Estados Unidos no puede con China. Tampoco sabe que hacer con la Rusia de Putin; y no parece tener respuestas, por tanto, al caos y el desorden que está propiciando con fuerza el bloque mundial de poderes autoritarios. La primera conclusión de esta realidad inobjetable: el orden internacional liberal vigente está en peligro de extinción. Es posible que Joe Biden haya llegado tarde a la fiesta. El interés y necesidad de su administración en recuperar el liderazgo perdido enfrenta un escenario y unas condiciones totalmente adversas.

Los últimos impasses registrados recientemente, primero, entre las delegaciones de alto nivel de China y Estados Unidos, en Anchorage, Alaska; y luego, entre el presidente Joe Biden y su homólogo Vladimir Putin, son una muestra del clima internacional enrarecido que está anunciando tiempos de mayor confrontación. Nos pone al tanto de una dinámica de recomposición de alianzas geopolíticas, con Rusia y China erigiéndose en muro de contención y amenaza a la siempre presente intención manifiesta y hegemónica de Estados Unidos que pronto pudiera pasar a ser una simple añoranza. Hoy día las cartas parecen ser jugadas de manera muy diferente. Las realidades imponen nuevas estrategias y propósitos.

Las transformaciones del orden internacional

Una de las claves para entender lo que ha de ser el devenir de un orden internacional en continuo proceso de transformación –en medio de su hoy incuestionable multipolaridad– tiene que ver con la naturaleza y caracterización que adoptarán las relaciones entre la Republica Popular China y Estados Unidos. La participación de Rusia en este contexto de juego de poderes –si bien no es desestimable– debemos considerarla más acertadamente como un eficiente factor disruptivo, sobre todo en el campo cibernético y militar, y tomando en cuenta su alianza estratégica, quizás temporal y conveniente con Pekín, un entendimiento, por cierto, potenciado por la actitud desafiante de Washington.

De parte de Estados Unidos, no parece haber una definición clara de lo que será su posición frente a China. Por un lado, el presidente Biden ha dicho, como parte de su discurso, que habrá que desafiar a China cada vez que sea necesario y cooperar con ella en tanto sea posible. Esto último pareciera constituirse en una realidad ineludible si consideramos la interdependencia económica entre los dos países que trasciende el contexto de la guerra comercial bilateral, y otros temas de interés global como el cambio climático. Una aproximación que pareciera contrastar algo con la del asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan –presente en el encuentro de Anchorage del mes de marzo– quien ha declarado en otro contexto que “la era de acercamiento con China había llegado a un abrupto final”.

A poco tiempo del inicio del mandato de Joe Biden, y aun habiéndose tomado nota de los primeros indicios, es muy probable que sus equipos de asesores estén todavía en esa etapa de evaluación y reformulación de estrategias respecto a China. Washington tendrá que decidir si en su vinculación con China se planteará un juego suma cero entre dos sistemas políticos incompatibles, como ocurrió en la era de la Guerra Fría contra la antigua Unión Soviética, o si por el contrario aceptará con cierta resignación el ascenso de ese país en tanto que potencia competitiva, reservando áreas y márgenes para la cooperación global y bilateral.

De su lado, China ha insistido –haciendo uso de ese cinismo milenario– que seguirá siendo parte de su decálogo político y diplomático la intención de trabajar en función de relaciones constructivas con el mundo, y, en especial, con Estados Unidos, atendiendo a lo que considera el compromiso de ambos en beneficio de la estabilidad y la concordia planetaria. Eso sí, unas relaciones basadas en el respeto mutuo, pero sobre todo de los principios de soberanía, autodeterminación y no injerencia en los asuntos internos de los Estados. Es aquí donde parte importante de los pilares de la política exterior de Estados Unidos (respeto a los derechos humanos y a las instituciones básicas de la democracia liberal occidental) se ven afectados, y cuya displicencia y desprecio por parte de China se constituye en foco irreconciliable de las relaciones entre ambas potencias.

En la definición de su accionar internacional Estados Unidos ha retomado la ruta de reconstruir alianzas con sus aliados tradicionales. Un requisito indispensable para hacer frente a la entente China-Rusia y demás aliados del bloque de países autoritarios, pero que muestra ciertas vulnerabilidades que se explican por razones de tipo pragmático.

Europa, por ejemplo, aliado de Estados Unidos en la causa de los derechos humanos y la democracia, se ve presa de una interacción con China en la que intereses de orden económico se imponen. Muestra de ello fue el histórico acuerdo de inversiones firmado entre Pekín y la Unión Europea (diciembre de 2020) que, entre otros aspectos, ofrece un acceso sin precedentes al mercado chino. De igual forma, la necesidad de Europa de contar con un suministro de gas a bajo costo proveniente de Rusia condiciona muchas de las decisiones que habrán de tomarse en materia de sanciones. Un mecanismo que, si bien se ha venido aplicando, en atención a casos como el del líder opositor ruso Alexei Navalny, está atado igualmente a eventuales intereses de tipo económico y práctico.

Estas y otras realidades de orden pragmático plantean interrogantes recurrentes relacionadas con la verdadera capacidad de Estados Unidos de forjar alianzas eficaces con sus aliados, respaldadas en la convicción firme de señalar a China como el rival estratégico a combatir en los frentes que sean posibles y necesarios. En ese proceso de convencimiento Estados Unidos deberá demostrar que está de vuelta verdaderamente, que tiene la capacidad de superar la desidia de administraciones anteriores respecto a la pérdida de espacios hoy día ocupados por China y Rusia, que está en condiciones de revitalizar su propia economía en beneficio propio y de sus aliados, que es capaz de seguir haciendo valer su preponderancia científica y tecnológica, y, en fin, que es la potencia confiable en el escenario internacional, forjadora y protectora de los valores e intereses de las democracias occidentales.

Debido al peso incuestionable de China como eje de la economía global, Estados Unidos concentrará gran parte de su acción política y diplomática en tratar de convencer a sus aliados estratégicos acerca de la importancia de tomar conciencia de sus responsabilidades en materia de inversión en el área de la defensa. Un campo de la rivalidad entre las potencias en el que Estados Unidos sigue teniendo una gran ventaja comparativa y preponderancia, y que cobra importancia fundamental en el caso de su alianza histórica con sus socios de la OTAN, y más recientemente con el llamado Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD: Estados Unidos, India, Japón y Australia), alianza diplomática y militar concebida como una respuesta al aumento del poder económico y militar chino, que cobra hoy día más vigencia ante las tensiones en el mar de la China Meridional, debido a las históricas ambiciones territoriales de Pekín.

Mientras tanto, en pleno contexto internacional dominado por la pandemia del coronavirus, los regímenes autoritarios encabezados por China y Rusia siguen actuando a sus anchas, en un desafío permanente a su contraparte de Occidente liderada por Estados Unidos. Una realidad que resta credibilidad al liderazgo de Washington, y que se manifiesta todavía de manera singular e inexplicable en una zona natural de influencia en la que siguen ejerciendo su poder déspota las dictaduras de Cuba y Venezuela con el apoyo de factores extracontinentales afines.

[email protected]


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!