OPINIÓN

La isla del doctor Schubert (tanteos estéticos sobre la novela)

por Rafael Rattia Rafael Rattia

Su autora, Karina Sáinz Borgo (Caracas, Venezuela. 1982) es una periodista y escritora global, a estas alturas de lo que va de siglo ostenta dos soberbias novelas que ya han sido tan bien recibidas por la crítica especializada mundial y no menos mejor ponderadas por las inteligencias críticas de los suplementos culturales y literarios del orbe.

El sello editorial LUMEN que la acompaña desde su ópera prima La hija de la española y su segunda novela El tercer país ha logrado la traducción y publicación de las novelas antes citadas a una treintena de idiomas, lo cual le ha catapultado a eso que Cioran definía como «un malentendido»: la fama. Karina Sáinz ha logrado lo que pocos novelistas latinoamericanos han conseguido antes de rozar los 40 años; ser incorporados al elitesco y aristocrátcio catálogo de Ediciones Gallimard que -obvio es subrayarlo- bastante es decir.

Con su tercera novela La isla del doctor Schubert, también editada por LUMEN, Sáinz Borgo se reafirma y ratifica su poderosa capacidad de escritura de textos de largo aliento. La novela es su fuerte aunque, por ahora; es decir, por los momentos, se desempeña como una de las firmas más prolíficas y productivas en las páginas de arte y cultura del centenario diario español ABC. No obstante su incansable ejercicio periodístico como columnista, articulista de opinión, reseñista y crítico literario y entrevistadora de cuanta estrella intelectual-literaria surca los cielos y el ancho firmamento de la vertiginosa e incesante producción bibliográfica de la Unión Europea.

Luego de que se calma la tormenta de ansiedades en torno al advenimiento al mundo editorial de esta tercera novela de Sáinz Borgo, sus lectores cautivos que somos legión, ¡al fin! llega a nuestras manos de la mano de Penguin Randon House Grupo Editorial en su 1ª edición del mes de marzo de 2023. Las ilustraciones, tanto de la portada como de las páginas internas, vienen refrendadas por Nàtalia Pàmies y los dos epígrafes que hacen de paratextos exhiben las inmortales rúbricas de Javier Marías y Franz Kafka respectivamente. Nada es casual en esta luciferina novela de Sáinz Borgo. La adopción de la tercera persona que adopta el narrador es el rasgo fundamental de veritatividad que respalda la verosimilitud del abigarrado tejido de historias y microhistorias que hilvanan el no pocas veces abrumador tapiz narrativo de la imaginación desbordada que riela ante los ojos de quien se embarque en la gozosa aventura de su lectura.

La aventura de la imaginación se inicia a las siete de la tarde (no es casual que sea de noche) «una tarde sin campanas». El novelista venezolano Juan Carlos Méndez Guedez  diría, en las antìpodas, «una tarde con campanas». Los prolegómenos de esta novela se inician en un expendio de libros con nombre de hotel literario, «el Savoy». La voz actancial del sujeto que narra es una copista, una intérprete, una cronista o tal vez una hermenéuta de «cantos de sirena» que evocan voces reverberantes de otras voces cuyos ecos se pierden en los espejismos fatamorganas del Adriático, el mar del doctor Schubert a decir de la voz ficcionalizadora del narrador. El lector no puede evitar a medida que se interna por los pliegues de los folios del poco más de centenar de páginas subsumirse en vientos marinos, olorosos a sales yodadas provenientes de las cuevas y arrecifes del mar balear. El hirviente archipiélago de las islas baleares prorrumpe intempestivamente como emergiendo de los abisales acantilados de ignotos mares nostrum avecindados al mediterráneo del lector que zarpe a las aguas de allende los mares.

