OPINIÓN

La inteligencia artificial y la política española

por Emilio de Diego García Emilio de Diego García

RAÚL

Tal vez, a pesar de la repetición del término debate, en realidad sólo sea ruido, lo que escuchamos en torno a ambas cuestiones. Aunque cada una, en su calidad y trascendencia, merezcan el mayor interés por parte de la sociedad. La Inteligencia Artificial es la más portentosa manifestación de una tecnología que –como advierte el profesor Casar Corredera– hace nuestra vida más fácil y cómoda, pero menos reflexiva y libre. Conforta, pero a la vez genera gran preocupación, el hecho de que las manifestaciones más cautelosas, respecto a sus consecuencias, provengan de quienes tienen mayor conocimiento de la situación.

Hace poco se publicó un documento titulado «Pause Giant Al Experiments: An Open Letter», que, por la relevancia de sus firmantes, entre ellos Elon Musk, Steve Wozniak, Josua Bengio, Nouval Noah Harari…, merece seria reflexión y debate riguroso. Se trata de la petición de una moratoria, de al menos medio año, en la creación de sistemas más potentes que GPT-4. Más alarmante todavía ha sido la posición de algunos de los «padres» de la IA (Máximo Minsky y Geoffrey Hinton), arrepentidos ante el temor de que ésta acabe destruyendo la naturaleza humana. La gran interrogante sería «si la IA supera la inteligencia humana, y además aumenta su propia autonomía, ¿cuál es el futuro de los seres humanos?» Este es el DEBATE pendiente. ¿Por cuánto tiempo? A pesar de todo el comentario «buenista» repetido, una y otra vez, concluye: «no hay que limitar la IA, solo su mal uso», ¡enternecedor!

Entre tanto los políticos aquí, en «nuestro país», siguen jugando con el mañana. Los resultados electorales del 28 de mayo provocaron una importante conmoción. Seis días después el señor Sánchez, presidente menguante del gobierno, anunciaba otro episodio digno de la pluma de Quevedo o Valle Inclán: el 23 de julio habrá elecciones generales. El lema del PSOE para la campaña de los recientes comicios autonómicos y municipales terminó mal, como nos temíamos. La llamada a los votantes «a defender lo que piensan» sólo fue seguida por los 300.000 miserables, que haciendo caso a Sánchez, votaron a Bildu. En vista de ello, el especialista en frases escuetas, de éxito seguro, el otro genio sobresaliente en disparates, junto a Tezanos, ha despejado toda duda: «Ahora sí».

El triunfo estaría asegurado manejando dos ingredientes: el aviso del hambre, en caso de derrota, y el toque de fajina, llamando a los votantes. Por si acaso se intentará poner en marcha un tercer recurso, los debates. Ahora sí, esta vez no se puede fallar. El candidato del PSOE, salvo sorpresas (aquí nunca se sabe), ha retado a su contrincante a media docena de confrontaciones televisivas. Y si le fueran convenientes, más. Pero el señor Núñez Feijóo se resiste. Hace bien. A escenificar absurdos sólo acuden, con entusiasmo, los que se sienten en peligro inminente. Demasiado tiempo ha tenido el señor Sánchez para exponer lo que tenga que decir, en cuanto a la situación de España y sus proyectos. Sobre todo en sede parlamentaria, donde no ha tenido a bien, casi nunca, contestar las preguntas hechas por la oposición. Las sesiones de control al gobierno parecían, al final, más de descontrol o de control inverso.

Tal vez el líder de los populares podría aceptar uno de esos llamados debates, en realidad monólogos convertidos en ramplones oratorios duelos violentos, donde la primera víctima mortal es la verdad. En tal caso, debería exigir una condición que ese vis a vis tuviera lugar, a las doce del mediodía, en la Puerta del Sol, ante todas las televisiones de España, si lo desean, y cuantos ciudadanos quisieran acudir. Probablemente, en tal escenario, en un día caluroso de julio, y a plaza llena, decaería mucho el afán confrontativo del presidente, medroso de un público hostil. Pero resultaría magnífica esa especie de escenificación de Duelo al sol, con Núñez Feijóo como sustituto de Joseph Cotten en el papel de Jesse McCandless y Sánchez, haciendo de Gregory Peck, en el personaje de Lewt (Lewton McCandless). Alberto se vería físicamente bastante favorecido y Pedro no empeoraría de aspecto. Sin embargo, me temo que el ocupante de la Moncloa se negaría. Porque en el momento cumbre, según el guion, debería reconocer, en un rapto de sinceridad, que «es inútil que siga mintiendo, se acabó todo». Sublime frase que aplaudirían a rabiar los espectadores, presentes y televidentes.

Por si acaso al presidente del PP le convendría eludir las últimas trampas de su contrincante. Mientras llega el desenlace final, le bastará tomar la mano de San Rosendo, santo gallego, ejemplo de fraile astuto, avezado en política, y no meterse en los charcos. Táctica que, hasta ahora, no le ha ido mal. El verdadero DEBATE, pervertido en nuestra política, tardará en llegar.

Artículo publicado en el diario La Razón de España