Toda película tiene su contorno. Si es buena, la película llevará sobre sí todo el peso del juicio del público y la crítica. Cuando no es tan buena, más que su tema y su realización, será el contorno el que llame la atención. Esta película es un caso bastante típico de interés más sociológico que cinematográfico.
Las redes sociales han potenciado en los últimos tiempos la charlatanería y el asalto a la inteligencia y el sentido común. La mejor descripción es la de Umberto Eco que las comparaba con los dichos del borrachito del pueblo de quien todo el mundo escuchaba sus dislates con benevolencia. Las redes sociales han hecho que la audiencia de ese borrachito saltara de los parroquianos del bar, al planeta, con lo cual la imbecilidad se vuelve global. Nichos de disparates hay muchos, (los más divertidos son los terraplanistas), pero los más preocupantes son los de Qanon, cuyas conspiraciones siguen aquellos dos lineamientos que Goebbels (hombre siniestro si los hay) predicaba. Numero uno , la mentira tiene que ser gigantesca, dos, hay que repetirla hasta el hartazgo y se volverá primero tema de discusión y luego, probablemente una verdad.
El adenocromo es segun Google, “un compuesto químico producido por la oxigenación de la adrenalina” que posee propiedades vasoconstrictoras. En el imaginario conspirativo de Qanon, el adenocromo puede ser extraído de la sangre de los niños y posee propiedades rejuvenecedoras. Las élites liberales buscan esta eterna juventud y son las que manejan “a piaccere” las redes de pedofilia mundiales. Difícil imaginar peor monstruosidad, pero es lo que circula en las redes pro MAGA. Cuidado con pensar que estas especulaciones son abstractas. Durante la campaña presidencial de 2016 circuló la versión de una pizzeria neoyorquina perfectamente identificable en cuyo sótano los demócratas guardaban niños presos. La polícía tuvo que intervenir cuando un sujeto armado pretendió liberarlos.
Sonido de libertad es un filme americano escrito y dirigido por el mexicano Alejandro (Gomez) Monteverde inspirado en la historia real del ex agente de Homeland Security (policía de fronteras) Tim Ballard. Según su historia, el descubrimiento de una red pedófila lo lleva a dejar de lado su trabajo e iniciar una cruzada para rescatar niños, desmantelar redes criminales y poner a los monstruos tras las rejas. La película es un policial correcto, aquejado de algunas larguezas y , dado su tema, alguna concesión inevitable al melodrama. Pero no deja de ser un film entretenido cuyo móvil criminal es la pedofilia, pero podría ser cualquier otro. Tal vez más interesante que su trama y la serie de procedimientos que llevan al justiciero desenlace es la obsesión del policía por el tema y su cruzada que la película esquematiza sin mayor profundidad (el policía es padre de cuatro o cinco hijos)
La película costó (según IMDB) 14.600.000 dólares y lleva recaudados la friolera de 217.333.579 dólares en parte por su tema, pero además por las intervenciones de su protagonista Jim Caviezel en algún foro Qanon. La película no hace referencia alguna al disparate Qanoniano, pero Caviezel lo insinúa. Y el director Monteverde por suerte y para su honra se apresura a desmarcarse de todo manto conspirativo. Solo hizo una película policial, que empezó a escribir en 2015 y que toca un tema doloroso y urticante sin duda, pero alejado de toda especulación tenebrosa que la vincule o lo vincule con sectas liberales.
Lo mejor del caso es que en la película no hay alusión alguna a las teorías de Qanon, mucho menos a la visión trumpista del mundo o a nada que no sea el flagelo de la pedofilia y las redes criminales que la alimentan. Todo el contorno, que tan útil ha sido a la taquilla recaudada, es obra de las mentes afiebradas. Puede verse, es un policial correcto, pero a la salida el espectador no podrá evitar pensar que diablos tiene que ver la trama policial con el manto tenebroso de raíces políticas liberales que la película dice denunciar. Ninguno.
Sonido de libertad. (Sound of freedom) . Director Alejandro Monteverde. Con Jim Caviezel, Mira Sorvino, Bill Camp