OPINIÓN

La importancia de la familia

por Isabel Pereira Pizani Isabel Pereira Pizani

Revisando los programas humanitarios en desarrollo, llama la atención que la familia como institución no sea nombrada en los objetivos de las distintas agencias. No se alude a ella en la referencia de las instituciones sostenibles y en la formulación de los proyectos a pesar de la coincidencia de los fines, la búsqueda de la protección social de los sectores vulnerables, la necesidad de consagrar la paz, el control de la violencia independientemente de los orígenes étnicos, religión y orientación sexual.

Las diferentes instituciones mencionan personas, géneros, grupos etarios, países, pero en ningún punto de las agendas aparece la más mínima mención o alusión a la familia. Es notable esta desaparición de la institución familia cuando se le propone a la humanidad avanzar a nuevos horizontes de paz, crecimiento económico, e igualdad ante la ley.

La tradición liberal en relación con la justificación de la familia distingue dos estrategias una que podría llamarse la “estrategia instrumental” pone el énfasis en las consecuencias positivas que se desprenden de la existencia de la familia como ámbito primario para la crianza y educación de los niños. Se afirma que la familia es un medio eficaz para lograr determinados fines, y que esta utilidad justifica su existencia y protección. En una perspectiva normativa buscan establecer un vínculo a priori entre la familia y ciertos derechos básicos de los individuos. Se afirma que los individuos tienen ciertos derechos, y que no es posible avanzar sobre la familia sin violar estos derechos.

¿A quién o a quiénes beneficia la familia? ¿Quiénes son los sujetos de los derechos y libertades que asociamos con ella? Las razones instrumentales, por lo general, se suelen centrar en la utilidad de la familia para la sociedad o para las nuevas generaciones. Algunas explicaciones destacan las ventajas que tendría para la sociedad permitir que los adultos formen familias y ejerzan cierta autoridad sobre sus hijos. Este es el fundamento del valor de la familia que aparece más explícitamente en la teoría de Rawls. Otras se enfocan en las ventajas que representaría para los niños ser criados por adultos particulares, quienes los conocen mejor que nadie y quienes, debido a los lazos de afecto recíproco que los unen con sus hijos, están mejor motivados para velar por sus intereses e influir en su formación.

La pregunta que nos sugieren estas agendas es ¿qué pasa cuando la familia desaparece? La historia de las sociedades socialistas ha mostrado una cara muy dura de esta realidad. En estas sociedades se impone la sustitución de la familia por el Estado. Los regímenes socialistas al negar la beligerancia de la responsabilidad individual se apoderan de una trama de atribuciones legales que les permite a las instituciones públicas intervenir y prácticamente dirigir la esencia de la vida familiar,  compartir e imponer valores y responsabilidades. Es verdaderamente llamativo cómo las responsabilidades de las familias son trasladadas a instituciones públicas, hospicios, orfanatos, donde el valor central que se siembra es “la fidelidad a la patria” sin ninguna vinculación con la aspiración de vivir en libertad o la búsqueda de un proyecto de vida que exprese su relación familiar y a la vez la particular individualidad de cada uno de sus miembros.

En general en Occidente podríamos decir que la vigilancia de la familia es no solo legal sino especialmente de carácter moral. La primera pregunta que surge ¿la pareja que se constituye en familia está motivada por fines espirituales? Cómo sería compartir valores, fundar una base para crecer en todos los planos: protección entre sus miembros, educarse como seres humanos libres, progresar económicamente, compartir responsabilidades en la gestación y cuidado de las nuevas generaciones, alcanzar identidades políticas, culturales y consagrar valores, responsabilidad, honestidad, confianza. Estos fines de la familia podrían ser suplidos por instituciones públicas, por injerencia directa del Estado en el seno de las familias tal como ha ocurrido en sociedades sovietizadas.

Era muy impactante ver en algunos países de alto nivel de desarrollo cómo los aspirantes a ocupar cargos políticos relevantes se presentan ante dos escenarios de forma casi simultánea, el primero en el seno de los partidos políticos que los postula y de seguidas, al mismo tiempo o en muchos casos con anterioridad, muestran su imagen como miembro o cabeza de una familia que se expone como ejemplo, como evidencia de la trayectoria cultural y ética del individuo que aspira a ocupar un cargo político en la dirección de su país. Estas imágenes de candidatos en familia están prácticamente ausentes en las competencias de personajes autoritarios que aspiran a captar el poder. ¿Conoce alguna foto de Fidel en familia, de Stalin? ¿Dónde están las familias de Lukashenko y Putin?

Hoy más que nunca es imprescindible valorar el sentido cultural de la propiedad en el venezolano, abordado a partir de una búsqueda sobre la familia como institución básica de nuestro mundo y existencia. Se indaga y confronta la vinculación entre la propiedad con la real capacidad protectora indelegable de la familia.  Ámbito donde surge como impronta la madre, una presencia central en la vida familiar de la mujer-madre, en su esencia vinculante y directriz de nuestras vidas, senda de investigación que por analogía marca el contraste con la relegación de la paternidad a un plano menos decisivos en nuestras existencias y conductas. Una situación que se transforma en una gran pérdida antropológica para la familia venezolana por la opacidad de la imagen paterna. Condición que incita a buscarlo fuera, a delegar poderes y derechos que solo deben permanecer en los dominios individuales y domésticos. Por eso quizás la frecuente aceptación de liderazgos autoritarios, la imposición de potestades basadas en el simple uso de la fuerza y control de las armas.

