Los sucesos políticos que atribulan a los venezolanos, condenándonos a experimentar lo que defino «miseria socialista contra-cultural-anticientifismo», con sus propulsores esparcidos por nuestro hemisferio e igual hacia países superavanzados, tienen indiscutible procedencia rusa. Con el traslado de misiles atómicos hacia la isla de Cuba [1962], donde fueron, inauditamente, desplegados, inició nuestra desgracia, esa que tendrá un final violento durante el sol de atardecer y que estoy listo para observar sin perplejidad. Ese maravilloso evento ha sido postergado, por cobardía entre partes interesadas. La humanidad tiene que desaparecer, por oprobiosa, mediante fisión nuclear.

Fidel Castro Ruz se declaró comunista-dictador previa alianza con su colega matón Nikita Jruschov, convirtiéndose en comandante supremo e indiscutible del primer grupo terrorista latinoamericano capaz de amenazar al imperio yanqui: cierto, con «armas de exterminio masivo», en el curso de una post II Guerra Mundial que nunca ha sido fría.

Cualquier individuo, incluso de escasísimo coeficiente intelectual, puede convertirse en criatura fabulosa [«mito-hombre»] si logra apertrecharse. El tirano Nikita Jruschov pactó con John F. Kennedy la inviolabilidad del novísimo rey Castro-Ruz, porque serviría al ideal totalitario expansionista ruso, en territorios cuyos pobladores no combatieron el nazismo-fascismo. Estadista-pacifista, el carismático presidente norteamericano erró al no lanzar bombas atómicas en el lugar donde los rusos habían instalado las suyas: declarándole la guerra a Estados Unidos desde su patio trasero.

Antes que nuestra especie se persuada de que tiene la obligación de extinguirse sin rudeza, reinará la razón suficiente en el planeta. Se aproximan inevitables confrontaciones nucleares, así lo declaro, las he visto, sentado en el palco de los magos infantes a quienes no satisfaría entretenerse con historietas o cómics. Luego de lo cual el hombre sabio ideará, a través de la manipulación genética, la forma de frenar la procreación de criaturas cuya violencia es imperdonable e imposible de maquillar con monsergas religiosas. Somos portadores de un virus incurable llamado odio, cuya movilidad [de un lugar a otro entre viajeros más o menos irracionales o sabios] mantiene impoluta la ventaja y ultraje que sustancian la Fenomenología de la dominación.

Entiendan mis razonamientos y acepten, resignados, su vulnerabilidad. La humanidad es condenación. Sus mártires no resucitarán en la forma de existencia que conocemos y experimentamos bajo sufrimientos o gozos, jamás, virtud a mesianismos ridículos. Los escindidos de la materia orgánica saben allá, en ese otro mundo, que este no vale un llanto ni celebraciones.

@jurescritor

 


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