OPINIÓN

La ley de la estaca

por Luis Velázquez Alvaray Luis Velázquez Alvaray

Cuando la vicepresidenta ofrecía su discurso, regresando a los tiempos de Niehous, ya las redes estaban a reventar con disímiles señalamientos críticos, lo cual tiene gran alcance. Los distintos sectores sociales ya no callan ni callarán. Con la Constitución en la mano, desde el páramo merideño, citaban los artículos violados, en la mal llamada “ley contra el fascismo”. Esto ya es costumbre: No importan la carta magna, los tratados, ni saltarse los pasos que se deben cumplir, resaltando la consulta popular. Un proyecto así concebido tiene poco recorrido, nace muerto. Es como el referéndum sobre el Esequibo. Fue tan grosera la manipulación que ya nadie habla de ese asunto. Es difícil sostener procesos truculentos, adulterados.

“La ley de vagos y maleantes”, de triste recordación, terminó repudiada, en un rincón mortífero de la historia. Vale recordar una disertación de la profesora Tosca Hernández, de la UCV, referida a la idealización de aquel odiado instrumento. Explicaba la doctora en 1996 que numerosos penalistas y criminólogos consideraban esta ley inconstitucional por atentar contra la garantía de libertad individual. También los defensores de los derechos humanos realizan igual solicitud por ser punitivamente aberrante. Era un retroceso en la modernidad social. Los mismos argumentos se esgrimen hoy, después de tantos años, teniendo que soportar como sociedad involuciones forzadas, desfiladeros a la decadencia, al ruido vil, ensordecedor.

Estamos de vuelta a la época del secuestro de Niehous, episodio regresivo de aquella infeliz acción de resultados desastrosos en ambos actores: secuestradores y secuestrado. Repudiables, horribles.

Ha debido servir de enseñanza contra la violencia, pero es al revés, ahora la revancha es total: ya no es una persona secuestrada, es un país mancillado, ultrajado, sin Estado de Derecho y bajo violencia gubernamental permanente, pretendiendo esconder el desastre con un barniz de legalidad.

El proyecto y el discurso de la presentadora en aquel remedo de parlamento vislumbran ignorancia jurídica aterradora. Combinada con el desconocimiento histórico, sociológico y filosófico de un tema que tanto se discute y sobre el cual han disertado prestigiosos intelectuales, de obligatoria revisión ante una propuesta tan atrevida, que termina siendo un texto para la venganza, pero jamás para el beneficio social. La ignorancia impulsa infernales actuaciones. Sin necesidad de ser experto, cualquiera puede advertir este desaguisado, es decir, contrario a la razón.

Importante resaltar:

La bibliografía en torno al fascismo es abundante y en ella predominan disímiles puntos de vista. De allí que atreverse a oficializar un concepto basado en Wikipedia es arriesgado, a tal punto de que distinguidos investigadores han llegado a concluir, por ejemplo, que la temática de la persecución antisemita del Holocausto y de Auschwitz ha de estudiarse desligada del fenómeno general del fascismo. Leer, algo queda.

También se señala que la complejidad del fenómeno del fascismo no permite una definición simple. En este proyecto solo existen consignas, ambiguas y confusas.

En las actuaciones que se recogen de los movimientos fascistas destacan actos violentos contra la población: aplastar por la fuerza, eliminar físicamente a quien piense distinto, terror planificado, atacar marchas, tortura y asesinatos de activistas, estructuración de fuerzas paramilitares. Quienes las practican copian actuaciones criminales y se conoce plenamente quiénes son. Son pasos deleznables y respiran esos aires, pero calificarlos de fascistas es incurrir en lo mismo, es miope, es irresponsable. Esto es: actividad criminal organizada por un Estado usurpado.

El proyecto aparta de un carpetazo las instituciones que regulan las relaciones internacionales: el derecho, los convenios y tratados. Así actuó el Tercer Reich, Mussolini. Por acá andamos en lo mismo, pero volvemos, es insuficiente para utilizar calificativos que en esencia responden a realidades absolutamente distintas. En contextos diferentes a la violencia tropical.

