El recién pasado 24 de noviembre se cumplieron 74 años del derrocamiento del gobierno constitucional que presidía Rómulo Gallegos. Fue elegido presidente el 14 de diciembre de 1947 con 871.764 de los 1.183.764 votos sufragados y con él continuaría la institucionalización de las reformas democráticas y las reformas sociales iniciadas y puestas en marcha por la Junta Revolucionaria de Gobierno, encabezada por Rómulo Betancourt, que tomó el poder en virtud de la Revolución triunfante del 18 de octubre de 1945. Apenas pudo presentar dos Mensajes al Congreso Nacional: uno, el de su toma de posesión el 15 de febrero de 1948; y el otro, el 29 de abril, sobre la acción del gobierno y presentación de las memorias y cuentas de los ministros. Por cierto –lo que muchos desconocen u olvidan– ya se habían iniciado los trabajos de la autopista Caracas-La Guaira y estaban por comenzar los trabajos de la avenida Bolívar en Caracas, obras reivindicadas posteriormente por la dictadura.
Se cuenta que cuando el 19 de noviembre Carlos Delgado Chalbaud, quien era su ministro de la Defensa, le presenta al presidente Gallegos la lista de los pedidos militares, se le aguaron los ojos, y el ilustre novelista le dijo entonces: “Me agrada verte llorar porque eso quizás signifique que todavía haya en ti algo noble”. Ese llanto detenido era la expresión del gran drama humano que vivía Delgado porque –como es sabido– él visitaba con frecuencia y vivía días en los años treinta en la casa de Gallegos en Barcelona, España, y, además, hasta le pedía su bendición y la de doña Teotiste, la esposa.
¿Cuál era el petitorio entregado al presidente por los militares aquel fatídico 24 de noviembre?
1-Expulsión del país de Rómulo Betancourt.
2-Prohibición del regreso de Estados Unidos del teniente coronel Mario Vargas.
3-Destitución del jefe de la Guarnición de Maracay, teniente coronel J. M. Gámez Arellano.
4-Remociones y cambios entre los edecanes del presidente.
5-Desvinculación del presidente del partido Acción Democrática.
La respuesta del presidente Gallegos, de la que hago citas textuales, fue la siguiente: “Quiero recordarles que de acuerdo con la Constitución que he jurado cumplir y defender, los dos únicos poderes ante los cuales tengo que rendir cuenta de los actos de gobierno son, en primer lugar, el Congreso Nacional y luego el Poder Judicial, si es que contra mi persona es incoado juicio en la forma legal… Lo que ustedes me proponen con respecto a Betancourt es la inconsecuencia entre amigos personales y políticos, clásica en la historia de Venezuela y en la cual no voy a incurrir por dignidad propia…El comandante Vargas, a quien ustedes llaman Mario Ricardo, como camaradas de armas y amigos íntimos que son, es un hombre honesto y patriota, gravemente enfermo en Estados Unidos y si quisiera venir a pasar sus últimos días en la patria, no sería yo quien se lo impidiera, pues en ello va también algo de mi dignidad… En cuanto al comandante de la Guarnición de Maracay, contra quien se ensañan porque lo saben leal a mi gobierno, podría ser que yo lo removiera cuando fuere conveniente, pero no por imposición ni por acuerdos extraños… Los edecanes son jóvenes militares que se sientan a mi mesa, con lo cual queda dicho que no renuncio al derecho de escogerlos personalmente… Y en cuanto a la desvinculación de mi gobierno del partido Acción Democrática, ya sé bien lo que eso significaría conforme a la reciente experiencia del presidente del Perú. Si doy la espalda a la fuerza política que me ha apoyado y entre cuyos miembros me cuento, además de cometer una deslealtad quedaría expuesto a las maniobras de cualquier ambicioso. Ya no serían ustedes sino el mismo policía de la puerta quien un día cualquiera me impediría la entrada a Miraflores”. Y luego dijo, finalmente: “Los dejo aquí para que tomen un acuerdo de conformidad con mi respuesta; ya mi suerte está echada, la de la República queda en las manos de ustedes”.
Ya los dados estaban tirados sobre la mesa. Cinco días más tarde, el 24, se produjo el golpe de Estado que derrocó al gobierno constitucional. Sonó otra vez la hora de la barbarie de Doña Bárbara enfrentando la civilidad de Santos Luzardo.