Un elemento de sutil alusión cristiana lo constituyen las «cuarenta noches de vigilia con sus insomnios» que hacen las veces de delirantes ensoñaciones y de sulfurosas alucinaciones fantásticas que exornan las tramas y subtramas entreveradas a lo largo de la narración. Personajes increíbles invencionados por Sáinz Borgo como la guardiana del paso de Mesina, un ser sexticéfalo con doce canes salvajes amarrados del talle de la guardiana. Páginas profusamente impregnadas de seres míticos y entidades mitológicas fantasmáticas provenientes de un mundo extinto como «sirenas, ondinas y lamias» que extravían la razón y la sensatez. Por estas páginas de asombrosas verosimilitudes y de hermosas mentiras verdaderas transitan existencias que adquieren carta de veritatividad al fragor de imposibles navegaciones y naufragios sitúan a sus invencionados personajes que se desplazan de una ínsula del Mediterráneo y surcan las aguas de la imaginación irredenta del narrador hasta hacer posible su presencia las salinas de Araya en los arrecifes  de Cubagua, en un islote del Caribe una día visitado por el genovés Cristóforo Colombo y desandar sus pasos por el delta del Orinoco e incluso remontar las fluviales correntes del Guaviare y del río Negro; todos topónimos de una febril geografía de la sensibilidad del narrador que desea inventar otro mundo con sus ubicuos y fantásticos seres de este mundo capaces de descender al abisal inframundo de lo inimaginado. En ese orden del discurso narrativo la autora de La isla del doctor Schubert hace gala ostentatoria y sin rubor de una capacidad demiúrgica que logra hacer coexistir lo real dado-constituido, lo empíricamente registrable por nuestros sentidos con un mundo barrocamente epifenoménico sólo comparable -mutatis mutandi- con ciertos personajes de la saga garciamarquiana en lo tocante al cariz fantástico maravilloso esta vez ambientada la novela de Karina Sáinz en el kilómetro cero de la isla del fin del mundo cuyas coordenadas geosemiológicas sitúan su centro en todas partes y su circunferencia en ninguna a la manera pascaliana.

La autora de La isla del doctor… no tiene empacho en admitir que las historias de navegantes y sus insólitos naufragios, verbigratia la zozobra y hundimiento del Persiles que iba con rumbo al sur de Irlanda o de los hipotéticos navíos que naufragaron en las irascibles e infinitas aguas del Atlántico. No se oculta en las páginas de esta novela la lírica poeticidad de un imperceptible erotismo como el que dan cuenta «mujeres con cola de pez que merodean los desembarcaderos a los que acuden los marinos para tatuar en su espalda nuevos nombres que olvidar».

Una prosa tersa de protéico vigor expresivo se hace patente en el irrompible hilo narrativo que exhibe la sintaxis del relato de largo aliento de Sáinz Borgo. Hondura y fascinación: dos caras de una moneda que suele abundar poco en la narrativa novelesca de esta segunda década del siglo XXI. Sáinz Borgo reúne esa doble faz en una especie de amonedamiento signado por la lucidez en la escritura. «En la isla del doctor Schubert todo ocurre en dirección contraria a la muerte». Ciertamente, hasta el más hórrido monstruo marino susceptible de transmutarse o metamorfosearse esta, efectivamente, movido por intensos y por demás evidentes sentimientos de amor y apego a la vida. El doctor Schubert habla incluso el idioma de los reptiles y los pianos desafinados pero nunca el lenguaje de la muerte ni de alguno de sus corolarios. El capitán y héroe sobreviviente de la batalla de Solferino es la más viva expresión de una apuesta del vivir contra morir. Por alguna razón desconocida el médico cirujano doctor Schubert «procuró mantener en silencio los conocimientos de medicina de guerra que aprendió en el ejército del emperador». Y como prueba frahaciente del anterior aserto; «dicen los habitantes de la isla que Schubert convierte en seres vivos a las estatuas».

A juzgar por las singulares características de la biblioteca del doctor Schubert el lector halla gratas coincidencias con, por ejemplo, la Biblioteca de Babel del gran Homero argentino quien premonitoriamente atisbó a vislumbrar la gran biblioteca del mundo donde se «alojan todos los títulos del universo».

Por los anaqueles de la biblioteca del doctor Schubert habitan autores de poesía y cantos épicos antiguos y modernos incluyendo a los más representativos heterónimos de la poesía de aquende los mares.