Observamos atónitos cómo varios países tratan de demarcar “zonas de ocupación» en la Luna, sin que medie un nuevo acuerdo de Yalta sobre el destino de esos páramos. En nuestro satélite no habrá que indemnizar a nadie y el expolio de sus yacimientos de sus metales preciosos no llamará la atención de las ONG ambientalistas. De todas formas, un acuerdo como el de Yalta en 1945 solo sirvió para repartirse el mundo, dando comienzo a lo que se conoció como la Guerra Fría.
En 1957, la URSS da comienzo a la carrera espacial con el lanzamiento del Sputnik I, siendo la primera en orbitar la Tierra y después logra enviar con éxito sondas robóticas a la Luna para recoger muestras, pero Estados Unidos la superó con la hazaña del Apolo 11, al desembarcar sus astronautas en julio de 1969. Desde entonces, ambas potencias en disputa por el cosmos no han cesado de explorar ese cuerpo celeste situado a una distancia de 384.000 km de la Tierra.
En fecha reciente, el máximo responsable de la NASA, Bill Nelson, en unas inauditas declaraciones expresó: “Queremos proteger el agua de la Luna para impedir que China se apodere de ella”. Los comunistas chinos planean izar su bandera en el polo sur, donde se cree que hay zonas congeladas, reclamando así una parte de la torta. En el mes pasado, los rusos fracasaron en su intento tras estrellar su nave, pero los indios lograron posar el pasado 23 de agosto un módulo lunar y un vehículo explorador que ya ha enviado datos a su base confirmando la presencia de azufre, aluminio, calcio, hierro, cromo, titanio y, algo muy importante, hidrógeno.
Desde 2023, un conglomerado de países y corporaciones privadas se han aliado con Estados Unidos en la llamada misión Artemis 3, con el objetivo de conquistar el polo sur de la Luna, agrupando a 25 países, las agencias espaciales de Europa (ESA), Japón (JAXA) y Canadá (CSA) y un sinnúmero de corporaciones privadas entre las que se encuentra Space X, de Elon Musk, que utilizará la Luna como una escala en sus planes de establecer humanos en Marte. Artemis 3 establecerá una base en diciembre de 2025, para que un hombre y una mujer vivan en el polo sur del satélite. Estos nuevos Adán y Eva no correrán el riesgo de encontrar ningún árbol del bien y del mal, no hay manzanas ni serpientes, solo helio, agua y hielo en las grietas, que servirá para generar hidrógeno, esencial para el combustible de los cohetes maniobrables de Musk y oxígeno para respirar en la base habitable en suelo lunar donde podrían, por azar o necesidad, procrear al nuevo hombre lunático. China comunista también enviará astronautas al polo Sur en 2030. Las actuales tensiones políticas terrestres se trasladarán por igual al brillante astro nocturno.
Chatarra terrestre flotando en el cosmos
Los alcances de la tecnología espacial han sido una variante de la carrera armamentista de las grandes potencias. En 1955, cuando los Estados Unidos y la URSS se enfrentaron en la Guerra Fría, los satélites se utilizaron para espiar al enemigo y con misiles balísticos intercontinentales a bordo establecieron la posibilidad de la denominada “guerra de las galaxias”. Los logros espaciales han servido de propaganda política, para demostrar la capacidad científica y el potencial militar de esos países. Pero como todo lo humano y terrestre tiene un final, por destrucción provocada, fatiga mecánica o errores de Murphy, en el cielo se fue acumulando una enorme cantidad de chatarra. La basura espacial flota en una franja orbital ubicada entre los 200 y los 2.000 kilómetros de altura, donde operan 10.192 satélites científicos y militares. La Agencia Espacial Europea (ESA), ha expresado su preocupación sobre los peligros del espacio orbital que circunda la Tierra, ya que han cuantificado más de 900.000 objetos con un tamaño de entre 1 y 10 cm, y unos 34.000 con más de 10 cm. “Estos desechos espaciales pueden ser tan grandes como un satélite inactivo, similar al tamaño de un automóvil, o tan pequeño como una escama de pintura”. El número de desechos espaciales de origen terrestre asciende a 10.400 toneladas. El verdadero peligro es la velocidad a la que se mueven estos desechos, a más de 28.000 kilómetros por hora, convirtiéndolos en proyectiles letales para naves y astronautas (Informe Iberdrola, 02/09/2023). Parafraseando a Andrés Rábago, humorista satírico y caricaturista del diario El País, “En el cielo los ángeles, arcángeles y querubines ya se confunden con la chatarra espacial”.