La propiedad mirada desde la familia es un vórtice de valores, la relación de “la casa” con el esfuerzo “no es un regalo”, es fruto del trabajo, de la constancia en lograr cobijo seguro para la familia. Es la declaración y materialización de la aspiración protectora a cada uno de sus miembros “no quedan desamparados, les dejo un techo donde cobijarse y resguardarse”

Imprescindible la cita del autor Alexander Campos: “Defender la propiedad no se limita a defender un aspecto aislado de la totalidad de esa persona, sino que significa defenderla en su integralidad; significa afirmar su dignidad”. Un esfuerzo que otorga dignidad “trabajando y con el sudor de uno mismo comprarse lo que uno necesita”.

“El recorrido para alcanzar la propiedad es un camino de formación de redes humanas positivas. Un tránsito en el que cada paso o casi a cada paso, la persona va asumiendo deudas y compromisos con todos aquellos con los que se teje esa red en la cual la propiedad se hace posible”.

La propiedad de la casa es producto entonces de un esfuerzo donde contribuye los de adentro y los cercanos. “Con la propiedad lo que se hereda es el esfuerzo familiar”.

Valores que en el ámbito doméstico se enfrentan a los efectos perversos del dominio de las políticas del colectivismo o anulación de la propiedad privada y del reparto rentístico, como falsos mecanismos de participación en la vida económica, política y por ende en lo social. Detrás del reparto sin esfuerzo se esconden las garras del esclavismo, la pérdida de la noción clave de conectar tus esfuerzos con logros, la desaparición del individuo responsable oscurecido por la presencia del Estado totalitario y la pérdida de la felicidad de crear u obtener aquellos por lo cual hemos derramado sudor y lágrimas.

El punto crucial que nos invoca en este día sería cómo imprimir, extender estos valores fundantes de la vida familiar, donde la propiedad de la casa se constituye en un logro producto del esfuerzo,  con la visión que se practica y acepta fuera del ámbito íntimo, que intenta imponer la idea de la propiedad como producto de una sustracción ejecutada por unos contra otros, visión que deslegitima la propiedad convirtiéndola en acicate del enfrentamiento en los pueblos.

El derecho a la propiedad se convierte en una posibilidad de articulación en el plano doméstico familiar que lo valora como resultado de un esfuerzo individual y familiar con el pensamiento político que rige para la sociedad. La propiedad de mi casa es inalienable, no enajenable, al igual que la propiedad del emprendedor que concentra todos sus esfuerzos en producir y materializar ideas que produzcan nuevos bienes y más riquezas a la sociedad. La propiedad es una categoría definitoria de nuestra humanidad, significa que aceptamos vivir en paz, que los intercambios no se dilucidan con violencia sino a través del comercio basado en reglas de juegos mutuamente aceptadas. La existencia del derecho de propiedad ha permitido a la humanidad superar el salvajismo implícito en el deseo de obtener aquellas cosas propiedad de otros.

Cuando analizamos o intentamos comprender cuál es el sentido de la propiedad entre los venezolanos en realidad nos estamos refiriendo a nuestra vida, a la familia, a las cosas en cuya creación hemos participado y como colofón de todo ello, en nuestra libertad de ser y hacer lo que deseamos y aspiramos.  Los venezolanos después de dos décadas de múltiples ataques a la propiedad han comprendido plenamente el postulado de Friedrich Hayek:

«El sistema de propiedad privada es la más importante garantía de libertad, no solo para quienes poseen propiedad, sino también para quienes no la poseen”.

La relación entre familia y propiedad. Una de las posiciones críticas ante la importancia de la familia es verla como un obstáculo para la consagración del concepto de igualdad de oportunidades estrictamente referidas a las posibilidades individuales de cada uno, en realidad cuando se trata  el tema de la igualdad de oportunidades en general se habla de igualdad de resultados, se trata de lo que llegamos a atesorar y no a lo que hemos alcanzado con nuestro esfuerzo. El postulado o posibilidad de alcanzar igualdad de oportunidades podría mirarse como la posibilidad de existencia de más y mejores oportunidades y no de igualación forzada basada en la rapiña y confiscación apoyada por el Estado colectivista de los bienes de otros. No aparece la familia en las agendas de las instituciones, pero se insiste en la igualdad y en las diferencias de género, ideas que nos hace tener profundas sospechas acerca de la imparcialidad de los contenidos de algunos proyectos sociales que no incluyen a la familia y a su capacidad protectora como elemento clave del desarrollo económico y reforzamiento del poder moral de la sociedad.

«La humanidad es una familia unida e indivisible, y yo no puedo desligarme del alma más cruel». Mahatma Gandi