He decidido, al menos por algún tiempo, no oír ni leer lo que diga cualquier político, del signo que sea. Porque, con alguna escasa excepción, pisotean la lógica, dejándola hecha unos zorros.
Se cosecha lo que se siembra: la Lógica, aunque sea un conocimiento básico, está desde hace tiempo prácticamente ausente de los planes de enseñanza secundaria y del bachillerato. Con el tiempo, el desconocimiento de la lógica se nota en multitud de comentarios en redes sociales, en los que se opina de todo lo humano y divino simplemente con lo puesto. La lógica es maltratada, de modo especial, en muchos discursos políticos y en intervenciones en las Cortes, algo que la obliga a salir corriendo, espantada, desesperada, a remojarse en la Fuente de Neptuno, de acalorada que queda ante tanta ignorancia.
Por ejemplo, las reacciones del tipo de «y tú más». Si se debate sobre algo negativo y se responde «y tú más», lo único concluyente, en lógica, es que «los dos mal», porque se asume que «yo también». Caso claro: el de la corrupción. O el de fango contra fango lo que quiere decir todo fango.
Si se dice «lo hacen todos», suponiendo que es algo negativo, solo se puede deducir que todos lo hacen mal. Fin de la historia. La lógica es inflexible.
Si se recurre a una comparación con lo que sucede en el «entorno» (suele ser el europeo), lógicamente nada significa, porque puede ser que en el entorno se actúe también sin lógica.
Sucede que en política la lógica cuenta menos que las emociones, los intereses, las filias y las fobias. No siempre, pero con frecuencia, se prefiere un partido u otro por algo visceral o por un no sé qué, como a quien le gusta la tortilla de patatas con cebolla o sin cebolla. O bien en su familia han sido de derechas de toda la vida o «rojos». Hay un conservadurismo de derecha y otro de izquierda, los dos, a veces, muy rígidos.
En política, en cualquier partido, no se juega sobre todo con un análisis racional, sino con movimientos tácticos y estratégicos y con una calculada manipulación del lenguaje, ahora en redes sociales, imágenes y gestos. Pero de una imagen, de un gesto no se puede deducir una conclusión lógica.
Tener emociones, sentimientos y gustos da sabor a la vida. Pero si hay solo eso y no se respeta la lógica, se puede llegar a lo que se llega: decir hoy una cosa, mañana otra: ahora me alío, ahora son unos traidores, me han engañado, etc.
La lógica funciona, entre otros factores, con el básico de afirmación y negación. Si se dice que sí a algo no se puede decir a la vez que no. Pero en política es muy frecuente una especie de «sí hasta que no» o «no hasta que sí». No se hace lo lógico, sino lo que conviene al Poder en cada caso, sea lógico o no.
Como la política es una gestión de lo común (res publica), ese tipo de política crea en la sociedad sensaciones semejantes y se da por inevitable la ausencia de lógica. Al mismo tiempo que crece la valoración negativa de los políticos, se reconoce implícitamente que eso es lo que hay y poco puede hacerse por cambiarlo.
¿A quién o quiénes favorece todo eso? A quienes tienen poder político. ¿Y quién sale escaldada de esa situación, además de la lógica? La libertad individual. La palabrería es «democrática» (soberanía popular, igualdad ante la ley, Estado de derecho), pero el fondo es muy colonialista, de un inconsciente, pero continuo, sí bwana.
Parece que la lógica es algo frío y la emoción, ardiente y muy humana. Cuando está ausente la lógica, sigue habiendo emociones, pero están más en la línea de una servidumbre voluntaria que en la de la libertad. Eran el desprecio por la razón y la ausencia de lógica los que inspiraron aquel histórico «¡Vivan las cadenas!», hace poco más de dos siglos. Hoy las cadenas son de otro material pero tienden a lo de siempre: a reprimir la libertad.
Originalmente publicado en el diario El Debate de España