Con muchas dudas había aceptado la explicación institucionalista de Douglass North como la mejor respuesta a las crisis que sacuden muchos países y regiones que no logran encontrar un camino hacia la prosperidad y la libertad.
North afirma que las sociedades que se enriquecen son aquellas que desarrollan instituciones que permiten funcionar a los mercados. Si las instituciones garantizan la seguridad de la propiedad privada, protegen a las personas de la violencia arbitraria y permiten que los precios transmitan la información necesaria sobre los mejores usos de los recursos disponibles, garantizarán un desarrollo económico considerable. Si no logran crear este entorno estable, el desarrollo no sucederá.
North también explicó en detalle cómo algunas sociedades pueden persistir en mantener instituciones ineficientes. Cuando una institución produce grandes ganancias concentradas en una pequeña minoría que tiene interés en abogar por su mantenimiento, cuando los costos se distribuyen ampliamente de tal manera que casi nadie tiene interés en oponerse a esa institución. Allí se basa la categorización de instituciones extractivas aquellas que se cierran en favor de grupos sin beneficio a la sociedad en su conjunto y las instituciones inclusivas que por el contrario operan como entidades abiertas a la participación de todos en la construcción de metas de prosperidad y bienestar.
Producto de esta interpretación apareció un texto de lectura obligatoria “Por qué fracasan los países”, cuyos autores siguiendo la corriente institucional entran de lleno en la explicación. ¿Qué determina que un país sea rico o pobre? ¿Cómo se explica que, en condiciones similares, en algunos países haya hambrunas y en otros no? ¿Qué papel tiene la política en estas cuestiones? Uno de sus más famosos ejemplos es el contraste entre Nogales (Arizona) y Nogales (Sonora), dos pueblos limítrofes con la misma población, cultura, situación geográfica, clima etc. ¿Por qué una es rica y otra pobre?
Esta respuesta a pesar de la solidez de las argumentaciones dejaba un sabor amargo en la boca, a pesar de considerar que el institucionalismo era un cruce entre economía, sociología y política. Modestamente me preguntaba, las instituciones no se autoinstituyen, no tiene un alma propia que se reivindica en cada evento, no se autogeneran, ellas necesariamente, como toda creación inmaterial, obedecen a un impulso creador, una corriente de energía, de luz que proviene de alguna entidad que solo puede ser humana y las crea. En medio de esta digresión me parecía muy importante analizar el caso Venezuela, entender cuál era la raíz de nuestros problemas, dónde estaba la fuerza que había impuesto el camino o modelo con base en el cual se construyeron las instituciones venezolanas. La respuesta no podía ser otra que husmear en el liderazgo, en las tesis de los partidos vigentes, en las propuestas teóricas de los lideres que protagonizaban el océano de nuestra existencia política.
Afortunadamente, en fecha reciente aparece una respuesta, un camino de búsqueda que sin desechar el pensamiento institucional trata de llegar a un nivel más profundo, Allí se encuentra Stefan Dercon con la misma pregunta de Acemoğlu y Robinson: ¿Por qué unos países ganan y otros pierden? Dercon encuentra en sus investigaciones que la salida no radica en un determinado conjunto de políticas (que podrían calificar a una institución como inclusivas o extractivas), argumenta que la respuesta no está en un conjunto específico de políticas, sino más bien en un «acuerdo de desarrollo» clave, por el cual las élites de un país pasan de proteger sus propias posiciones a apostar por un futuro basado en el crecimiento.
Como cita Orlando Guédez Cakderin: “El hecho evidente es que varios países, entre ellos China, los tigres asiáticos, la India y otros, han crecido muy rápido y sacado a cientos de millones de personas de la pobreza a través de diferentes estrategias en los últimos años. El economista Stefan Dercon observa que, en contra de tantas explicaciones divergentes, en todos esos casos existe un elemento en común, que explica la clave de su éxito: las élites (definidas como los grupos que tienen poder: líderes políticos, empresariales, sindicatos, intelectuales públicos, religiosos, prensa…) hicieron un pacto por el desarrollo para orientar la política, la economía y la sociedad hacia el crecimiento y el progreso.
Dercon plantea que, al hacer una apuesta por el desarrollo y el crecimiento, las élites renuncian a proteger sus posiciones y toman el riesgo de cambiar, hacer los esfuerzos necesarios para crecer y modernizar sus economías” esto quiere decir que superan los egos, egoísmos y ambiciones particulares.
“En las apuestas exitosas por el desarrollo, Dercon encuentra tres factores determinantes: (a) los pactos de las élites por el desarrollo deben ser sólidos y duraderos, de tal forma que permitan un marco estable para el crecimiento, en donde la paz y la seguridad son fundamentales. (b) Un Estado estructurado y capaz tiene un papel fundamental en el proceso de desarrollo. (c) Las élites y los grupos involucrados en la apuesta por el desarrollo deben aprender de los errores y hacer, cuando sea preciso, las correcciones necesarias”
Al inicio del gobierno de Chávez, Douglass North visitó Venezuela, con su premio Nobel bajo el brazo y la creencia de que podría convencer a este nuevo líder de la imprescindible necesidad de cambiar sus instituciones hacia el progreso. En ese momento Douglass North quizás no presentía que a quien había que cambiar era a Chávez y su corte de ideólogos marxistas que luego convertirían a Venezuela en un país fallido lleno de miseria y ciudadanos protagonizando el éxodo más grande ocurrido en Latinoamérica.
Reflexionemos. Cuán lejos o cerca estamos de fundar un pacto del liderazgo -en todas su facetas y campos- que nos permita salir de la tragedia en que se ha convertido Venezuela y surjan de nuevo las oportunidades y esperanzas que con base cierta podemos albergar.