OPINIÓN

La luz de Reverón y la sombra de Van Gogh

por Jeanette Ortega Carvajal Jeanette Ortega Carvajal

 

Ilustración: Jeanette Ortega Carvajal. Twitter: @jortegac15 / Instagram: Joc.2703

El intenso calor atormenta la sombría y extraviada cordura de Vincent van Gogh. En venganza, su talento psicótico hace desaparecer al sol con violentas pinceladas de colores naranja y rojo que con furia desliza sobre un ocaso que al óleo pinta.

De pronto, la luz, seductora y luminosa, sin pudor y cual voluptuoso ángel alado, seduce a Van Gogh. Con resplandeciente belleza y utilizando embrujantes artimañas, enceguece y logra que el melancólico pintor se enamore perdidamente de ella.

El venezolano Armando Reverón, al enterarse del placer que la luz le entregaba a Van Gogh, sintió celos. Reverón, con su sombrero de copa negro y su torso al desnudo, sin reparo alguno se interpuso a ese amor naciente y en el Castillete de Macuto, en el estado Vargas, cortejó a la luz y terminó por conquistarla.

Así, entre caballetes solitarios, lienzos impúdicamente blancos y muñecas de trapo, Armando Reverón, el artista que colgaba trozos de madera en su cintura para usarlos como pinceles, obsesionado ante la belleza de la luz, se la arrebató al holandés y al igual que a Juanita, su mujer de piel, la convirtió en su amante eterna.

No es casual que mientras Reverón nacía en Caracas en 1889, en Francia, ese mismo año, entre paletas de óleos, cajas de tizas y creyones, frente a la ventana de un sanatorio mental, un solitario Van Gogh pintaba La noche estrellada un año antes de su muerte.

Vincent y Armando nunca se conocieron, sin embargo, sus talentos convergieron en la locura. Es allí en donde un pensamiento sacude la razón de Van Gogh. Con angustia, cae de rodillas y en una especie de déjà vu, se da cuenta que de 900 pinturas que hizo en 10 años, logró vender sólo un cuadro. Impotente ante lo que cree su fracaso, se sumerge en su paranoia y escucha de nuevo voces que lo atormentan. Ese instante presagia su final, pero antes, en el umbral de la demencia, Van Gogh se percata de que su sombra sigue detrás de él, obediente, silenciosa, oscura.

De pronto, sin que cambiara la posición del sol, la sombra se separa de su cuerpo. La ruptura le dolió y sonó como el chirriar de los huesos de todos los muertos. El orificio izquierdo del artista estalla en dolor mientras que una navaja, con vida propia, corta un trozo de su oreja izquierda que rueda por el piso hasta envolverse en un periódico que terminará en las manos de Rachel, una prostituta. Una lucha feroz se libra entre la locura y la razón. La locura triunfa y Vincent, pierde lo que le queda de lucidez.

– ¡Soy más grande que tú! –grita con arrogancia la sombra- ¡Me cansé de tus miserias, de tus fracasos y de tu falta de esperanza! Ya no cambiaré por capricho de la luz ni fingiré tomar un pincel cuando pintas ¡Vincent!… ¿por qué nos mutilaste?

Van Gogh recoge las piernas contra su cuerpo y se acurruca. El corazón se rebela, marca un ritmo fuerte y desbocado. Sus arterias revientan y tembloroso, el pintor extiende su mano hacia la sombra, pero su mano de artista no pudo tocar su locura.

Su pérfida sombra se aleja de él e intenta confundirse con otras sombras. Todas se apartan. A la sombra de Van Gogh sólo le queda rezar, pero como no sabe hacerlo, no lo hace.

– ¿No te has ido? – pregunta el alma a la sombra después de salir del cuerpo.

– Quiero volver a ser la sombra de Vincent– y repitiendo esto una y otra vez, se coloca debajo del cuerpo sin alma. Se humilla durante horas. Implora piedad. Se arrastra… no ocurre nada.

El alma, desde afuera, observa el cuerpo. Mira a la sombra. Calma su ira. Duda por momentos. Se compadece. Decide regresar.

El artista holandés tose y con angustia vuelve a respirar. Su cuerpo se pone de pie y como antes, su sombra, obediente, silenciosa y oscura, lo persigue de nuevo. Van Gogh se coloca su sombrero de paja, toma un pincel y sobre un lienzo dibuja sus ojos claros. Ese día, Van Gogh terminó su último autorretrato.

Vincent nunca volvió a ser Vincent. Respiraba, pero su alma depresiva esperaba el inevitable momento de alojar una bala en su cuerpo. Quizás por eso una extraña mezcolanza de pinceles, lienzos y colores, casi por piedad, intentaron borrar su vida sombría, pero la historia del arte y su talento no reconocido en vida lo impidieron.

Ahora, en Francia, su tumba y la de su amado hermano Theo, reposan solitarias sobre hermosos campos de trigo.

@jortegac15