Está amplia y suficientemente documentado en la biblio-hemerografía historiográfica venezolana de las últimas dos décadas: cuando el innombrable “insepulto de Sabaneta” se hizo con el poder en 1999 del pasado siglo, lo hizo acompañado del tristemente célebre “chiripero» que ya venía de cogobernar con el segundo gobierno de Rafael Caldera II.
Mucho izquierdista “trasnochado” que bebió de las fuentes puras del más rancio, recalcitrante y reaccionario estalinismo prosoviético, una vez que probó las empalagosas mieles del poder acomodaticio, una vez finalizado el segundo quinquenio de Caldera II, vio la ocasión de plegarse a la propuesta neopopulista que encarnaba, a la sazón, “el insepulto de Sabaneta” y en efecto así lo hizo: inúmeros viejos militantes de la izquierda ortodoxa pro-china, pro-rusa, pro-castrista; e incluso ciertos resabios de la ultraizquierda marxista-leninista, pro-albanesa (pensamiento Enver Hoxa) como fue el caso un minúsculo grupo del partido Bandera Roja, que ni corto ni perezoso se alineó con el proyecto autoritario del militar golpista.
De tal modo que puede decirse sin temor a yerro alguno que, ese pastoso e indigesto magma ideológico que se insertó en la corriente histórica antidemocrática que se inicia con el proceso constituyente del 99 de la pasada centuria, a la larga dio como resultado lo que los ideólogos gubernamentales denominan –no sin apremios de eficacia teórica– con el confuso término de “socialismo bolivariano”. Muchos cuadros políticos que se nuclearon en torno al primigenio y clandestino MBR-200 luego metamorfoseado en MVR y posteriormente devenido Gran Polo Patriótico y PSUV fueron resabios y excrecencias de esa curiosa “izquierda trasnochada” que creció y envejeció leyendo Las cinco tesis filosóficas de Mao Tse-tung, el libro del ABC leninista Qué hacer, Los principios elementales del materialismo histórico de la chilena Martha Harnecker y las directrices del castrismo vitalicio que giraba instrucciones políticas a los reductos dispersos de la izquierda latinoamericana durante las décadas de los setenta, ochenta y noventa del siglo XX.
Cuando el “primus inter pares” en abusiva cadena nacional tilda despectivamente a un sector, numéricamente insignificante y poco trascendente de sus conmilitones de “izquierda trasnochada” que lo cataloga de “neoliberal”, “antiobrero” y “neoburgués” o “boliburgués”; literalmente lo que está diciendo es que los viejos y periclitados fundamentos ideológicos sobre los que se escudan sus antiguos “aliados coyunturales” de la ultraizquierda marxista radical antiparlamentaria y lucharmamentista “sobrevivientes de la guerra popular prolongada” de los sesenta y setenta del siglo XX ya no tienen sentido de pertinencia y de legalidad histórica; que han sido “molidos” por el llamado “trapiche de la historia de la lucha de clases”. En este contexto sociolingüístico y semántico, la expresión “izquierda trasnochada” adquiere un cognomento con una indubitable carga peyorativa y despectiva. Evidentemente lo de “trasnochada” es una sinonimia de anacrónica y ahistórica; ello da el índice y medida de la densidad y hondura del “debate” que rige el clima político e intelectual del bloque histórico hegemónico que porta el estandarte de la llamada “revolución socialista” venezolana. Tal es la deplorable mediocridad y superficialidad de la confrontatio que exhiben los actantes del autodenominado proyecto emancipador… con razón aquellos polvos trajeron estos barriales donde se encuentra actualmente atascado el carromato del proyecto redencionista de la izquierda neocolonial y neopopulista venezolana.
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