OPINIÓN

La idiotez no va a las urnas

por Raúl Fuentes Raúl Fuentes
Misión de Observación Electoral desplegará a 46 expertos al inicio de la campaña de las elecciones de alcaldes y gobernadores

EFE/ Miguel Gutiérrez

Haciendo caso a razones cabalísticas asociadas, tanto a una caracterización garcíamarquiana de los días de la semana, cuanto a predictibles e insoslayables  cortes de luz, pues, al menos donde vivo, los apagones ocurren fatalmente los jueves —«un día hibrido y entre paréntesis; una torrija en el tiempo insípida, incolora e inservible incluso para morir», de acuerdo con la macondiana visión del Nobel colombiano—, opté por infringir las normas del buen decir el miércoles —día oblicuo tal lo adjetivó, en una de las Cien breves novelas río contenidas en su enigmática e irónica Centuria (1979), el escritor italiano y ejecutante de acrobacias narrativas Giorgio Manganelli, y usado eufemísticamente para exclamar ¡mierda! por quienes dicen pompis y no culo—, a objeto de continuar hilvanando variaciones sobre el mandatorio tema electoral, pero tropecé con Antonio Ledezma, quien en carta dirigida a Mauricio Macri sostuvo: «En Venezuela hemos tenido unidad de sobra, pero Maduro la infiltró y la atomizó». Varias lecturas pueden colegirse de la afirmación del exalcalde metropolitano de Caracas. Mencionaré solo dos. O tenemos una oposición bien pendeja, incapaz de identificar a enemigos enquistados en sus organizaciones; o Maduro es un auténtico genio del mal, dotado de siniestros poderes. No creo en lo primero, y es inverosímil lo segundo. Tampoco doy crédito al «todo lo contrario», colgado gratuita y rocheleramente a una parodia cantinflérica de Carlos Andrés Pérez.

Nicolás Maduro cuenta con el asesoramiento «solidario» de temibles servicios secretos y agencias de espionaje de Cuba, Rusia, Irán y tal vez de China y Turquía; sin embargo, no se justificaría involucrar a esos aparatos en una rastrera operación encubierta con la intención de fragmentar a una disidencia ya fracturada, gracias a los hinchados egos y escasas miras de una dirigencia cortoplacista y alérgica a la autocrítica. En la carencia de un proyecto país, y el correspondiente programa de instrumentación, estriba la multiplicidad de posturas divergentes en el seno de la oposición. Mientras cada dirigente fomente su propia empresa y todo lo politice menos la política, como ironizaría El Roto, Nicolás no necesitará de una quinta columna. Alacranes y meseros, ávidos de prebendas, se consiguen a precio de gallina flaca en el mercado electorero. Quizá es el momento de realizar un encuentro cumbre de la oposición democrática,  encaminado a dilucidar posiciones, asumir culpas y responsabilidades, demarcarse del fraccionalismo oportunista y el radicalismo suicida, y, de una buena vez, trazar una línea política, coherente y aglutinante, en torno al cambio, sin ambicionar lo imposible ni abrigar esperanzas en las promesas de un plutócrata populista con nombre de pato, suerte de deus ex machine elevado al altar de los ángeles exterminadores. ¿Donald, por qué me has abandonado?

Cuando aún no se conocían los resultados de la mascarada electoral del pasado domingo en Nicaragua, el autócrata vernáculo, prodigó congratulaciones y parabienes a su homólogo centroamericano, destacando, además, «el buen nivel de participación en las votaciones», aun cuando la abstención se estimó en 80%. ¡Nada como una felicitación de Nico para certificar el fraude nica! El respaldo de Maduro a la estafa de la pareja Ortega-Murillo al pueblo nicaragüense pone de bulto su desdén respecto a la megaelección que se celebrará en nuestro país dentro de una semana; a pesar de ello, sin embargo, la sensatez desaconseja la abstención: esta, a nivel planetario, se tiene de fenómeno natural en procesos comiciales para la escogencia de autoridades locales y regionales.

Ayer, 13 de noviembre, se cumplieron 71 años del asesinato del coronel Carlos Delgado Chalbaud, quien a raíz del golpe de Estado contra Rómulo Gallegos ejercía la presidencia de la junta militar de gobierno. Un triunvirato en realidad, cuyos miembros restantes eran los coroneles Marcos Evangelista Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez. Los tres cochinitos, les llamaba en contenido susurro el pueblo llano. Las circunstancias del magnicidio alimentan todavía hoy especulaciones diversas. Se reputa de ejecutor al general de montoneras Rafael Simón Urbina, abaleado cuando intentaba escapar al cerco de la Seguridad Nacional. Se le endosa al millonario Antonio Aranguren, amigo y compadre de Urbina, el financiamiento de la descabellada, si no rocambolesca operación —sobre este «asesinato de un presidente jamás resuelto, tal vez porque nadie, nunca, lo quiso resolver», escribió Federico Vegas en la sustanciosa novela Sumario (2010)—.

