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La influencia de la tecnología en las relaciones personales

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En los tiempos que corren, la tecnología se ha convertido en el nuevo dios al que rendimos pleitesía. Nos prometió acercarnos, derribar fronteras y unir corazones separados por océanos. Sin embargo, en este festín de bits y bytes, hemos terminado más solos que nunca, rodeados de pantallas que nos muestran un reflejo distorsionado de la realidad.

Recuerdo cuando las conversaciones se tenían cara a cara, con miradas que hablaban más que las palabras. Ahora, nos escondemos tras mensajes de texto, emojis y likes que intentan suplir el calor humano. La tecnología, en su afán de conectarnos, nos ha convertido en náufragos en un mar de información, donde la superficialidad es la moneda corriente.

En este mundo hiperconectado, la paradoja se hace evidente, mientras más nos vinculamos digitalmente, más nos alejamos de la auténtica interacción humana. La tecnología, que prometía acercarnos, a menudo nos sumerge en una soledad no deseada, caracterizada por una desconexión emocional con quienes nos rodean. Al mismo tiempo, nos roba la oportunidad de disfrutar de la soledad buscada, ese estado de introspección y reflexión personal que nutre nuestra creatividad y bienestar emocional.

Las redes sociales, esos espejismos de amistad, nos venden una realidad edulcorada donde todos son felices y exitosos. Pero detrás de cada selfie perfecta hay una historia de inseguridad y anhelo de aprobación. Nos hemos convertido en esclavos de la validación digital, olvidando que la verdadera conexión no se mide en seguidores, sino en relaciones profundas y significativas.

Además, la tecnología ha erosionado nuestra capacidad de atención y reflexión. Saltamos de una notificación a otra, sin detenernos a pensar, a sentir. La lectura pausada, las conversaciones sin prisas, se han convertido en reliquias de un pasado que parece lejano. Estamos perdiendo la habilidad de estar presentes, de mirar a los ojos y escuchar con el corazón.

No se trata de demonizar la tecnología, sino de reconocer que, como cualquier herramienta, su valor depende del uso que le demos. Es necesario recuperar el control, establecer límites y recordar que, al final del día, nada sustituye el calor de una conversación en persona, el abrazo sincero de un amigo, la risa compartida sin filtros ni pantallas de por medio.


Pedro Adolfo Morales Vera es economista, jurista, criminólogo, politólogo, historiador y documentalista.

 

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