Hace poco, y como se viene haciendo desde el año 2009, se celebró el Día de la Madre Tierra, conforme a ese ya viejo hábito en el que los terrícolas nos damos a la tarea de recordar algún aspecto importante de la vida. Nos refrescamos la memoria, así pues, y en este caso pareciera que por un momento tomamos conciencia del planeta y de los ecosistemas que nos dan la vida, así como de la necesidad de alcanzar un justo equilibrio entre las necesidades económicas, las sociales y las ambientales, de las generaciones presentes y futuras.
Un mundo “desnorteado”
Nos ponemos a leer algunos informes y caemos en la cuenta, así pues, de que nuestro planeta es casi una metáfora del caos, que la Madre Tierra es un desorden, casi por donde quiera que se le mire. En efecto, se nos ha ido volviendo en un lugar cada vez más violento, más pobre y sobre todo más desigual e injusto. Y desde el racismo, la xenofobia, el fanatismo religioso, el extremismo político, además de otros ingredientes, se arman ciertos códigos de los que no hemos logrado zafarnos, para entender y llevar a cabo nuestra vida. La guerra en Ucrania ha puesto las claves sobre el tablero, exhibiendo la fragilidad institucional, económica, política, social, cultural y medioambiental que dibuja al planeta de arriba a abajo
En otro plano, diversos estudios realizados en muchos países dan cuenta, con sus particularidades, del predominio de emociones como la tristeza, el miedo, la irritabilidad, la ansiedad, la depresión y el estrés, parte de una larga cabuya de malestares y desacomodos personales que permean la condición mental de unos cuantos, no pocos, millones de terrícolas
Cabe sumar a lo anterior, las profundas y aceleradas transformaciones tecnológicas que se han venido generando, sin terminar de asomar ese mundo mejor que algunos ¿predicadores? anuncian con sus parlantes a todo volumen. Los descubrimientos tecnocientíficos se conciben, desarrollan y utilizan sin que medien semáforos ni brújulas, que establezcan sus fundamentos éticos. Hay una suerte de “anomia tecnológica”, por decirlo de alguna manera. En este sentido, la economista Sussana Suhoff ha escrito que “ …vivimos en una distopía accidental, pues hemos llegado a un punto al que nadie nunca hubiese escogido llegar y al que nadie quería llegar. Y aún así, aquí estamos.”
Son estos tiempos líquidos, sin certezas, como escribió Baumann, el filósofo polaco. Hasta la realidad se ha vuelto poco fiable, como dijo alguien. Menuda tarea, pues, la que tenemos por delante. Se trata de crear un nuevo tejido social, nada menos.
¿La poesía cuántica?
Hace nada, Rafael Cadenas recibió el Premio Cervantes de Literatura, el más importante de Hispanoamérica. “Cuando recibí la noticia pensé que podía ser un invento de don Quijote”, declaró. En el acto de entrega, pronunció un breve discurso que sería bueno que nos lo aprendiéramos de memoria, guardando hasta lo que insinúa entre líneas, pues también en ellas el lector se topa con su talento y sensibilidad. Aprovechando que sus escritos pueden leerse desde varias ópticas, me limito a entresacar algunas cuestiones que ha abordado en distintas oportunidades e igualmente, recordado de alguna forma en sus palabras ante los reyes de España.
En primer lugar me remito a su alerta sobre el totalitarismo, a su preocupación por el avance en todas partes, “a veces con disfraz democrático, a veces de manera franca”. En este sentido, en medio de una reflexión que viene muy a propósito de la sociedad venezolana, sostiene que “el lenguaje no es solo un medio de comunicación sino un instrumento poderoso que influye decisivamente en la sociedad, así como ésta en él. Puede favorecer su avance o atrasarla, impulsarla hacia la democracia o hacia un totalitarismo. De ahí que sea tan principal en el ámbito político”. En una onda claramente orweliana añade que ”… el actual caos político guarda relación con la decadencia del lenguaje; podríamos conseguir alguna mejora si empezáramos por lo verbal.”
Hago referencia, en segundo lugar, a la idea de que “… nacionalismos, ideologías y credos dividen a los seres humanos. Sobre todo divide el nacionalismo que, como dijo Einstein es el “sarampión de la humanidad”. Cada país se aferra a su historia, hay una especie de narcisismo que tiene que ver con cada país”. En suma, hemos construido sociedades muy individualistas, muy atomizadas.
Añade que en este tiempo “el mundo debería ser cosmopolita”. En un planeta atravesado por crisis globales, se diluyen las diferencias entre dentro y fuera, nacional e internacional, nosotros y los otros. Se precisas una «mirada cosmopolita» de acuerdo a la expresión que permea la literatura que viene analizando la que se ha calificado como una “crisis civilizatoria”, Todo nos pasa a todos. Ya nada ocurre “afuera”.
Y, por último, me llamó mucho la atención, que haya comentado, casi en tono de confesión, su descuido por “… las materias científicas, lo cual lamento, pues la física cuántica, por ejemplo, ha restaurado el insondable misterio del cosmos; es una revolución”. Asombra esa frase, dado que diversos autores han puesto su atención en el surgimiento de nuevas formas de pensar y modelar el conocimiento y, dentro de ese contexto, las ciencias sociales y humanas están sufriendo una transformación radical, por efecto de una reciente interacción con la teoría cuántica. Están surgiendo las ciencias sociales cuánticas. Quién sabe, piensa uno, si hasta la poesía cuántica.
En síntesis, vaya personaje el tal Rafael Cadenas.
A manera de posdata
Guardando silencio el gobierno de Nicolás Maduro habló más claro que nunca, mostrando que su épica discursiva no le alcanza para esconder su talante autoritario. Su mutismo con relación al Premio Cervantes de Literatura no desaparece a Rafael Cadenas como referencia para todos nosotros. Al contrario.