La Iglesia y la institución militar han tenido en la vida política venezolana una actuación signada por altos y por bajos en la constitución de la república. O de las repúblicas. Vamos por 5 acompañadas de 25 constituciones. Entre ambas fundaciones han contribuido en yunta con otras a ensamblar el modelo de nación que se ha dado el pueblo venezolano desde que el clérigo José Cortez de Madariaga se echó en brazos a la primera república con un dedo que pendulaba hacia el no, por detrás del capitán general Vicente Emparan. Ha podido expresarse de arriba y abajo con la cabeza y de repente aún se estuviese jurando lealtad a SM El rey Felipe VI. Era el 19 de abril de 1810. Desde ese balcón del ayuntamiento salieron las tropas del nuevo ejército republicano al mando del marqués Francisco Rodríguez del Toro primero y luego a la orden del precursor don Francisco de Miranda, a defender la libertad que estaba empezando a conquistarse. Desde el brazo que sostenía el dedo índice de Madariaga se le dijo no a la corona y si a la república frente a las tropas realistas. Un cura propició todo eso. Otros curas después del terremoto que destruyó parcialmente a Caracas otro jueves santo se encargaron de vender el sismo como un castigo de Dios y allí brincó Simón Bolívar a pronunciar solemne con la espada desenvainada “si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. De toda maneras cayó la república y el temblor de ese entonces ha sido atribuido como una de las causas. Si usted no lo colocaba en la respuesta del examen de historia de Venezuela en sus tiempos de escolaridad se llevaba un rojo de reprobado.
El terremoto de 1812 es una causa atribuida a la caída de la primera república. Así se aprendió desde los libros de historia de Venezuela de J. M. Siso Martínez y de Humberto Bartolí en primaria y en bachillerato. Y fue precisamente desde la guarnición militar patriota en el castillo de Puerto Cabello donde los destinos de Francisco de Miranda y de Simón Bolívar se bifurcaron para la historia en ese oscuro capítulo que ha trascendido para diversas interpretaciones en el tiempo con Domingo Monteverde y con los pasaportes del precursor y del libertador. Uno para la cárcel y el otro para la libertad y la independencia, respectivamente. De modo que ese castillo en Puerto Cabello es un referente histórico entre 1812 con la caída de la primera República. También en 1962 en el inicio de la caída de la cuarta que la pudieran marcar los historiadores del futuro como definitiva en el otro terremoto político y militar que se cerró el 4 de febrero de 1992. Treinta años después. Y entre aquella de 1812 y esta más reciente de 1962, siglo y medio. Es una rara coincidencia de la Iglesia y de los militares como protagonistas. Exactamente 150 años. Al decir formal un sesquicentenario.
Cuando se hace un inventario y se enumera la larga data de golpes, de militarismo y de pretorianismo que ha caracterizado a Venezuela desde esos tiempos de la Colonia a la actualidad, es inevitable apelar a la bota y a la sotana jugando en persogo – como en la imagen que preside – en el nacimiento, en el crecimiento, el desarrollo y la muerte de casi todos los episodios importantes de la nacionalidad. La firma del acta de la independencia que se declaró el 5 de julio de 1811 tuvo la abstención razonada y el testimonio discrepante del presbítero Manuel Vicente de Maya, representante por La Grita; que ha abierto también las aguas de las posiciones entre quienes condenan históricamente a ese clérigo por su posición anti-república y quienes le consiguen bondades de diversidad de opinión en la naciente república. Uno pudiera imaginarse al ensotanado de Maya en el histórico cuadro de Martín Tovar y Tovar solitario, arropado y eclipsado por todos los diputados que dijeron sí a la libertad ese día de la trascendental asamblea, firmando eufóricos viendo hacia el futuro y él, firme en su convicción de oponerse en su expresión del derecho a disentir. A propósito, entre quienes estaban con el bando del sí, su hermano Juan José estaba alineado con los parlamentarios republicanos. Eso es historia. Tan igual como la que se ilustra en la fotografía premio Pulitzer con el padre Luis María Padilla, capellán de la Base Naval de Puerto Cabello, sosteniendo al cabo segundo coriano del Batallón de Infantería Manuel Carlos Piar, Andrés de Jesús Quero Garcés en la esquina de La Alcantarilla y por detrás de ellos más de 400 muertos y sus secuelas. Estos golpes no han representado siglo y medio después ninguna profundidad en debates ni investigaciones sobre la responsabilidad institucional en los hermanos Larrazábal (Wolfgang y Carlos) en la participación golpista de la Armada en Carúpano y Puerto Cabello, en la infiltración de los comunistas en las fuerzas armadas nacionales y en la activación de los frentes guerrilleros urbanos y rurales de la época que amenazaron a la naciente democracia surgida después del 23 de enero de 1958. No en vano el capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez honró en epónimo del frente guerrillero que cubría a los estados Monagas y Sucre en 1964, el capitán de fragata Pedro Medina Silva se convirtió en un asiduo de La Habana y de Moscú después de 1962 y el capitán de corbeta Víctor Hugo Morales quien a lo largo de toda la democracia fue toda una referencia para el PCV, las FALN y la revolución bolivariana.
El almirante Larrazábal después de su paso en el comando general de la armada fue a recibir la presidencia de la junta de gobierno tras el derrocamiento de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958; le entregó el cargo militar a su hermano Carlos y fue durante su breve periodo de gobierno cuando se intensificaron las relaciones entre Venezuela y la Revolución cubana, a través del envío de armas y finanzas; y se coordinó la histórica visita de Fidel Castro al país el 23 de enero de 1959. Ponte, Medina y Morales no eran ningunos extraños dentro de su componente militar. Todos los líderes políticos que acompañaron a ambos golpes pertenecían al Partido Comunista. Larrazábal renunció al cargo para optar en las elecciones presidenciales de 1963 apoyado por una coalición de partidos políticos entre los que sobresalía la bandera roja rojita del PCV. O sea… y aquí es donde entra ese proceso conclusivo del marrano: rabo de cochino, trompa de cochino y pezuñas de cochino. Eso no puede ser un ornitorrinco.
La imagen de Héctor Rondón Lovera que preside este texto no dice mucho directamente de cuando empezó a desmoronarse la república naciente de 1958 después del golpe castrocomunista de Puerto Cabello en 1962, como las casas de Caracas en el terremoto de 1812. Lo grita indirectamente en más de 1.000 palabras como si lo expresara en el púlpito de la iglesia el cura Padilla o el cabo Quero en su agonía desde la esquina en la literalidad de la carnicería de la alcantarilla.