Las imágenes difundidas por la Secretaría de Prensa (SDP) de la República de El Salvador (el salvador es Nayib Bukele) de la llegada de 238 venezolanos deportados por el gobierno de Donald Trump parecen sacadas de una película de apariencia futurista protagonizada por Steven Seagal -caro amigo de Putin, quien le concedió la nacionalidad rusa, y también premio Razzie a peor director (1994)- quien resulta encarcelado por error en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot), espectacularmente grande en esa pequeñísima nación centroamericana. La venganza de Seagal, como en casi todos sus filmes, será diez veces peor que el castigo que recibe.
Pero eso es ficción. En la realidad estos 238 hombres son todos “hombres malos”. Lo ha dicho Donald Trump y santa palabra. Las pruebas son lo de menos, solo hay que verles los tatuajes. Las cámaras salvadoreñas solo muestran una espalda al estilo Mara Salvatrucha, por cierto. ¿Habrá algunos entre los 238 deportados que no sea delincuente? ¿Acaso importa? ¿Tienen derechos los miembros malísimos del Tren de Aragua o los derechos solos los ejercen los hombres buenos?
El caso de Donald Trump es curioso. Nadie en Estados Unidos ha hecho más uso de los subterfugios de la ley para evitar que se le juzgue por los tantos casos acumulados en los tribunales contra él o para revertir el resultado de las elecciones de 2020 que perdió. Un inciso: en 2024 no superó su votación de 4 años atrás, y mucho menos la alcanzada por el “somnoliento Joe Biden”. Para estos 238 venezolanos basta su sentencia. ¿Es un hombre bueno mister Trump?
El Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (Provea), que tantas y tan documentadas denuncias procesa sobre el régimen malo malísimo de Venezuela, también formula un conjunto de preguntas sobre la deportación exprés de esta tanda de venezolanos enviada a El Salvador a la cárcel que Bukele alquila. “¿Sobre qué delitos están siendo juzgados? ¿En qué tiempo fueron procesados? ¿Cuáles son las pruebas? ¿Qué derecho a la defensa se les garantiza?”. La pregunta que falta es si habrá respuesta.
Suele ser desaconsejado salir en defensa de lo que parece indefendible. Con tantas injusticias que se cometen en nuestro país o sobre nuestro país o sobre tantos venezolanos que se han ido del país. La ley no distingue si el que tiene enfrente, en el banquillo de los acusados, es culpable o inocente. Lo que debe garantizar es que ese acusado pueda ejercer sus derechos en todas las circunstancias. Que se examinen a profundidad las pruebas y se sentencie en consecuencia. El reo podrá ser absuelto o condenado con severidad, pero, si se cumplen sus extremos, la ley saldrá indemne.