Le cambiaron el nombre a Venezuela. Ahora es República Bolivariana, dizque para homenajear al padre de la patria, nuestro Libertador Simón Bolívar, cuyo espíritu debe estar atormentado de ver cómo estos impostores y tránsfugas ceden, mansamente, la soberanía a los hermanos Castro, cuyos efectivos y comisarios políticos cubanos, entran y salen del territorio nacional, como les venga en gana.
Modificaron nuestra bandera y nuestro escudo. Pero no son capaces de defender nuestro Esequibo. Además, ningunean nuestros símbolos ondeando a la par del tricolor nacional otras banderas, como la cubana, la de Irán y Rusia.
Le han dado varias denominaciones a nuestro signo monetario y la inflación sigue creciendo como una ola gigante. El simple bolívar pasó a llamarse soberano, antes de debilitarse, aunque la verdad es que nunca fue realmente un bolívar fuerte. Trituraron nuestro signo monetario, el poco que le llega a las masas venezolanas, al ciudadano de a pie, cosa que a esas bandas enriquecidas después de atracar y saquear el erario público, les importa un bledo porque, al fin y al cabo, ellos se manejan es con dólares y euros.
Derrumbaron las estatuas de Cristóbal Colón, mientras montan las de Marulanda. “Cada quien con su cada cual”. Sí, como decía mi abuela: “Chirulí con chirulí”. O sea, narcotraficante se ve bien cómodo y relajado con sus pares del narcotráfico. Por eso le instalaron, en predios de la parroquia caraqueña 23 de Enero, su monumento al jefe de los movimientos guerrilleros que llevan azotando más de 60 años a los colombianos y de paso, a nosotros. Sin dejar de contar los estragos que igualmente hacen en suelo ecuatoriano.
Al municipio Libertador de Caracas también le metieron cuchillo a sus denominaciones originales, pero no limpiaron el río Guaire ni terminan de construir el nuevo estadio de beisbol, salvo el que Chávez hizo para su particular divertimento en los terrenos militares del Fuerte Tiuna.
El estado Vargas no escapó de esta repartidera de nuevas partidas de nacimientos. ¡Ahora es La Guaira! Creen que de esa manera borran la verdadera historia de Venezuela, que la esconderán entre sus tinieblas o que desdibujarán a figuras como José María Vargas, el mismísimo prócer civil que fue capaz de decirle en su cara a Carujo que “el mundo es de los hombres justos”. Lo triste es que mientras se pasan retirando las placas donde constaba el nombre original de ese estado de nuestro litoral central, no terminan de remediar las ruinas que dejó a su paso el deslave de 1999. Los escombros que acumuló esa tragedia en las esquinas de Naiguatá, Macuto, La Guaira, Caraballeda o de Catia La mar, siguen allí, esperando que después de 20 años terminen de hacer los trabajos de reconstrucción.
El cerro Ávila, ahora se conoce como Waraira Repano, de casualidad se ha salvado que a las flores de Galipán no les dé por llamarlas “las flores de Cilia”. Pero lo que sí ha acontecido es que permiten que se edifiquen mansiones en su serranía. ¡Insólito!
El Parque del Este, se llamaba Rómulo Betancourt, un presidente que se convirtió en su propulsor, ahora lo bautizaron con el nombre de Francisco de Miranda, no por enaltecer la imagen del precursor. ¡Para nada! Lo hicieron por ánimo revanchista.
Lo último es que la Autopista del Este, conocida como Francisco Fajardo, ahora se llama Cacique Guaicaipuro, creen que con ese arrebato van a desaparecer de los expedientes las agresiones a los indígenas pemones o waraos, pruebas que están plasmadas en decenas de folios y que dan cuenta de los maltratos a más de 900 hermanos pemones que se han tenido que desplazar hacia campamentos de la oficina de las Naciones Unidas que se dedican a proteger a los refugiados. Esa denuncia la hizo Olnar Ortiz, vocero del Foro Penal Venezolano, quien aseguró que “el éxodo de los indígenas se aceleró tras la muerte de siete personas de la comunidad oriunda de Kumarakapatay, en el fronterizo estado Bolívar”.
Lo cierto, en medio de esta catástrofe que padece Venezuela, es que lo verdaderamente urgente es cambiar a esa parranda de delincuentes que desgobiernan a nuestro país, por un gobierno de transición que se encargue de reconstruir nuestra República.
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