La Luna cumple funciones vitales para nuestro planeta
No hay duda de que los avances en la tecnología espacial han brindado la oportunidad de descubrir y explorar el cosmos en busca de respuestas astrofísicas y ontológicas vitales para comprender el origen y la razón de nuestra existencia, pero no podemos dejar de preocuparnos por la acción humana que se ha caracterizado en la Tierra por su desprecio al medio ambiente, esa mentalidad que aborda la naturaleza como un objeto autónomo y separado de lo humano que se puede expoliar a mansalva para beneficio propio, sin importar las consecuencias.
Los tratados internacionales impiden a las naciones la apropiación del espacio ultraterrestre, pero no contemplan ninguna prohibición a la explotación de sus riquezas. La basura espacial es solo una muestra de lo que sucederá en la Luna, ya que en la Tierra, la capa de ozono de nuestra atmósfera está en riesgo por la emisión de gases de efecto invernadero, los océanos son un vertedero de desechos tóxicos y miles de toneladas de plásticos, los desastres ecológicos producto de la explotación petrolera sin normas y el expolio del Amazonas ocasionado por la minería que destruye sin misericordia el pulmón del planeta aniquilando a sus habitantes ancestrales, son solo una muestra de los daños que posiblemente ocurrirán en la Luna ocasionados por la voracidad de las ambiciones terrícolas. La Luna, desde hace 4.500 millones de años cumple funciones vitales para nuestro planeta, entre otras, su fuerza gravitatoria ayuda a estabilizar el ángulo de inclinación del eje terrestre con efectos significativos en nuestro clima, provocando mareas regulares en los océanos; muchas especies animales sincronizan su comportamiento y orientación con las fases lunares, siendo por siglos referencia para navegantes y una fuente de inspiración de poetas y soñadores.
Selenitas en peligro de extinción
Ursula K. Le Guin (1929-2018), notable autora de ciencia ficción, sostenía que las obras de ficción especulativa deben ser abordadas como “anticipatorias”. Por eso, hago referencia al filme mudo Un viaje a la Luna, realizado en 1902 por George Méliès, considerado el pionero de la ciencia ficción en la historia del cine. Elizabeth Ezra, en su libro Méliès, expresa: “El interés de Méliès en el satélite natural de la tierra se enmarca en un período en que hay un ánimo de explorar lo desconocido por parte de las potencias europeas. A inicios del siglo, Francia poseía dominios coloniales en África y Asia (…), la idea de viajar y conquistar la Luna, tenía la misma lógica. El filme relata la historia de un grupo de astrónomos que decide viajar hacia la Luna, para lo cual construyen un cohete que es disparado desde un enorme cañón. (…) Ahí es cuando se produce la famosa secuencia en que la nave se incrusta en un ojo de la cara del cuerpo celeste”. En el filme, los astrónomos, al explorar la superficie del satélite, libran una batalla contra los selenitas, caracterizados como sujetos salvajes que terminan siendo exterminados. “Sus comportamientos y los patrones jerárquicos en la Luna muestran un parecido curioso con los de la Tierra», concluye Ezra.
No tengo duda de que los programas de explotación del subsuelo lunar causarán desastres ambientales como en la Tierra, afortunadamente en la Luna no hay indígenas selenitas, bueno, eso creemos. Los lunáticos viven aquí en la Tierra.