Pocos lo recuerdan hoy, después de todos estos aciagos años de tiranía gansteril. A no ser para -los unos- desempolvar sus viejos prejuicios, etiquetándolo, sin haber realizado el menor esfuerzo hermenéutico, de dogmático, dado que la señora Marta Harnecker tuvo el atrevimiento de catalogarlo con semejante gaffe o, simplemente, despachándolo de entrada, bajo los cargos de furibundo comunista trasnochado y antediluviano, partidario de la Cuba de Fidel o de la Corea de Kim Il-sung, además de haber sido el ideólogo inspirador del Movimiento V República, nada menos que del huevo de la larva chavo-madurista. Y -en el caso de los otros- se le recuerda, cual saludo a la bandera, solo en momentos de evangelización o proselitismo, que es una de las facciones características de la tradición del marxismo orientalizado, ese gusto patológico -enfermizo- por la martirización. Un gusto que, en ningún caso, proviene de la filosofía de Marx sino, más bien, de la religión de Mahoma. Todo ello con un claro propósito publicitario, suerte de ridículo ritual para quien, con toda seguridad, más temprano que tarde, les habría resultado una incómoda stone in the shoe, que con toda seguridad hubiese terminado en la Dgcim o en el Sebin, acusado de “instigación a la rebelión” o de “traición a la patria”.
Se podrán decir muchas cosas acerca de J. R. Núñez Tenorio. La mayor parte de ellas serán etiquetas, de esas que tanto les gusta colocar a los ignaros. Pero quien lo haya conocido bien jamás podrá decir que fue un hombre sin convicciones, sin ideas y valores, sin dignidad. De hecho, fue un hombre de principios que, por cierto, como suele suceder en la vida, fueron madurando y concreciendo. Pasó de una interpretación materialista y mecanicista del marxismo, característica de los años cincuenta y sesenta, a una lectura mediada por el estructuralismo de la escuela francesa durante los años setenta. De esa época es su tesis doctoral, la Teoría y método de la economía política. Más tarde, después del derrumbamiento de la URSS, previa traducción, revisión pormenorizada y categorización de los textos juveniles de Marx -por lo menos, hasta la Ideología alemana-, Núñez Tenorio tuvo el coraje de afirmar en su último libro, la Vigencia contemporánea del marxismo, que “El principio fundamental al que llega la filosofía marxista no reposa en la presuposición de que la materia determina a la idea. Eso está superado. El mismo Marx criticó semejante conseja. El principio fundamental es la diferenciación entre lo ontológico y lo gnoseológico, entre la teoría y la práctica, entre ciencia e ideología” (Op.cit., pp.44-5). Necesario, en consecuencia, superar la filosofía abstractamente concebida, puramente intelectualista, sea materialista o espiritualista. Se trata -afirma Núñez- de “pasar de la crítica de la filosofía a la filosofía crítica”.
Quienes tuvimos la fortuna de conocerlo, de seguir sus cursos y su particular modo de exponer las ideas -cabe decir: de relacionarlas de continuo con la realidad concreciente-, de proseguir las discusiones de aula en los pasillos o en los cafetines de la UCV, no sólo aprendimos a leer e interpretar: aprendimos a pensar, a “seguir pensando”, como ejercicio continuo, como oficio, como modo de vida. Quien escribe le debe no solo su ingreso a la Escuela de Filosofía sino toda su carrera universitaria al maestro Núñez Tenorio, de quien no solo fue preparador durante cuatro años sino, además, discípulo y amigo. Y más aún cuando, maravillado, llegué a descubrir la densidad y profundidad de la filosofía de Hegel, llevado de la mano por el maestro Giulio F. Pagallo, lejos de objetar o entorpecer mi decisión, el maestro Núñez Tenorio la celebró con sincero entusiasmo: “¡Qué bien! Ahora Herrera será un hegelo-marxista”. La mezquindad no era, por cierto, su fuerte. Esos dos grandes intelectuales, que tantas disputas y confrontaciones tuvieron, no solo en el plano teórico-filosófico sino en el de la Realpolitik, varias veces compartieron -como diría el poeta Hölderlin- el pan y el vino en la mesa de quien siempre sentirá el honor de haberlos elegido como maestros de vida.
Núñez Tenorio murió el 13 de octubre de 1998. El día de su velatorio, en la funeraria Valles de La Florida, Giulio Pagallo hizo guardia de honor ante su féretro. Una gran lección para quienes hicieron de la intolerancia el signo distintivo del país. Paradójicamente, quienes más han insistido en acusar a Núñez Tenorio de dogmatismo o de extremismo terminaron alineados -bien de un lado que del otro- bajo la infausta divisa que caracterizó la existencia del sociópata golpista: “Quien no esté conmigo está en mi contra”. Es así como, para citar al maestro, “los opuestos se diluyen, concibiendo la contradicción del fenómeno como “unidad de la esencia”, pero dejando de lado la contradicción esencial”.
Que la política se haya dejado cautivar por las sirenas populistas, que la conducen directamente al naufragio, que no sean las ideas sino los stickers o clichés -deliberadamente vaciados de contenido- los que guíen los continuos fracasos, los tropiezos, el trastabillo, la inconsistencia, el insólito tartamudeo acomodaticio respecto de los sagrados asuntos ciudadanos, exige recordar -reconstruir- las confrontaciones presentes en otros tiempos, la honradez de la lucha, la decidida entrega por lo que, con independencia de que se estuviese de acuerdo o no, encarnaban los ciudadanos dispuestos a entregar su vida, de ser necesario, por sus convicciones. Hay un insalvable abismo entre aquellos pensadores políticos -o políticos pensadores- y quienes hoy solo suelen ocultar su insaciable ruindad, su inagotable sed de avaricia, su vanidad, su interés personal. Son los que pretenden simular la mayor de las verdades objetivas del presente: la corrupción del espíritu de una clase política que se ha perdido a sí misma. Que nadie ponga en duda el hecho de que, así como Petkoff, Pompeyo o Douglas Bravo se enfrentaron abierta y directamente contra este régimen criminal, del mismo modo Núñez Tenorio los hubiese enfrentado. Sería el mayor de sus adversarios.
@jrherreraucv
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