Un hombre apuesto cabalga por la ribera del río Claro en dirección al Central Tarabana, propiedad de su familia, los Yepes Gil. El caballero de impecable atuendo y sombrero aprovecha la marcha para revisar los potreros y cortes de cañamelar de sus posesiones enclavadas en el Valle del Turbio, traspasadas de generación en generación desde 1822, como lo atestigua un documento notariado en Barquisimeto el 21 de mayo de ese año.
Alegres voces alertan tanto al jinete como al brioso caballo. A lo lejos, varias mujeres en edad juvenil lavan sus ropas en el caudaloso afluente. Acelera el paso entre el apretujado espigar para observarlas y descubrir quiénes son, qué hacen en sí.
Los cascos de la vigorosa bestia se clavan en el barro de los surcos de riego del extenso sembradío. Los torrentes del río chocando con las piedras limitan su audición hasta que alcanza la margen del caudal. Allí, frente a él, se encontró a la dama más hermosa jamás vista en aquellos predios. Quién era aquella damisela del Valle de Tarabana.
Toques de queda y despliegue de tropas convulsionaron a Barquisimeto y Cabudare por ese entonces, pues hacía pocos días que un movimiento político-militar había derrocado al presidente democráticamente electo don Rómulo Gallegos, obligándolo a exiliarse y en su lugar instalar una junta militar presidida por Carlos Delgado Chalbaud.
Los apuntes de la investigadora
Rememora Haydee Padua, investigadora de la genealogía histórica de la familia Yepes Gil e hija de don Daniel Yepes Gil, que fue entre los verdes cultivos de cañas del Valle del Turbio, en épocas pasadas, donde don Daniel “encontró su verdadero amor”.
Don Daniel ya había contraído nupcias con doña Nelly Arévalo, procreando cuatro hijas. Doña Nelly fue una distinguida dama hija de don Rafael Arévalo González, el denodado periodista fundador de El Pregonero, quién con su periódico desafió la recia dictadura gomecista lo que le costó 27 años de cárcel en 14 prisiones entre La Rotunda en Caracas, y el Castillo Libertador, en Puerto Cabello, entre otros.
Pertenecía don Daniel a esa prosapia de hombres que a fuerza de trabajo continuaron el legado de sus ancestros, construyendo un futuro promisorio para los larenses. Su linaje otorgaba no solo una categoría principal, sino que también era un compromiso moral y ético. Nieto del doctor José Espiritusanto Gil, conocido en la literatura histórica como el Pelón Gil, un legendario héroe de la Guerra Federal que defendió sin titubeo la plaza de Barquisimeto durante los terribles años de 1860 y 1861.
El Pelón Gil era abogado litigante y un atinado político desde su curul en el Congreso que sancionó la Constitución de 1858. Más tarde desde su pequeño y modesto despacho en la calle Real de Barquisimeto, ejerció la primera magistratura del gran estado que abrigaba Lara y buena parte del Yaracuy. Asimismo, introdujo la primera imprenta a El Tocuyo para fundar el semanario Aura Juvenil, que dirigirá su hijo José Gil Fortoul junto a Lisandro Alvarado.
El valle neosegoviano como escenario
Una mañana de sol radiante, en cabalgata rumbo a la Hacienda Tarabana, en donde el moderno trapiche alemán de sus hermanos Cruz María, José Antonio y Mariano, trituraba el cañamelar para convertirlo en azúcar, divisó a orillas del río a una hermosa mujer que lo enamoraría para siempre.
Describe con entusiasmo Haydee Padua que don Daniel apresuró su caballo para atravesar el lecho y cautivo de una trampa del destino, sus animados ojos se clavaron en aquella bella silueta: una agraciada y joven damisela, de rasgos muy criollos y pueblerinos, de largos cabellos azabaches, de labios que no agotaban la pasión del rojo, dueña de grandes y expresivos ojos negros. Las travesuras de Cupido merodearon Tarabana en aquel remoto año 48.
«Y mi padre al acercarse cada vez más a aquella mujer, quedó inerte y sin aliento -recuenta Haydee Padua sumida en un fascinante relato-, adicionando que su esquema de hombre recio y poderoso se derritió ante la presencia magnífica de la esplendorosa mujer».
Es testimonio de don Daniel, entre las memorias escritas por su hija, que desde ese entonces las citas a hurtadillas “fueron más frecuentes, y las visitas a Tarabana se tornaron obligadas”.
Cada tarde, con un sol resplandeciente, Olga caminaba presurosa desde Cabudare por el camino Real a Barquisimeto hasta las extremidades del río Claro, para encontrarse con el apuesto hombre a caballo y sombrero.
-Así nació ese amor fantástico, en encuentros furtivos en el escenario más sublime, a las puertas de la histórica Capilla Las Mercedes-, traza la escritora sin advertir las grietas de su corazón y sus ojos anegados en lágrimas.
En Tarabana lo flechó Cupido
Aquel maravilloso encuentro se inspiró en el feudo del despiadado tirano Aguirre, entre el altivo Terepaima y la vasta meseta neosegoviana, testigos auténticos de la Batalla de Tierrita Blanca, acontecimiento desarrollado “en el año del Señor de 1813”, donde chocaron las tropas de Bolívar, Urdaneta y Palavecino contra las hordas del cruel brigadier español José Ceballos y su lugarteniente Francisco María de Oberto.
Y, desde ese entonces don Daniel compartió su vida con Olga Padua, la hermosa dama de Tarabana, “La Negra” como la llamaba con mágico acento. De esta esencia seductora nacieron Oscar, Haydee, Héctor, Virginia, Gisela y Fernando.
Pero don Daniel no pudo ser más franco, más llano, pues le ofreció a la dama de Tarabana eterna compañía, aunque el destino pronto se encargaría de negar esa noble promesa. Olga fue para él un tesoro de piratas, y con el transcurrir de los años, don Daniel dejaría de pensar en el tiempo que le asechaba, porque para sí, con ella, ya todo lo poseía.
Allí, en Tarabana, entre las faldas del imperioso Terepaima y el valle dominado por Lope de Aguirre, con vistas a la meseta neosegoviana, lo flechó Cupido.
IG/TW: @LuisPerozoPadua
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