Dos años después, el 30 de noviembre de 1952, se llevó a cabo en el país la elección de diputados a una Asamblea Constituyente encargada de redactar una nueva Constitución, ¡otra más!, y elegir un presidente provisional de la República. Inhabilitados, disueltos de acuerdo a disposición y jerga oficiales, el Partido Comunista y Acción Democrática, el protagonismo opositor recayó en Unión Republicana Democrática (URD) y, en el Comité de Organización Política Electoral Independiente (Copei), organizaciones liderada respectivamente por Jóvito Villalba y Rafael Caldera. En principio se pensó en no atender a la convocatoria, mas se impuso la cordura: amarillos y verdes concurrieron a las urnas. El cuento es largo y lo sabemos de memoria: se desconoció la voluntad del soberano mediante un fraude mayúsculo y se adjudicó el triunfo al Frente Electoral Independiente (FEI) de Pérez Jiménez. Cárcel, exilio, persecución y oprobio en nombre del Nuevo Ideal Nacional. Días antes de consumarse el arrebatón comicial, circuló un manifiesto de URD, puntualizando: «Para quienes no creemos en otras soluciones que las democráticas, para quienes solo vemos esperanza de salvación en la paciente organización doctrinaria de las fuerzas del pueblo, no cabe duda sobre la necesidad y conveniencia de aprovechar toda oportunidad, por difícil y limitada que sea, para marchar adelante en la empresa de sacudir la conciencia de la nación».

En 1957, la dictadura estaba «constitucionalmente comprometida» a convocar a elecciones. Los áulicos de Tarugo, Laureano Vallenilla Planchart a la cabeza, prostituyeron el sufragio, y convirtieron la votación (obligatoria, entonces) en una consulta plebiscitaria. El 15 de diciembre, el dictador tachirense fue fraudulentamente ratificado. El Sí o Sí estaba cantado y rebasó el vaso de la paciencia: menos de dos meses más tarde, el dictador volaba en la Vaca Sagrada rumbo a Santo Domingo. El plebiscito fue un descaro, pero el pérezjimenato no podía repetir el guion del 52. Rómulo Betancourt lo tuvo muy claro; un año antes (1956) remitió, en carta a Rafael Caldera, sus pareceres acerca de los sufragios en ciernes. Transcribo un par de párrafos de la misiva

«Creo que una oportunidad está en perspectiva para ponerle cese a una gestión de gobierno que amenaza a las bases mismas de la nación. Me refiero al proceso electoral anunciado. Creo que, por razones internas e internacionales, ese proceso se realizará, y con un margen utilizable de libertades públicas. Y dependerá de las fuerzas políticas nacionales, de ustedes, de los urredistas, de nosotros, que se aproveche, o no, esa coyuntura. Ustedes, particularmente, porque están dentro del país y porque no han sido “técnicamente” ilegalizados, están llamados a cumplir un papel de primera importancia. Son los que tienen mayores posibilidades para ir, hábilmente, haciendo acto de presencia, tomándole la palabra al régimen en cuanto al proceso electoral que anuncian. Estimulando aquí y allá optimismo con respecto a las elecciones anunciadas; diciendo de oído a oído lo que sinceramente creo; que las elecciones las perderá otra vez el régimen; y que no está hoy su cabeza visible en condiciones de repetir el segundo golpe de cuartel del 2 de diciembre de 1952»

La posición del expresidente de la República y fundador de AD, así como la posición asentada en el manifiesto de URD han circulado profusamente en estos días a través de redes sociales y portales informativos. Algunos opinadores y analistas han sustentado en ellas su decisión de sufragar el próximo domingo. Aunque demasiada agua ha surcado bajo los puentes y los tiempos han cambiado, llama poderosamente la atención el plural recordatorio de esos otros noviembres claves en nuestra historia. Pero no todos quienes están dispuestos a votar basan sus determinaciones en experiencia añejas. No lo ha hecho el padre Ugalde. Tampoco Ramón Guillermo Aveledo. El exsecretario general de la MUD arguye: «Para votar tengo razones y tengo motivos. Las razones son de la mente, del intelecto que analiza la experiencia objetiva. Los motivos son del corazón que, como decía Pascal, “conoce de razones que la razón ignora”. Los motivos son del sentimiento, tan humano como el pensamiento». Sus razones son la descentralización, la revalorización del voto y la recuperación democrática; sus motivos también son tres: «Quiero votar. No aguanto la pasividad. No quiero que el gobierno “interprete mi silencio”. No me basta. Necesito decirle qué opino».

Hace ya no sé cuántos años, en alusión a una las muchas elecciones convocadas por Chávez escribí un editorial para este periódico cuando era impreso y lo titulé Los idiotas no votan. Lo hice teniendo en mente la acepción del adjetivo idiota manejada por Fernando Savater: «Idiota. – Del griego idiotés, utilizado para referirse a quien no se metía en política, preocupado tan solo en lo suyo, incapaz de ofrecer nada a los demás». El 21, la sombra amenazante de Daniel Ortega gravitará sobre las mesas de votación. Y se hará sentir en ellas la ausencia de los eurodiputados populares, negados a lavarle la cara al régimen entronizado en Venezuela y condenado en numerosas ocasiones por el Parlamento Europeo, el cual no reconoce a los órganos surgidos de los fraudulentos procesos electorales celebrados en esa nación en los últimos años. Respetamos sus principios, pero, solo en el dominó, los mirones son de palo.

«Locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados». Esta definición de insania se la cuelgan alegremente a Albert Einstein, citándola como argumento del tipo magister dixit. Dudo de esa autoría porque el gran físico alemán algo acaso tuvo de orate, y quien repite sin cesar los mismos errores no es un chiflado, es un tonto de capirote. La abstención denota una carga superlativa de arrogancia marinada en cretinismo y una pizca de Ética para principiantes. Obstinarse en permanecer al margen de las votaciones del venidero domingo es, si no una idiotez, una falta de sentido de la realidad.