Como la propia vida y según el decir de Heráclito, lo único cierto es el cambio permanente, o como lo escribió el poeta Walt Whitman: «la hierba crece, aunque no la vemos crecer».
El 28 de julio de 2024 todo cambió en Venezuela, en el sentido más profundo y esencial, el pueblo soberano derrotó electoralmente al régimen del desmadre y la destrucción.
La reacción represiva duele pero no debe sorprender, es la respuesta del poder sordo y ciego a la realidad de su derrota y ajeno o de espaldas al interés nacional que no es otro que el deseo y la necesidad de la libertad, la democracia y la libertad que la mayoría busca y quiere y por la cual no va a dejar de luchar, hasta conseguirlo.
El problema no es de fechas y tiempo, «caminante no hay camino, se hace camino al andar, golpe a golpe…» dice el poeta sabio.
Tiempos bravos nos han tocado, mucho dolor han producido y producen, tiempos de Caín y Abel, de víctimas y victimarios, tiempos de tiranía y violencia deshumanizadora.
Pero les aseguro que los opresores no duermen tranquilos y el 28 de julio es su peor pesadilla y su peor realidad.
Nunca más débiles y por eso andan ciegos y enfurecidos, perdieron a la gente y van a perder el poder, «por las buenas o por las malas».
En lo personal prefiero la primera opción, por formación y convicción, creo en el diálogo y en sentido práctico, en la negociación y creo que esta posibilidad existe y se está intentando a nivel interno y externo.
La fecha del desenlace, nadie la conoce, el futuro siempre llega, pero nadie sabe cómo y cuándo llega, es lo imponderable, la libertad humana, el azar y la necesidad quiénes esculpen el tiempo y definen nuestro destino personal y colectivo.
El 28 de julio ya es una fecha histórica, excede a lo estrictamente político y electoral, es el día D del final de una larga agonía, de un cuarto de siglo de autoritarismo, destrucción y fracaso.
El régimen puede «estirar» su tiempo, pero ya no puede evitar enfrentar la hora de la verdad, que no es otra que acatar y respetar la soberanía popular.