El Dr. Humberto García Larralde -cuyos textos deberían leer los parlamentarios de consignas y gritos- publicó en el año 2009, cuando todavía no estaba desatada esta caballería irracional, referido en la época al modelo cubano, un ensayo donde calificaba como propuestas atrasadas y primitivas, no científicas; naturaleza totalitaria; de carácter mesiánico. Afirmaciones sustentadas en años de investigación.

Los investigadores Bornhauser y Lorca han señalado: se desprende del debate contemporáneo que no es posible afirmar con certeza si el fascismo es un fenómeno o un acontecimiento históricamente acotado al caso italiano y apenas extensible al alemán. Se carece de una delimitación conceptual adecuada, reduciendo el término a un adjetivo, un insulto y algunos lo señalan como “el más vago de los términos políticos contemporáneos”. La mayoría de los autores solo toman como referencia el caso italiano y el alemán, donde se aprecia claramente como un fascismo de Estado. Esto último lo ha dicho Poulantzas, autor de obligatoria lectura en nuestro trasnochado y equivocado izquierdismo, que bastante daño ha causado en el país hasta llevarnos hoy a este desierto apocalíptico de los eternos vividores de consignas y odio disolventes de los valores esenciales de la libertad. Es, como señalan los autores, una mentira en bruto, para lo cual la estupidez y la infección psíquica no resultan en explicaciones satisfactorias. El fascismo nos remite a un discurso totalizante de la sociedad, una forma de clausura social total. Palabras de Foucault, convertir la sociedad en una especie de organismo. Del PSUV, diríamos para caricaturizar todo este engendro. En los casos que históricamente se puede hablar de fascismo se sucedieron acontecimientos que aniquilaron las familias, las universidades, las tradiciones locales y en general las instituciones del Estado. El proyecto que representa la vicepresidenta es lo que ha hecho sin necesidad de ley. La que ejercitan es la ley del arrase mediante la actuación del tren delincuencial del cual hemos hablado.

El fascismo negó absolutamente la soberanía popular. La democracia de verdad: elecciones para escoger candidato, respeto a los acuerdos, solicitud de elecciones libres, es la antítesis del fascismo. Una pregunta: ¿quién practica esto y quién lo reprime? Destape sus maletas ideológicas, señora.

Paradójicamente, este proyecto es positivo para el futuro, para la libertad. Contribuye a que sean ellos mismos los que se presenten ante el mundo. Si a la comunidad internacional le faltaba convencerse del imperio de la tiranía en este país, léanlo. El presidente Biden tiene resumida la actuación de este régimen. Lo que allí está es lo que hacen. El señor Borrell, acucioso investigador social, tiene esta muestra. Las Naciones Unidas y sus decisiones sobre la paz y los derechos humanos, la OEA para su despertar. Es positivo, porque es demostración del camino difícil, pero esta desesperación fortalece la propuesta de la libertad.

Cuando la señora gritaba en los estrados, recordaba al profesor Emilio Gentile, reconocido investigador sobre el tema del fascismo: “Esto lo denomino ahistoriología, es decir, una historia hecha como la astrología. En lugar de estudiar científicamente los hechos, se limita a interpretarlos según sus propios deseos, esperanzas y temores”. Mussolini terminaba diciendo: Si ustedes no quieren lo que yo impongo, yo seguiré mi propio camino.

Mi razonamiento inicial, dice el profesor Gentile: “Si el término fascista en sí mismo no contiene ninguna idea política clara. Fascista puede ser cualquiera. Cuando reprobaba alumnos y debían repetir el examen, ¿qué decían? Este es un fascista».

El laboratorio para la paz señala las características del proyecto: interpretación arbitraria, censura y limitación a la libertad de expresión e instrumento para un mayor cierre del espacio cívico. Es lo que se ha perfeccionado en las últimas dos décadas. Es el resumen de un atropello. Simple y llanamente.

Estamos en presencia de un recuerdo del gomecismo, cuando el déspota dijo: “Qué culpa tiene la estaca”.