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La hora de la verdad

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Todo indica que la hora de la verdad ha llegado para una humanidad que avanza rápidamente a niveles insoportables de hambre, pobreza y desigualdad, junto a daños irreversibles al planeta, mientras las entidades creadas para advertir y cambiar estas realidades muestran su insuficiencia.

Las demandas de un cambio de paradigma se hacen urgentes, mientras la obsesión del crecimiento económico, de la demanda y del consumo no parece dar paso a una rectificación por un mundo más modesto y sobrio, capaz de soportar un desarrollo armonioso y sostenible.

El malestar general global se viene sintiendo desde hace tiempo, lo que ha producido diversas reacciones, las mayores han sido del sistema de la Organización de las Naciones Unidas y de su Asamblea General, particularmente cuando en septiembre de 2015 aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y sus 193 Estados Miembros la suscribieron. Esta agenda fue fruto de una larga y compleja negociación entre un gran número de actores de las entidades multilaterales, los gobiernos, la sociedad civil, el mundo académico y el sector privado.

En diciembre de 2015 la mayoría de los países firmaron el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, mediante el cual acordaron reducir sus emisiones de carbono y se consideró como «punto de inflexión histórico» en el objetivo de reducir el calentamiento global. Antes, el 24 de mayo de ese mismo año, el papa Francisco presentó al mundo su Carta Encíclica “Laudato si’ sobre el cuidado de la casa común”, un documento

profundo y extenso sobre la gravísima situación de nuestro planeta, sus causas desde diversas miradas y sensatas propuestas de acción de alcance global hasta de alcance personales, familiares y locales.

A estas grandes iniciativas se suman diversas alertas que provienen de muy distintas fuentes, desde los grandes empresarios del Foro de Davos llamando a un “gran reseteo” mundial, la Organización para la Cooperación del Desarrollo Económico (OCDE), el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea y otras entidades, hasta clamorosos llamados de personalidades del mundo libre, sean intelectuales y académicos, artistas y deportistas, políticos y religiosos. El mundo está mal y va mal, era la coincidencia general, pero existen, decían de manera casi unánime, las posibilidades de parar las diversas crisis, o la crisis sistémica, e incluso revertirla a un mundo más sostenible.

Pero llegó la pandemia del covid -19 y todo cambió. A más de un año de aislamientos en todos los lugares y países, uso de tapabocas, distanciamiento y tratamientos médicos en todo el mundo, caída brutal de los viajes y desplazamientos humanos, congestionamiento de hospitales y cementerios, vacunaciones masivas y otras medidas, la situación de crisis sanitaria se resiste. Para esta fecha desde que la oficina de la OMS informó de la aparición de la enfermedad en diciembre de 2019 en China, van al menos 4 millones de muertos y cerca de 200 millones de enfermos, pero, como reconocen muchos, el balance de la pandemia podría ser dos a tres veces más elevado que el registrado oficialmente.

Los impactos en los seres humanos y sus familias han sido muy graves, igualmente en la economía, la sociedad, la salud, la educación, la cultura, los deportes, la recreación; también en

la naturaleza y en los demás seres vivos. A pesar de las múltiples reuniones entre los responsables mundiales en materia de salud pública, propiedad intelectual y el comercio, hasta ahora han privado los intereses del lucro, frente a esta enorme calamidad mundial.

Los expertos están anunciando un discreto repunte de la economía, pero acuñando una expresión un tanto novedosa: “En un contexto de incertidumbre radical”. Y agregan que la posible recuperación de la economía será “asimétrica”, es decir se recuperan la minoría rica y se deteriora la mayoría pobre. Entre tanto, más y más hambre y más y más pobres, la clase media golpeada y la obscena concentración de riqueza en muy pocos, alejan las posibilidades de cumplir los Objetivos del Desarrollo Sostenible, el clima muestra los efectos de la codicia humana, al igual que los sistemas naturales.

Frente a estas realidades no puede caber la indiferencia, el “dejar hacer, dejar pasar”. La gente no tiene porqué resignarse a morir de mengua sin tener posibilidades de realización. La gente necesita satisfacer sus necesidades humanas con su trabajo decente, en libertad y en una sociedad en que confía.

La gente, cada vez más gente, va a reaccionar y está reaccionando, pues sabe que en un mundo bien administrado logrará su bienestar, empezando por su propio lugar, su propia comunidad. No son las utopías políticas las que podrán dar respuestas, allí está la experiencia de los países y regiones donde se respeta la dignidad de la persona humana, donde existe libertad y democracia, el estado de derecho y la justicia. Allí está la experiencia de comunidades con elevado capital social. La gente va a buscar esas condiciones, o emigrando a donde existan, o luchando para conquistarlas en sus países.

Las entidades multilaterales deberán realizar un balance a la luz de esta pandemia, porque la gente no ve sino reuniones, pactos, declaraciones y mucha burocracia. Frente a la salud de muchos ha privado el lucro de pocos. Frente a las condiciones infrahumanas no existen medidas audaces y que ofrezcan resultados. Se nota que falta coraje para enfrentar las dictaduras que someten a sus pueblos. La justicia tarda para castigar y detener crímenes horrendos. La prudencia culpable se pone de manifiesto en estos días donde el tiempo no alcanza, porque el deterioro avanza y los costos humanos son muy altos.

Llegó la hora de “el gran reseteo”. Si esta economía basada en la codicia y si estos sistemas antihumanos y antinaturales están dando estos resultados, tendremos que darnos cuenta que llegó la hora de la transformación, extensa y profunda. A la humanidad le llegó la hora de entendernos, entre nosotros y con los sistemas naturales de los cuales formamos parte.

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