El fervoroso aliento que inunda las calles de muchas ciudades de América se recrea con airadas protestas en las explanadas, las rotondas, los paseos y las señoriales plazas. Un corrillo de aguerridas voces retumban y agitan los estantes donde duermen los textos de las crónicas; hoy se cruzan en cruentos combates ideológicos los relatos que desde hace siglos nos han dado identidad y los cimientos del tiempo son estremecidos. Cada vez con mayor frecuencia se exige la evaluación del pasado y la necesidad de un perdón por las aniquilación de millones de vidas. Todo esto conlleva a la reescritura formativa de nuestro presente y a una proyección del futuro marcado por un destino común, aquel que nació ahogado en sangre y controversia, forjado con el golpe del acero y la plegaria al Creador. Los días recientes se han caracterizado por el recrudecimiento de la confrontación de ideas y discursos en torno al polémico 12 de octubre, para algunos no es una fecha conmemorativa ni mucho menos una celebración, para otros es el punto de partida en la historia como parte del mundo occidental. El telúrico tema parece levantar consciencias desde Alaska a la Tierra del Fuego; América se expande, se explora, choca y dilata en una profunda reflexión: simplemente, esto somos.
Entre los álgidos argumentos para la discusión, el de la fe siempre ha despertado oposición, ya que es precisamente el nombre de Dios y de la cristiandad lo que desencadenó en el subsumir a millones de seres humanos que, en mayor o menor medida, vieron traumáticamente un cambio sustancial en sus formas y visiones de la vida. Temas de gran polémica también son los relacionados a la intrusión colonial , el expolio de los recursos naturales y las consecuencias históricas y políticas de ese proceso del que invariablemente somos el resultado. En la actualidad se desata la controversia y se discute si es ético o no el reconocer los atropellos y crímenes cometidos por una fuerza imperial. Desde hace décadas hay firmes posturas que señalan que lo ocurrido en América fue un genocidio de mucho mayor impacto y con capítulos más cruentos que aquellos que desatan estupor, como el Holocausto del siglo XX. La imposición de la ambición y la hegemonía del hombre blanco como ser superior al resto de los pueblos del mundo, generaron ciertamente, drásticas secuelas que aún hoy buscan encajar de forma armónica. Para quienes exigen una reinterpretación de los hechos, es un tema vital el reclamar que la colonización creó una conformación geopolítica en la que se eliminaron maneras de vivir y se extinguieron culturas enteras, dando paso a una profunda reconversión social y al surgimiento de nuevos grupos étnicos y naciones, los cuales fueron caprichosamente establecidos por las conveniencias de las coronas europeas y de la iglesia.
Los estragos de un cambio tan radical verídicamente existieron y la brutalidad del curso de esa transformación no puede ser nunca obviada; para el año de 1552 Fray Bartolomé de las Casas publica su libro Brevísima relación de la destrucción de las Indias, texto fundamental para el estudio. En esta obra el fraile narra la deformidad de los principios humanos que privó y relata de manera cruda las atrocidades impuestas a las gentes de estas tierras simplemente por la ambición. La libertad del ser humano jamás debe ser conculcada por interés alguno, el sometimiento y la esclavitud es un contrasentido a la naturaleza humana: privar a un individuo de su voluntad es quizá el más horroroso crimen después del asesinato.
Millones de individuos vieron secuestrados su destino y el dramático rumbo de la intervención de fuerzas superiores construyó una narrativa histórica que merece constantemente su revisión. Es innegable que cada nación de nuestro continente y cada uno de nosotros es producto de ese complejo y doloroso acontecimiento, el reconocer la brutalidad y el dignificar la resistencia de los pueblos originarios no necesariamente es una pérdida de la consciencia de lo que somos; muy por el contrario, para avanzar y desarrollar la fortaleza estratégica como países, deberíamos asumirnos plenamente y poner luz a los pavorosos hechos que nos dieron una identidad que pareciera aún en el presente estar en construcción, nuestra virtud subyace en la voluntad y ambición del europeo invasor, en la entereza y los suplicios de las poblaciones arrasadas y en el coraje del hombre africano que fue plantado con dolor en el continente.
El “descubrimiento” de América y la consecuente colonización, despertó en los siglos posteriores el interés de importantes pensadores como Juan Jacobo Rousseau, Voltaire o Guillaume-Thomas Raynal quienes, entre otros, exponen teorías filosóficas tendentes a explicar la esencia humana y el impacto creado por la llegada del europeo a unas sociedades primitivas y más cercanas al estado inicial de la evolución humana. Gracias a estas reflexiones se fueron decantando los argumentos que en el siglo XIX servirían para enmascarar la brutalidad del colonialismo como una supuesta misión civilizadora. En Histoire Naturelle Georges-Louis Leclerc de Buffon trata de explicar el proceso civilizador como un conjunto de acciones mediante las cuales el hombre transforma el entorno en beneficio propio; bajo este punto de vista, el salvajismo de la naturaleza en una región especifica no es, en definitiva, sino el indicador de lo primitivo de sus habitantes: “La derrota de los pueblos originales del continente, la virulencia de las enfermedades traídas por los conquistadores son muestras claras de la inmadurez de los salvajes y de la perfección europea”.
En la larga noche del tiempo y por más de 500 años, las exigencias de los pueblos y la ausencia de una correcta percepción en los países colonizadores han sido las grandes deudas pendientes. Cada uno de nosotros, americanos, vástagos de la conquista, debemos hallarnos en la consecuencia de aquello que surgió del crisol de culturas y razas en las que nos encontramos y desencontramos, herederos del más importante hecho en la hagiografía. Ningún otro suceso ha podido generar la grandeza que llevamos a cuestas, no hay registro de proceso equiparable en lo político ni militar que fuese capaz de destruir, erigir y crear lo que somos: un nuevo mundo. La llegada del conquistador español marcó para siempre los caminos de nuestros ancestros, la historia está ahí, cruenta, difusa pero profundamente viva en cada ciudad, en cada calle y en cada mirada de nuestra gente. Deben existir los espacios para la discusión relacionados a estos temas, son justas y necesarias las reivindicaciones que reclaman los hijos de los hijos de los conquistados; para avanzar como sociedades se requiere del perdón y de un resarcimiento económico e histórico. No puede el manto del olvido cubrir las verdades y las heridas que aún están abiertas, pero tampoco debe reinar el estéril resentimiento dado que, después de todo, en la magnitud de los hechos nos queda un inmenso resultado: un idioma, una fe y el mismo coraje y gallardía de la resistencia con la que desde hace siglos venimos combatiendo. El futuro fulgurante de América depende de la tenacidad y el despertar de la consciencia, que nos invita a mirarnos en la integridad como un solo pueblo hermano.
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