No solo es el triunfo, es la diferencia estrepitosa. El peronismo kirchnerista, el más corrupto, el único capaz de competir con nosotros en ese negocio en el continente y acaso en el mundo, acaba de recibir los muy amplios y generosos votos de la mayoría de los ciudadanos de ese distinguido país. Lo de distinguido no es ironía, es posible que algunos argentinos exageren y le den alimento al humor, pero no lo es porque la ciudad de Buenos Aires, verbigracia, es una maravillosa metrópoli donde los autobuses pasan a una hora exacta, abundan las librerías y los cafés que frecuentaban los grandes de sus egregias letras, por su civilidad cotidiana, por el vino, por su espléndidos urbanismo y arquitectura, por su buen gusto en casi todas partes, por el fútbol mundialista, por su tristeza tanguera y su alegría vibrante cuando brilla el sol del sur.
Pero igualmente la enferma su prolongado, inacabable, populismo político, es decir, el peronismo, hidra de muchas cabezas capaz de adaptarse a todas las situaciones, de la guerrilla ultraizquierdista al liberalismo, del embeleso con el franquismo y el fascismo al contubernio con el castrochavismo. Y que ha terminado por descomponer el destino de aquel airoso “granero del mundo” que emergía promisorio y asertivo de la Segunda Guerra Mundial. Quienes se intercalaron en esos largos decenios, hicieron poca cosa para superarlo o extirparlo. Y allí sigue omnipresente, tanto que el mismísimo Macri ha tenido que apelar a uno de ellos, algo extraviado, para acompañar su fórmula, como vicepresidente. El país de Borges y el de Perón, pues. Raro y quien quiera saber cuánto que lea las novelas testimoniales de Tomás Eloy Martínez y se cerciore de que el cadáver de Evita dictaba decisiones políticas a través de un médium, etc.
Usted puede sacar cualquier inferencia de este triunfo, que salvo algún milagro, preludia el definitivo de octubre. Que los pueblos, ¡lo han hecho tantas veces a través de la historia!, son también capaces de las peores villanías, conducidos por líderes inescrupulosos. Que es una brisa fresca para Maduro el saber que a veces el delito y el despotismo pagan, al menos por un buen rato. Que Macri lo hizo bastante mal, dígalo cifras en mano, y recuerde las malas caras del papa Francisco. Que mucho tenemos que aprender cuando salgamos de nuestro infierno y entendamos bien que la desigualdad y la pobreza extrema del país necesitarán, ante todo, socorrer a los que desfallecen por falta de proteínas y antibióticos, siete u ocho o más de cada diez y que esa bomba ha estado, está y estará ahí por mucho tiempo y alguien puede pisarla. Que las decenas de miles de millones del FMI y las promesas de inversionistas y el mercado libérrimo pueden ser insuficientes. A todo eso y mucho más invitan a reflexionar esos 15 puntos electorales de diferencia.
A mí me ha interesado sobremanera el hecho de que no solo Cristina hizo un pésimo gobierno sin norte sino que el robo del tesoro público, para empezar de ella y su gente, y la más alta dirigencia, llegó a una escala histórica. Algunos tan obvios y rocambolescos que merecen ser inmortalizados. Solo algunos peces gordos presos, ella protegida por la inmunidad parlamentaria. Y eso no ha significado gran cosa, ni siquiera como ya se sabe en países vecinos han caído ilustres cabezas presidenciales. Pero este premio en votos parece ser síntoma de lo que repiten algunos pensadores, la muerte de la moral en un siglo de individualismo atroz donde hasta la verdad parece una bagatela. Un mundo que se oscurece cada vez más. El valor moral supone la verdad, es el ejercicio más prístino de la razón, decía Kant, la razón que obedece sus propios e ineludibles mandatos, la ley moral. Es muy probable que este sea uno de nuestros primeros males latinoamericanos, especialmente. Los caballos de Andrade son una de las trabas a cualquier desarrollo razonable.