En las recientes elecciones presidenciales de Perú, la candidata Keiko Fujimori fue derrotada por Pedro Castillo, un maestro de provincia y líder sindical de izquierda. A pesar de que el organismo electoral independiente y los observadores internacionales no encontraron pruebas de fraude, Fujimori se negó por un tiempo a aceptar la derrota y tomó medidas para tratar de revertir el resultado.
Algunos analistas han equiparado la reacción de Fujimori con la del expresidente de Estados Unidos Donald Trump, quien después de perder las elecciones el pasado noviembre se negó a reconocer el resultado. La comparación no es injusta. El comportamiento de Fujimori fue similar al de Trump. Pero un paralelismo aún más interesante no ha recibido suficiente atención: el populismo izquierdista que catapultó a Castillo a la presidencia se parece al populismo derechista de Trump. De hecho, los populistas de izquierda en América Latina están demostrando que en algunos aspectos son indistinguibles de sus contrapartes en la derecha.
En los últimos años hemos visto un auge del populismo de derecha en Estados Unidos y Europa. Desde el Reino Unido hasta Polonia, desde Francia y Alemania hasta Hungría y Austria, esta derecha ha cautivado a muchos votantes con un discurso similar, que acusa a las élites políticas y económicas de haber abandonado a la clase trabajadora y de priorizar el bienestar de las minorías y los inmigrantes, así como los intereses de instituciones internacionales como la Unión Europea.
Naturalmente, este discurso ha resonado más en las zonas rurales más pobres donde la gente tiene menos oportunidades laborales y educativas, y donde existe un justificado descontento con el statu quo. Allí es donde Trump y el Brexit ganaron más votos. También donde son más populares los partidos de derecha radical Ley y Justicia (Polonia), Fidesz (Hungría), Reagrupación Nacional (Francia), y Alternativa para Alemania. En algunos casos esta derecha ha captado una parte de la clase trabajadora que por mucho tiempo se sintió representada por los partidos de izquierda o centro-izquierda.
Pero estos populistas de derecha también se han beneficiado de otras realidades políticas que comparten muchos países de Occidente, incluyendo la importancia cada vez mayor de la identidad cultural, la oposición creciente a la inmigración y la incomodidad de algunos sectores con el multiculturalismo y con causas sociales progresistas como la defensa del aborto, la igualdad de género y los derechos LGBT. La derecha populista ha explotado hábilmente estos temas para ganar votos.
Pedro Castillo, a pesar de pertenecer a un partido marxista, llegó al poder en Perú siguiendo una parte de este libreto. Al igual que Trump y otros derechistas europeos, tiene un apoyo importante en las poblaciones rurales más deprimidas que llevan años sintiéndose ignoradas y excluidas. En los diez distritos más pobres Castillo ganó con al menos 70% del voto con un discurso que tiene similitudes al de la derecha populista. Su mensaje central es que la mayoría de los peruanos, por culpa de una élite corrupta, no se ha beneficiado del impresionante crecimiento económico de las últimas décadas. Su lema de campaña fue “¡No más pobres en un país rico!”.
Pero Castillo no solo ha atacado a las élites —algo que hacen populistas de derecha e izquierda; también ha criticado que se abran las fronteras a los inmigrantes venezolanos, ha hecho declaraciones abiertamente homofóbicas y está en contra del matrimonio homosexual, así como de despenalizar el aborto y el consumo de marihuana. Con estas posturas Castillo se ha colocado más cerca de la derecha que gobierna en Polonia y Hungría (o del presidente derechista de Brasil, Jair Bolsonaro) que de los progresistas de Estados Unidos y Europa.
Lo sorpresivo es que Castillo no es el único izquierdista con posturas ultraconservadoras. El presidente de El Salvador, Nayib Bukele, comenzó su carrera política en la izquierda y en 2014 se declaró amigo de la comunidad LGBT, asegurando que quería estar “al lado correcto de la historia”. Pero ahora está en contra del matrimonio igualitario y de liberalizar las leyes antiaborto de El Salvador, que están entre las más restrictivas del mundo.
En Ecuador, la Corte Constitucional recientemente despenalizó el aborto en los casos de violación. Pero este logro modesto no estuvo relacionado con los dos izquierdistas que gobernaron al país desde 2007 hasta este año. El populista Rafael Correa, presidente entre 2007 y 2017, tuvo durante su mandato posturas conservadoras sobre el aborto y el matrimonio homosexual. En una ocasión, incluso, amenazó a los congresistas de su partido con renunciar si despenalizaban el aborto. Su sucesor, el también izquierdista Lenin Moreno, vetó un proyecto de ley que despenalizaba el aborto bajo circunstancias especiales.
Con la inmigración y el medio ambiente ocurre algo similar. Mientras que en Estados Unidos y Europa el rechazo a la inmigración y la indiferencia hacia el cambio climático viene de la derecha, en América Latina a veces viene del lado opuesto. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, otro populista de izquierda que llegó al poder con un discurso antiélite, prometió en la campaña que México no haría el “trabajo sucio” de los estadounidenses interceptando a los migrantes centroamericanos que se dirigen al norte. Pero luego, presionado por Trump, AMLO rompió su promesa militarizando la frontera sur del país e intensificando, como ha denunciado Human Rights Watch, su maquinaria de detenciones y deportaciones.
Por otro lado, AMLO ha molestado a los defensores del medio ambiente porque muestra una preferencia clara por los combustibles fósiles y ha tomado medidas que dificultan el desarrollo de energía renovable. De hecho, en América Latina los ambientalistas no chocan solo con derechistas como Bolsonaro, que piensan que el cambio climático es una fantasía progresista. También se han enfrentado a populistas de izquierda en países como Bolivia, Ecuador y Venezuela, donde los réditos políticos de la redistribución de rentas provenientes de la extracción de recursos naturales tienden a desplazar cualquier preocupación sobre el medio ambiente.
Antes de la pandemia América Latina ya era un terreno fértil para el populismo. Después de una década de bonanza que se inició a principios del milenio y sacó a millones de la pobreza, las economías de la región se estancaron y los gobernantes perdieron la capacidad de satisfacer las crecientes expectativas de la nueva clase media. En 2019, antes de la pandemia, el descontento generalizado con la corrupción, la desigualdad, el bajo crecimiento y los servicios públicos llevó a una ola de protestas que sacudió a varios países. La pandemia no ha hecho sino exacerbar estos problemas.
Ante estos desafíos hace falta una izquierda responsable que concentre sus esfuerzos en reducir la pobreza y la desigualdad y al mismo tiempo defienda causas loables como los derechos LGBT y la preservación del medio ambiente. Pero en vez de eso estamos viendo a populistas como Pedro Castillo y AMLO que, mientras se declaran izquierdistas, parecieran estar imitando en muchos sentidos a la derecha populista de otras partes del mundo.