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La lectura borgeana en la sociedad audiovisual

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El escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) fue consciente de que las grandes obras literarias sobrevuelan los territorios y sobrepasan el tiempo. Entendió, en ese sentido, que la trascendencia de los textos no debe estar atada a una interpretación atemporal y unánime. Sus lecturas fueron determinantes en el desarrollo de su propia obra, en la que echó mano de referencias de épocas y geografías diversas: desde la antigüedad clásica hasta el idealismo filosófico, pasando por el barroco, las literaturas árabe y japonesa y, por supuesto, la tradición gauchesca. Borges fue un lector de vanguardia que escribió deslumbrantes textos inspirados en sus lecturas. Así, en Kafka y sus precursores (publicado en Otras Inquisiciones, de 1952), propuso una forma de leer atemporal o asincrónica que emparentaba la obra de Franz Kafka, uno de los grandes escritores del siglo XX, con la de algunos autores del siglo XIX (Herman Melville y Joseph Conrad, por ejemplo). Pero lo relevante de esta conexión —lo paradójico y extraordinario— no está en la influencia que estos precursores pudieron ejercer en Kafka, sino en la posibilidad de leerlos como si se tratara de escritores kafkianos.

En El escritor argentino y la tradición (publicado en Discusión, de 1957), Borges sugiere que las literaturas en los márgenes de los ejes culturales (la irlandesa bajo la invasión inglesa, la judía de la diáspora, la argentina) reinterpretan la tradición literaria y proponen algo que, más allá de una aparente impostura, resulta poderosamente novedoso. El escritor argentino y la tradición es un texto que puede ser entendido como una validación decisiva de las tradiciones periféricas. Varios de los más celebrados textos borgeanos constituyen ejemplos de lecturas tangenciales de la tradición cuando, por ejemplo, plantean un repaso “erróneo” de la filosofía (Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, en Ficciones de 1944), o subrayan los más osados paralelismos con el fin de demostrar la vigencia de ciertos arquetipos (Deutsches Requiem y Los teólogos, en El Aleph de 1949).

Borges amplió aún más las posibilidades creadoras de la lectura, pues esta tendría el poder de definir el significado de la literatura en un momento dado: “Una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leída: si me fuera otorgado leer cualquier página actual —ésta, por ejemplo— como la leerán el año 2000 yo sabría cómo será la literatura del año 2000”, escribió en Nota sobre (hacia) Bernard Shaw (publicado en Otras Inquisiciones de 1952). Ya a finales de la década de 1930, en el relato Pierre Menard, autor del Quijote (publicado primero en la revista Sur, en 1939, y más tarde en Ficciones), había propuesto como justificación para la escritura de un Quijote idéntico al de Cervantes el uso de la “técnica del anacronismo deliberado y de las atribuciones erróneas” que invita a “recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida” y que “puebla de aventuras los libros más calmos”. Los alcances de las piezas literarias van mutando según la posición del lector, al punto de que sus cronologías pueden ser trastocadas o las propias obras pueden ser copiadas, enteramente y al pie de la letra, con el fin de crear otras distintas, sin que nada de esto sea un sinsentido.

Acaso la vigencia de la obra borgeana también se explique porque sus métodos de lectura permiten que la literatura siga teniendo sentido en una sociedad caracterizada por el impacto arrollador las series audiovisuales y las plataformas de streaming. Aquellos textos que nos platean reflexiones de altura, los que nos muestran el funcionamiento de las mentes de sus narradores o sus otros personajes, (los del propio Borges, por ejemplo), resultan difícilmente extrapolables a formatos donde prima la acción y la imagen, y tal vez sean los llamados a marcar el devenir de la literatura futura. Se ha dicho no pocas veces que la novela está herida de muerte Tal vez su vigor y su vigencia en la sociedad audiovisual dependerán de obras que permitan lecturas inteligentes, como las que el propio Borges sugiere.

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