Ha llegado el momentum. Se viene la hora de sacar cuentas y asumir responsabilidades. Aquí y ahora, el final se aproxima y se impone la necesidad del juicio de la historia que, como lo indica la experiencia de la conciencia, va en sentido reconstructivo: desde el presente hacia el pasado y desde el pasado, de nuevo, hacia el presente. A partir de este instante, de sano juicio e invocación racional, el sujeto de la historia que se recobra a sí mismo deviene su propia objetividad. La parte se hace todo y lo finito se reconoce como determinación de lo infinito. Y sin embargo, sólo en virtud de semejante itinerario se puede constatar el desgarramiento de lo que se fue y de lo que ya no se es o ha dejado de ser. Con la debida serenidad, conviene superarlo y conservarlo de modo simultáneo. Quizá por eso, Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, mejor conocido como Novalis, afirmara que la filosofía se identifica con la «nostalgia de objetividad», con ese deseo inquebrantable por querer volver a casa. Y es que, como en su momento dijera Cerati, «no hay nada mejor que casa». De ser así, el juicio de la historia se descubre como una gran inmobiliaria que ofrece sus servicios al héroe desarraigado que todo individuo lleva por dentro, sin tener que condenarlo a soportar una existencia ab extra, fuera de su tierra. La realización de la libertad no parte de un mapa ideal o preconcebido, a la espera de su improbable prosecución. Al decir de Hegel, la conciencia sabe lo que no dice y dice lo que no sabe. Se conoce cuando se hace y se hace cuando se van superando los obstáculos que va fijando el obcecado destino.
Después de todo, las palabras no son tan inocentes como se pudiese llegar a creer. Como tampoco lo son las cosas, las cuales, en su conjunto, van formando y conformando esa «segunda naturaleza» que es la sociedad, sus instituciones jurídico-políticas y su «reino animal del Espíritu», el cual, por cierto, hoy en día se sostiene firmemente sobre el poderoso corpus de las redes sociales, la máxima potenciación expresiva de los mass media, esa gran industria del presente. Así, por ejemplo, la palabra Bestimmung (determinación) es utilizada con mucha frecuencia por los principales representantes de la filosofía clásica alemana con el propósito de hacer referencia a una forma ciertamente innovadora y más concreta de comprender el destino (Schicksal), es decir, no como el inevitable fatum (la fortuna) -el temible sino cuyo corazón aún podía sentirse latiendo en la obra de Maquiavelo-, sino como un determinado factum (lo hecho), esto es: como el resultado objetivo de una acción de la cual el sujeto, directa o indirectamente, es responsable. A partir de entonces, queda despejado el camino para que la labor hermenéutica permita comprender a cabalidad no sólo la incompatibilidad presente entre los grandes teóricos del socialismo y su ulterior torsión y desplazamiento hacia el despotismo asiático, sino el hecho de que ya con dicha torsión habían sido sembradas –puestas– las premisas del inevitable destino (la Bestimmung) del cartel criminal en el que finalmente ha devenido el ideal de la estatolatría militarista, tan afín al fascismo.
A partir de Kant y de Fichte, pero particularmente de Novalis, el destino, entendido como sometimiento y ausencia de libertad, como la pavorosa evocación de la impotencia frente a fuerzas ciegas, misteriosas, superiores e independientes, ante las cuales sólo queda la resignación, viene a ser comprendido como el resultado del hacer del sujeto, porque es él quien determina, precisamente, el rumbo que tarde o temprano se pondrá de manifiesto, se revelará finalmente, se hará presencia objetiva. En una expresión: se recoge lo que se cosecha. Y si se cosechan vientos se recogen tempestades. No se trata de que una cosa sean los buenos deseos y otra muy distinta la efectividad de su puesta en práctica o que una cosa sea el deber y otra el ser, como instintivamente suele afirmar el usurero zamarro en tiempos rotos, cargados de hipocresía. Se trata de que lo que se ha ido sembrando coincide con lo que se ha querido cosechar. El terror que algunos sienten hoy es la consecuencia de haberlo propiciado por años sobre sus víctimas. En este sentido, el hacer la historia a imagen y semejanza es el destino de toda actividad sensitiva humana. Pero con ello, además, la praxis política se transforma en la fuente inagotable, en el manantial infinito, del que brota el propio destino. Siempre que exista un obstáculo, una frontera, un límite para la libre voluntad del sujeto, habrá política, porque la política, en sentido estricto, no es el asilo de los delincuentes sino el derecho de pensar y actuar en consecuencia.
No obstante, conviene preguntarse si este registro de lectura del destino como Bestimmung no contiene, todavía, los elementos propios de una interpretación unilateral acerca de la libertad -y, en consecuencia, de la política- que terminan remitiendo a su propia contradicción. Porque un destino entendido como determinación, es decir, que se erige por encima de todo y de todos, y que niega toda posible determinación del sí mismo, no es una determinación sino, más bien, una indeterminación que abre el camino de retorno desde el factum hasta el fatum. El sujeto de la libre voluntad moderna no parece llegar a comprender que los vientos sembrados bajo los auspicios de su comprensión del destino se objetivan y adquieren vida propia, una vida independiente de la de su creador, y que, a la vez, son capaces de crear y recrear un mundo de nuevas determinaciones. Como afirmara Hegel, «política, religión, necesidad, virtud, poder, razón, astucia y todos los poderes que mueven al género humano, ponen en marcha su juego aparentemente violento y caótico en el amplio campo de batalla que les está permitido. Cada uno se conduce como un poder absolutamente libre y autosuficiente, sin darse cuenta de que todos ellos son instrumentos en las manos del destino originario y del tiempo que todo lo vence».
Tal vez, estas consideraciones acerca del inexorable destino, bien como fatum o como factum, o como el necesario reconocimiento de lo uno y de lo otro, permitan sorprender el drama de una dis-torsión, la verdad de la determinación del socialismo orientalista de ayer en el gansterato de hoy, porque el modelo stalinista de representarse el poder dejó abierto el camino para su asociación con el crimen, desde el momento mismo en el cual el Estado llegó a concebirse como un instrumento de sojuzgamiento, de coerción y terror. Queda en pie la premisa: llegado a su fin, el gansterato se comprende como el ineluctable destino de un modelo de socialismo superfetado impuesto a sangre y fuego. “Polvo eres”, sentenciaba Isaías. El resto queda en manos del inevitable arribo del tiempo de cambios que se avecina.
@jrherreraucv