Kant calificó el olfato como el sentido «más prescindible», mientras que Nietzsche aseguraba que su genio residía en su nariz. La cultura occidental ha relegado los olores como algo marginal, a la vez que enaltecía la vista y el oído, muy vinculados al arte.
Por experiencia propia, puedo reivindicar el poder evocador de los olores de mi infancia: la fragancia de las hojas de los chopos, el aroma fresco de la nieve, el perfume de la madera de cedro, el olor a cera de las velas y la esencia de un bizcocho de canela. No hay una forma mejor de rememorar el pasado que el olfato.
Kant se equivocaba al considerar este sentido como rudimentario. Por el contrario, es posible reconstruir la historia del mundo a través de los olores. Cada época, cada sitio, cada individuo coleccionan un gran álbum de sensaciones olfativas.
La historia de Europa también puede ser narrada mediante una sola gota de perfume, que ilustra las turbulencias políticas y sociales del continente en las primeras décadas del siglo XX. Esto es lo que hace Karl Schlögel en su libro El aroma de los imperios, que documenta la tragedia y las contradicciones que desembocaron en la lucha entre el fascismo y el comunismo en los años treinta.
El relato comienza unos años antes de la Revolución Bolchevique cuando dos perfumistas franceses, Ernest Beaux y Auguste Michel, recibieron el encargo de crear una nueva fragancia para celebrar el tercer centenario de la dinastía Romanov. Tras la caída de los zares, Beaux regresó a Francia y Michel se quedó en Rusia.
El perfume imperial, que sólo pudo comercializarse unos pocos años, dio lugar en París al Chanel Nº 5, producto de la colaboración de Beaux y la maestra francesa de la alta costura. Michel ayudó a desarrollar su homólogo, el Moscú Rojo, icono de sofisticación en el comunismo soviético. La jefa de la industria del perfume fue Polina Molotova, la mujer del lugarteniente de Stalin.
Si la pugna de dos sistemas antagónicos puede ser contada a través de un frasco de perfume, nuestra historia personal también puede ser narrada a través de los olores que percibimos. Nunca, que yo sepa, se ha trabajado en una sociología del olor, que sería tan esclarecedora como la estratificación de las ideas políticas. El olor de la gasolina, las exhalaciones de los cuerpos y el paisaje olfativo de nuestro entorno son tan significativos como los decretos del BOE, aunque nuestra conciencia tiende a menospreciarlos por una educación que exalta lo inodoro.
El olfato, sentido complejo y rico en matices, sigue siendo un misterio en el que bucean los científicos. ¿Olemos moléculas? Sea como fuere, el ser humano puede catalogar miles de olores, asociados a un pasado ya desvanecido. Proust encontró la felicidad al mojar una magdalena en el té. Somos nuestra nariz.
Artículo publicado en el diario ABC de España
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