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La invasión de Macuto no ha tenido lugar

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Al reflexionar sobre los recientes sucesos en la costa venezolana no puede menos que recordarse aquel pequeño libro que publicó Jean Baudrillard en 1991, cuando todavía estaba fresco el sonido de los disparos y las luces de los misiles en la tierra de Hammurabi y Gilgamesh. Unas semanas antes de comenzar la guerra, después de que George Bush aseguró que era inminente la intervención militar de Estados Unidos con sus aliados para restituir la soberanía de Kuwait, el pequeño emirato tomado por Irak en un santiamén, el filósofo francés aseguró en un artículo que no se produciría tal guerra.

He aquí que la invasión sí se produjo. Y lo sorprendente fue que Baudrillard, después de presenciar, como el resto del mundo, el comienzo y el final de la primera guerra transmitida en televisión en vivo y directo –vía CNN, en su cénit en aquel momento– con explosivos y misiles teledirigidos, mantuvo incólume su apreciación y concluyó que, efectivamente, La guerra del Golfo no ha tenido lugar –el título del libro–. Desplegó, así, toda su teoría sobre el simulacro, señalando que en este caso el acontecimiento no había producido la información, sino todo lo contrario, la información había producido al acontecimiento. Deconstruyó, entonces, con toda la panoplia del posmodernismo, el mapa del mundo comunicacional contemporáneo, sosteniendo que los acontecimientos ahora son –como cualquier película, video o reportaje televisivo– prefabricados y editados en todos y cada uno de sus detalles.

Aunque pueda parecer una desproporción comparar aquella guerra, llamada por el soberbio Saddam Hussein “la madre de todas las batallas”, con la poco menos que  esmirriada, ruin y melodramática “invasión” de dos pequeños peñeros (con el atenuante, además, de que esta no fue transmitida ni por CNN, cuya señal está bloqueada en Venezuela, ni mucho menos por el canal 8 o la TVES de Winston), lo que se ha observado y sabido hasta el momento apunta en el camino de Baudrillard: todo fue una simulación, una pantomima. La “confrontación” del 3 de mayo en Macuto –y las subsiguientes en otras partes de la costa aragüeña– pese a traer consigo varias lamentables muertes (aparentemente, de compatriotas que actuaron llevados por su convicción) nunca tuvo lugar, pues todo fue un montaje cuidadosamente preparado por uno de los principales “editores” del régimen (Diosdado Cabello), desde los meses finales de 2019, cuando el desafortunado proyecto de dos asesores del gobierno interino (J. J. Rendón y Jorge Vergara) de contratar una empresa de mercenarios fue desechado, mas sin poder reparar los daños a posteriori, puesto que fue pronto “comprado”, siguiendo adelante el gobierno de Maduro con la denominada Operación Gedeón.

Indiscutiblemente, la incursión de Macuto tuvo un rango de ficción mucho mayor que la Guerra del Golfo, pues en esta al menos hubo una confrontación comprobable e inobjetable en las arenas iraquíes, y allí estuvieron cientos de tanques y soldados armados de lado y lado (no en balde, a Baudrillard lo criticaron por exagerar la condición artificiosa de la guerra), mientras en nuestras asoleadas costas aragüeñas no hubo medición de fuerzas alguna que se pueda comprobar, y obviamente no se le puede dar ningún valor a lo que digan los militares infiltrados y los actores de reparto.

Por eso es inútil tratar de establecer una comparación con otras invasiones de nuestra historia pasada, como la del Falke, en 1929, pues esta sí fue un acontecimiento legítimo en el sentido pleno de la palabra, ya que poseía –como apunta Baudrillard en su caracterización– el rasgo épico de las guerras reales, marcadas por el idealismo y la fuerza moral de sus protagonistas, que pese a poder estar equivocados –o justo por ello– en los medios apropiados y la oportunidad de derrocar al tirano, adquirieron la aureola de héroes trágicos.

Los simulacros, no obstante, pueden tener un impacto igual de significativo que los acontecimientos reales, sobre todo si los ciudadanos son rehenes de la información oficial, como pasa en Venezuela. La desazón tocó puertas nuevamente en la oposición, y la culpa recae otra vez en las flaquezas del liderazgo.

Lo que ha sucedido revela que, después de ser liberado de la disciplina partidista, Guaidó no ha logrado garantizar, todavía, que las decisiones del gobierno interino tengan claridad estratégica, amén de que algunos de sus nombramientos parecen haberse realizado con criterios sesgados y poco claros, en momentos en los que se demanda la colaboración de los recursos humanos más competentes del país. El suspiro auspicioso que significó el anuncio  –casi en simultáneo con voceros norteamericanos– de una estrategia dirigida a presionar al régimen para elegir un Consejo de Estado, se ha desvanecido. Ahora más que nunca toca retomar –aún en plena cuarentena– la agenda política para reconectarse con el ciudadano de la calle y realizar una reorganización de las fuerzas sociales y políticas que nos permita acercarnos a la transición democrática.

@fidelcanelon

 

 

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