The media (BBC News Mundo), aparentemente alarmada, denuncia que “las elecciones en Europa fueron ganadas por la derecha”. Para la periodista Ana María Roura triunfaron “los ricos”, segmento en el cual, en su criterio, solamente unos pocos destinan su patrimonio a la atención de las necesidades de otros. O sea, acudiéndose a la sabia gramática “aquellos que no tienen lo necesario para vivir”. Y por tanto, para unos cuantos “humildes o de poco valor”. “El desprendimiento patrimonial”, en efecto, no ha sido común y mucho menos frecuente. Tampoco constante. Por el contrario, estrictamente excepcional, como el de “San Francisco”, il poverello d’Assisi, “por su abrazo de la pobreza como forma de vida”. Muchas de las grandes fortunas de Estados Unidos, se lee, también, que han acumulado miles de millones, pese a que, asimismo, aumentan las obvenciones. Los 25 mayores filántropos del país han donado un total de 169.000 millones de dólares a lo largo de sus vidas (Estimaciones de Forbes). Una suma mayor a los 149.000 millones de dólares del pasado. Así leemos, convencidos de que no se trata de una actividad limosnera. Más bien de la inserción de los desposeídos a actividades productivas, dirigidas a enriquecer a los países y a coadyuvar a un mejor nivel de vida. Ha de ser por allí como debería examinarse la dualidad entre derecha e izquierda, por supuesto, sin olvidar, como acota la citada periodista, que el verdadero precedente de la dupla está en la Revolución francesa (cuánto poder ha de reconocerse al rey), consecuencia de una legítima censura a la monarquía, representada en la ocasión por Luis XVI, guillotinado en agosto de 1789, quien como se infiere de las fuentes pareciera haber muerto sin saber, ni siquiera, que lo que estaba en consideración era “la continuidad de la monarquía o derogarla. El grito de un desafiante pueblo parisino era, en efecto, “Viva la República”.

Más que la distinción que pretende hacerse entre la derecha y la izquierda, en un contexto riguroso, profundo y serio, pareciera preferible hablar de “socialistas y liberales”, asumiendo que entre unos y otros se adelanta desde siglos una batalla en lo concerniente a la materialización del “bien común” como objetivo de la política, cuando la misma sea seria. Se trata, como se ha escrito del “compromiso moral” concebido como un requerimiento al liberalismo para luchar contra la inopia. Se dotaba así de contenido social efectivo a la política democrática, pero lamentablemente quedó como “un simple acto de voluntarismo humanitario” (El bien común como idea política. John Stuart Mill, los liberales y sus críticos, José Sanmartín, 2006).

En el mencionado análisis de Ana María Roura (BBC News Mundo), esta se pregunta: ¿Qué tuvieron que ver las sillas en lo relativo a la separación entre izquierda y derecha? La respuesta se encuentra en esa difícil y hasta errática actividad que es la política, pues quienes eran partidarios de que en Francia se estableciera “una monarquía constitucional”, como en Inglaterra, se ubicaron en los asientos de la derecha, al lado del rey, y aquellos que luchaban por menos poder al monarca lo hicieron a la izquierda. Desde esa fecha el facilismo condujo a que algo tan imprescindible para el mundo como “la equidad social”, esto es, la ratio misma de nuestra propia existencia deambulase entre un par de “sustantivos”. ¿Será acaso pereza humana o indiferencia? La contestación que por favor la haga el leyente.

En América Latina “la manera de hacer política” debería tener presente la Doctrina Social de la Iglesia, importante documento en el cual se trata lo que atañe «a las situaciones y problemas relacionados con la vida concreta, personal y social del hombre», sujeto como es sabido a los problemas sociales y económicos. Una pertinente pregunta se formula en el compendio: ¿Cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero y auténtico crecimiento del hombre? La procura es, por supuesto, aplicable a otras regiones donde se comparten bondades y miserias, opulencias y ruinas, riquezas y empobrecimiento. Odiosas desde donde se les mire.

Una aproximación real, en el contexto de lo hasta ahora delineado, es “la obsolescencia de la expresiones derecha e izquierda” y mucho más las derivaciones “demócrata de derecha y demócrata de izquierda”. También es obsoleta la apreciación, ya hasta irónica, de haber sido las sillas las determinantes en lo relativo a la distinción entre una y otra. Los franceses se alzaron contra una monarquía ya decrepita en manos del desencajado Luis XVI

El cuestionamiento a la dualidad derecha e izquierda se menciona en nuestro más reciente libro ¿Papeles? Algunos menos serios que otros (Editorial Dunken, Buenos Aires, Argentina, 2024). Y allí se acota: “Preguntarse hoy, como se pretende, si ‘la derecha y la izquierda’ son antagónicas es sumergirse en el mundo de las dificultades”. Se anota, incluso, que “hoy lo que define a una en un país, puede disentir con la de otro. Incluso hasta en épocas pasadas la burguesía fue revolucionaria y luego conservadora, así como el liberalismo progresista, o sea, de izquierda. Una mixtura como de ir y venir. Un poco como que dependiera del aire que sopla”. La dualidad de términos debería afirmarse, ha caído, también, en “la chercha”, pues a más de un político se le ha escuchado, inclusive, que Cristo fue de izquierda. Tal vez, haya que estimar cómo sería la apreciación del académico Giovanni Sartori, para quien “la izquierda es altruismo, mientras que la derecha es egoísmo”. El deterioro de la terminología, si aceptáramos la apreciación anterior, confirma el desuso de una dualidad, hoy con muy relativa vigencia. En apoyo a la apreciación se lee que eliminada la obligatoriedad ética de ayudar y ser ayudado, el liberalismo perdió, salvo excepciones, sus importantes reservas morales, quedando aislado de su tradición y fuentes originarias. Así termina este importante párrafo del ensayo arriba mencionado (José Sanmartín).

En Venezuela, si la tomáramos como ejemplo, se experimentó una reacción de extrema izquierda contra el gobierno democrático que presidiera Rómulo Betancourt, a raíz del derrocamiento popular de la dictadura que para entonces reinaba. En las esquinas se escuchaba “Izquierda sí, Derecha no”. Se trató de un movimiento bien montado, inclusive, con la influencia de la Cuba de Fidel Castro y hasta con guerra de guerrillas, ilustrada en un panfleto de Ernesto Che Guevara. The Great President logró derrotarla con el apoyo de las fuerzas democráticas y de las fuerzas armadas. A esa democracia se le interrumpió electoralmente, previo un intento de “golpe de Estado”, por un régimen cuya atipicidad se ha venido prolongando en el tiempo, ya bastante largo. Le correspondió a Carlos Andrés Pérez, en una segunda presidencia, evitar el levantamiento castrense, lo cual no pudo en lo relativo al triunfo electoral aplastante de Hugo Chávez. Ha transcurrido ya bastante tiempo bajo políticas no del todo acertadas. En la proximidad de unas elecciones presidenciales (28 de julio de 2024) la oposición, en principio, ha logrado una reconocida aquiescencia popular y que de ser privilegiada por el voto popular le corresponderá una ardua tarea. Dios quiera que nos se enrede entre la izquierda y la derecha, ya que puede ser víctima de “un izquierdazo”, la última palabra del título de este ensayo, cuya interpretación queda, igualmente, en manos del lector.

Y algo más, asimismo, para el leyente:

¿Nos proveeremos de una nueva Constitución, como para empezar de nuevo?

Es duro expresarlo, pero Dios quiera que no siga rigiendo la máxima “amanecerá y veremos”. Y que resolvamos los problemas que tanto nos agobian.

Comentarios, bienvenidos.

@LuisBGuerra

 


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