OPINIÓN

La libertad de Carlos Cruz-Diez

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

El régimen socialista destierra a los mejores artistas del país, después de condenarlos a un proceso de invisibilización por diferentes medios.

Cuando no los censuran y expulsan, como a Erika de la Vega, les niegan honores de estado, cuando fallecen, pues mantuvieron una digna posición de disidencia ante las exigencias de uniformidad del castrocomunismo.

Con el maestro Carlos Cruz-Diez, la Venezuela chavista cometió innumerables injusticias y atropellos. Uno de los más sonados fue la demolición de su inducción cromática del puerto de La Guaira, primero sometida al abandono y luego derribada a martillazos, cual muro incómodo.

Todavía los habitantes de Vargas extrañan aquella deslumbrante intervención urbana. Solo quedan en pie los cilindros del diseño original, como pilares de un pasado que espera por remodelación en el futuro.

A tal efecto, pudimos ver el documental Free Color, disponible en la página de Trasnocho Cultural durante el Festival de Cine Francés.

La apropiada selección del título alude a una de las últimas investigaciones del genio y el coloso del movimiento cinético, cuyas formas son encumbradas por la dirección de Alberto Arvelo, en uno de sus trabajos de madurez y evolución como documentalista de la contemporaneidad criolla.

La empresa de tesoro audiovisual logra aglutinar afectos, recuerdos, archivos, proyectos modernos y hasta dibujos de la infancia del creador, nacido en Caracas el 17 de agosto de 1923.

El filme explora la relación del autor de las fisicromías con el contexto global, mostrando el impacto de sus obras alrededor del mundo, donde lo seguimos rememorando en la vigencia de múltiples experiencias de inmersión.

Por fortuna, los chicos gozan al transitar por los módulos y salas de su museo de la estampa, a la altura de la avenida Bolívar. De igual modo, aunque la indolencia y el desprecio de las autoridades lo impidan, los jóvenes se hacen selfies en Maiquetía, sobre el mosaico elaborado por Carlos Cruz-Diez, quien soñó con regresar por ahí para reencontrarse con los suyos, tras el cese de la usurpación.

El largometraje afirma el compromiso del artista con las ideas de libertad y emancipación de los colores.

La edición, en tal sentido, deliberadamente diluye los límites entre la realidad y la ficción, la subjetividad y el plano objetivo, la utopía y el espacio concreto de la comunicación social, inspirando los sentidos del espectador, así como las abstracciones de la audiencia más crítica.

Todos caben en la propuesta armónica del realizador y su equipo de producción: las generaciones de relevo, los vanguardistas de la escuela andina, los nuevos compositores de encuadres y notas orquestales, los actores incondicionales, los familiares y amigos.

La ficha técnica del director reconcilia la visión del homenajeado por la calidad del contenido. Cada testimonio suma la reflexión de un sabio, la opinión de un referente de su tiempo, el humanismo de un ser empático y querido.

Por cuestiones de trabajo y de descendencia, conocí al maestro en su casa taller de Chapellín. Desde ahí refrendaba su humildad, su contacto con la tierra, su apego a las raíces populares. En el barrio era tenido como un ejemplo, un orgullo, un hombre de respeto, un profesor al alcance de un timbre.

A Carlos Cruz-Diez no le van a enseñar de arraigo, de estima por el prójimo, de percepción de conjunto, de amor por su entorno, cualquiera sea el destino de su presencia inmaterial.

Free Color cierra con un holograma sobre el Sena de París. Carlos Cruz-Diez cruza el puente y se desvanece en el aire de un fundido a negro.

Su inmenso legado nos atraviesa ahora, invitándonos a romper con falsas ataduras, a superar barreras, a quebrar las cadenas de la represión estética.