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La izquierda en sus cavernas

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La primera vez que escuché de Alejandro Landes fue por voz de Armando Graffe, un distribuidor independiente de cine de vanguardia, quien se atrevió a estrenar Old Boy en el país, cuando nadie sabía de la existencia de una nueva ola en Corea del Sur.

Armando visitaba Cannes cada cierto tiempo y en alguno de sus viajes escuchó de Alejandro Landes por su documental Cocalero, un relato de no ficción sobre el curioso ascenso de Evo Morales en La Paz.

Por recomendación de Armando me acerqué a Cocalero con total precaución, pues disiento y difiero de los métodos del líder populista del altiplano. Aquel filme cerró mi boca, al exponerme la irresoluta paradoja de un político populista, cuyo destino se anticipaba incierto, ominoso.

En cierto sentido, el largometraje fue premonitorio de la corrupción de Evo, una vez dominado por el espíritu monárquico y tribal de sus antepasados. Siempre quise saber más de Alejandro Landes. Pero desapareció de mi radar. Varios compañeros me dijeron que desarrollaba un relato devastador sobre los grupos irregulares de Latam, un tema que nos afecta en la región, dado el influjo negativo de las FARC en su integración con el Foro de Sao Paulo que actualmente quema ciudades para llegar al poder por la vía de golpes de subversión urbana.

Más recientemente, la policía boliviana descubre conexiones entre Carvajalino de Zurda Konducta, la familia Cabello y los últimos intentos de sabotear el orden constitucional de La Paz, a fin de traer de regreso al dictador cocalero.

Es entonces cuando llega a mis manos la nueva película de Alejandro Landes por los caminos verdes de la piratería, espacio denostado de distribución pero no menos oportuno para romper con códigos de censura y acceso en un territorio bloqueado por el cortafuegos cubano, ruso y chino.

Monos narra una historia local de comprensión universal: un comando de guerrilla debe encargarse de cuidar a una extranjera secuestrada, en un paraje montañoso.

El grupo está integrado por jóvenes alienados, ideologizados y determinados por una casta facciosa sin rostro, que se comunica con ellos por radio.

Los chicos hacen ejercicios militares, respetan una arbitraria jerarquía, siguen órdenes de un comandante de menor tamaño que les impone un régimen de autoritarismo, inspirado en pesadillas de Werner Herzog. Toda una metáfora de la férrea estructura de los sistemas socialistas que han enlutado a Suramérica.

La cinta no se conforma con abordar un tema complejo, sino que propone innumerables ideas de reatroalimentación formal, planteando una ficción cuántica que revisa la estética corporal de Claire Denis, las abstracciones selváticas de la corriente filipina y el arte expresionista del francés Phillipe Grandrieux, a través de planos hipnóticos que dialogan con el naturalismo fantástico de Amat Escalante en Heli.

Por tanto, un trabajo mayor en cuanto a su tratamiento audiovisual.

El contenido, por su lado, adopta las marcas de una literatura de los infiernos colectivistas en la tierra, volviendo a ilustrar las páginas de El corazón de las tinieblas y El señor de las moscas, así como algunas sentencias de Rebelión en la granja.

Pronto, los subordinados se alzan y deciden formar su propio círculo rebelde y anárquico, para explotar el negocio de los rehenes internacionales. Pero el proyecto termina mal, devorado por sus contradicciones y traiciones.

Monos acierta en describir un problema considerado tabú, prohibido por la izquierda, romantizado por las plumas de alquiler que copian a Eduardo Galeano.

La cámara humaniza el conflicto, mostrando las luces y sombras de víctimas y victimarios de una red de extorsión.

Se aparta Alejandro Landes de la propaganda roja y de la antropología inocente que justifica al buen salvaje. En última instancia, aflora la condena contra las soluciones de fuerza que cultivan las violentas tramas de los hombres armados.

Posiblemente, uno de los mejores filmes del año. Un retrato del fracaso de la épica revolucionaria y progresista.

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