes de juegos de rol.
Después de todo, Unidos busca reconciliarnos con la nostalgia de las pequeñas épicas del entretenimiento sano de los ochenta, en una vuelta al universo de Cuenta conmigo, Indiana Jones, Back To The Future y Los Goonies.
Es decir, un regreso menos oscuro al formato de Stranger Things.
La pieza funciona en su estrategia de ser una “feel good movie”, cargada de inteligencia y sensibilidad. Los protagonistas estrechan lazos en el viaje, dando por concluida su etapa de orfandad.
El procesamiento del luto brinda un mensaje oportuno, que inspira a ilusionarse en grupo.
Al final se trata de creer y tener esperanza, de resucitar la inocencia opacada por el desarrollo tecnológico. Desunidos por la ficción de los aparatos. Unidos por nuestras esencias arquetipales, narrativas y mitológicas.