Todo parecería indicar que el objetivo de la celebración de elecciones se va a lograr. Solo que en el camino y para llegar hasta allí hay una miríada de temas no resueltos que van a hacer crisis y que exigirán de los dos lados de la ecuación, el régimen y la oposición, enormes esfuerzos. El equipo de Nicolás Maduro se verá sometido a inmensas presiones a todo lo largo del año 2023 y nada indica que sea fácil el tránsito por ese desierto, más aún si se toma en cuenta que no existe unidad de criterios entre las distintas fuerzas que componen el régimen, aparte del inveterado propósito de mantenerse en el poder a costa de lo que sea.
El primero de ellos es la situación económica de crisis superlativa que el país tiene en puertas. Pareciera realmente que el viento de cola que traía la dolarización está llegando a su fin. El gobierno no tiene cómo sostener más la divisa norteamericana y de allí a que la ilusión de bonanza se descuelgue estrepitosamente nos encontramos a un paso.
De cara a las “negociaciones” que estarían teniendo lugar en más de una ciudad y cuyo fin no es otro que la restauración de la democracia, dos elementos de importancia superlativa que requieren de una inmediata solución para que realmente se pueda hablar de comicios son los derechos humanos y la crisis humanitaria.
Quienes desde afuera abogan por una negociación entre el régimen de Maduro y la oposición venezolana no parecen tener clara la película completa de lo que ha estado ocurriendo en nuestro país en materia de derechos humanos. Ni parecen percatarse del rol determinante que han jugado las fuerzas del mal enquistadas dentro de quienes toman las decisiones del contingente de uniformados del país. Para decirlo más claro, no es posible mirar para un lado e ignorar la ignominia de la que han sido víctima centenares de individuos de la oposición en Venezuela, expresada en violaciones de derechos humanos, torturas, encarcelamiento en condiciones infrahumanas y otras de la misma especie. ¿Es posible hacer borrón y cuenta nueva en lo atinente a estos horrores? Es eso lo que pretende el régimen de Maduro para acceder a la realización de elecciones limpias y verificables.
Una suerte de impunidad irrestricta es la meta de quienes hoy, con sus fusiles al hombro pero con los bolsillos repletos de dinero mal habido, garantizan la estabilidad de Maduro. Llama la atención el paralelismo entre esta situación y la negociación de la paz colombiana, dentro de la cual los narcoterroristas alzados en armas también aspiran a borrar sus culpas sin otra cosa que un propósito de enmienda.
Habría que preguntarle a Emmanuel Macron si dentro del esfuerzo que intenta realizar en favor del retorno a la democracia, él sabe cómo es que se negocian los casos de crímenes de lesa humanidad o lo que es posible hacer con los procesos que son objeto de tratamiento en las Cortes Penales Internacionales que conocen de los desmanes de los jerarcas del régimen actual.
En materia de crisis humanitaria las cosas no pueden sino empeorar en el período de poco mas de un año que nos separa de las eventuales votaciones. Muchos millones de venezolanos viven dentro del país en condiciones similares a las de los pobres ciudadanos de Haití. En otro terreno, ¿es deseable para el madurismo promover el retorno de los millones de venezolanos expelidos por las dramáticas circunstancias económicas si el régimen no puede ofrecerles sino más de lo mismo, una vez que la dolarización de la economía llegue a su fin, lo que está a la vuelta de la esquina? ¿Y la situación de los servicios públicos, el drama de la sanidad pública, la provisión de agua y electricidad, la creación de fuentes de trabajo?
Nos está llegando la hora de las chiquiticas. Muchos creen, en las dos orillas de gobierno y oposición, y dentro del país así como por fuera de las fronteras, que las elecciones van a ser acordadas y que nos dirigimos con paso firme hacia ellas.
Pero el juego, es preciso reconocerlo, se ve más trancado que nunca.