OPINIÓN

La imprenta en Puerto Cabello

por José Alfredo Sabatino Pizzolante José Alfredo Sabatino Pizzolante

La imprenta entra tardíamente a las principales ciudades de Venezuela. Antes de 1830 solo Caracas, Valencia, Cumaná, Ciudad Bolívar, Maracaibo, Puerto Cabello y Barinas disponían de talleres que permitían la impresión de hojas sueltas y periódicos, más tarde de folletos y libros. No será sino a partir de 1860 cuando se introduce en San Antonio del Táchira, Trujillo, Maturín, San Felipe y Carora, entre otras, lo que confirma lo anterior.

Aunque algunos autores afirman que a Puerto Cabello llega en 1822 cuando es introducida por el español Permañer, otros como Alí Brett Martínez señalan que no será sino en 1825 cuando se establecen en el puerto los talleres tipográficos de Joaquín Jordi y Juan Pío Macías. Es en la Imprenta Republicana del catalán Jordi en la que se imprime el primer periódico porteño, El Vigía, otro de corte jocoso titulado Plus Café, además de varios folletos relativos a proclamas del Libertador, actas de cuerpos deliberantes y disputas político-militares tales como el incidente de 1824, entre el Alcalde Ordinario Vicente Michelena y el general José Antonio Páez; similar material será impreso por Juan Pío Macías y N. Permañer. Hacia 1850 también funcionaba en la ciudad la imprenta de Felipe Rivas del que saldrían principalmente hojas de corte político.

Dos nombres, sin embargo, sobresalen en el oficio: Rafael Rojas y Juan Antonio Segrestáa. En efecto, el arte de la impresión experimentará significativo progreso cuando abre sus puertas el taller de Rafael Rojas, quien podría considerarse como el decano de los periodistas locales del siglo diecinueve. En su taller ven luz los dos primeros periódicos tamaño estándar que se editan en la ciudad: El Horizonte (1855) y La Regeneración (1858). Eventualmente se lanza al ruedo político como Diputado a la Honorable Diputación Provincial. Sobre sus convicciones acerca de los deberes del periodista, habla muy bien el siguiente párrafo, de gran actualidad, por lo que conviene transcribirlo en extenso:  “Si la misión del periodista es en todo tiempo ardua y dedicada, en los momentos de crisis políticas como la que atravesamos es por demás difícil ejercer esa especie de ministerio público, cuya base es la opinión, que varía con las circunstancias y según lo exigen los sucesos diarios que ocurren en la escena social. Los hombres que inician las revoluciones o figuran en primer término en los grandes cambiamentos (sic)  políticos, a poco andar, han modificado sus opiniones o se ven obligados a seguir un rumbo distinto del que al principio se propusieran, porque en la práctica los programas al parecer mejor confeccionados tienen que sufrir alteraciones, y los actores comprenden luego que las ideas que en abstracto ofrecían honor y gloria a sus ejecutores, en el hecho requieren más trabajo y sacrificios que utilidad positiva. Por eso es tan raro el mérito de los caudillos que marchan fijos a la ejecución de su idea primitiva, y es indispensable que alguna vez se usen de medios extraordinarios para no dejarse arrastrar por los vientos encontrados de las pasiones políticas. / El periodista, órgano de la opinión pública, está obligado a dirigirla y salvarla en los momentos de incertidumbre en que ella fluctúa combatida por las ráfagas violentas de los intereses fraccionarios…”. Rojas editará en 1854 una sobria edición de Los misterios del pueblo de Eugenio Sue, en cuatro tomos.

Discípulo de Rojas lo será el porteño Juan Antonio Segrestáa, traductor de la edición de Sue antes mencionada, a quien por muchos años se le tuvo por francés. Afirma Brett Martínez, citando al recordado cronista don Miguel Elías Dao, que la imprenta de Rojas será adquirida por Segrestáa; no obstante, la información no parece correcta. Rojas comenzó a imprimir La Regeneración luego de los sucesos de la Revolución de Marzo que derroca al gobierno de los Monagas, más tarde funge como su redactor en sustitución de R. Ramírez. Al mismo tiempo se imprimía en su taller tipográfico El Diario Mercantil, que había comenzado a circular alrededor de 1850. Este periódico aún se imprime en noviembre de 1860, conjuntamente con El Vigilante que sale a la luz el mes de octubre de 1859 de la Imprenta del Comercio, propiedad de Epifanio Sánchez. De tal manera tal que Segrestáa se inicia en el oficio de impresor con un taller distinto al de Rafael Rojas, esto es, el que comprara a Epifanio Sánchez. Un aviso aparecido en la prensa local en marzo de 1861 no deja dudas al respecto, pues Rafael Domínguez ofrece en venta “la imprenta que fue del señor Rafael Rojas, y que existe en este puerto”.

Por casi cuatro décadas el taller de Segrestáa desarrolla una intensa actividad en la que ven luz infinidad de hojas sueltas, folletos, libros y periódicos,  imprimiendo incluso para editores caraqueños como Rojas Hermanos y Alfred Rothe. Colaboradores en la imprenta fueron Epifanio Sánchez, Francisco Genaro del Castillo, Simón Cincinato Salom y Fernando Vicente Olavarría Maytín, correspondiendo a este último la corrección de los textos. Segrestáa traduce y edita incasablemente a los autores franceses y españoles, con el afán de poner los libros al alcance de los lectores a un precio asequible, y sin importarle perder dinero en el intento, no en balde don Ramón J. Velásquez lo llama el milagro editor.

Se había establecido así su taller tipográfico, el mismo que bajo la denominación de Imp. de J. A. Segrestáa, más tarde Imprenta y Librería de J. A. Segrestáa, funcionará ininterrumpidamente hasta la primera década del siglo pasado.

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