
Ilustración: Juan Diego Avendaño
Cuando parecía que la burguesía, la clase media y los trabajadores constituían el fundamento del ejercicio del poder en la mayoría de los países, descubrimos de pronto que poco a poco, sigilosamente –sin revoluciones escandalosas– los oligarcas (de distinto tipo) han tomado la conducción política (incluido el gobierno) en los Estados más importantes: están al mando en Estados Unidos y China, en Rusia e India; incluso, en la Unión Europea. El cambio de mando en los primeros parece haberse producido en reacción a lo que algunos consideran excesos del liberalismo dominante. Pero muchos se interrogan sobre la duración de la tendencia.
Dentro del programa de actos de la “inauguración” de Donald Trump tuvo lugar un hecho insólito (al menos contrario al sentimiento de unidad que suele imperar en ocasiones semejantes): la reunión mundial de movimientos de “derecha” (incluso, de tendencia “extrema”) en National Harbor (MD), al sur de Washington. En realidad, ocurrió dentro del Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), especie de convención para el debate ideológico de los republicanos, que se celebra anualmente desde 2010, aunque en los últimos años ha servido para fomentar el culto del gran líder partidario. Asistieron, además de las “nuevas” figuras estelares (Elon Musk, J.D. Vance o Steve Banon), mandatarios o dirigentes de movimientos nacionalistas y conservadores, especialmente de América (Javier Milei) y Europa (Santiago Abascal, Nigel Farage, Matheusz Morawiecki). No faltaron entre ellos los desacuerdos: Jordan Bardella (Francia) se retiró en protesta por un gesto provocador (evocación del nazismo) de uno de los oradores.
Quienes han asistido a estas asambleas (ahora, más que espacios de discusión, plataformas publicitarias) son críticos de la democracias liberales (“decadentes y débiles”), ultranacionalistas (defensores de la soberanía estatal) y contrarios a la inmigración numerosa. Rechazan el multilateralismo y el poder creciente de las organizaciones internacionales (como la ONU) o comunitarias (como la Unión Europea) . Proclaman la abstención del estado en materia económica (lo que los aleja del nazismo, el fascismo y el comunismo). De otra parte, se oponen el aborto, las libertades sexuales excesivas y al reconocimiento de la diversidad sexual (LGBTI). Defienden los valores y principios tradicionales (aún en la cultura), así como los de la tradición religiosa correspondiente (no sólo cristiana en sus diversas expresiones, sino otras: islamismo, hinduismo). Como grupo, se consideran –pues han mostrado su éxito, especialmente económico– llamados a dirigir la sociedad y gobernar el Estado. Trump mismo cree tener una “misión divina”.
A finales del siglo XX, a pesar del triunfo de Occidente en la Guerra fría, las democracias liberales daban muestras de estancamiento y de cansancio. Acaso la falta de un competidor les privó de capacidad de respuesta frente a los problemas que fueron surgiendo. Sus gobernantes no previeron algunas crisis (la persistencia de la pobreza, la propagación de la violencia y el terrorismo, las crisis financieras, el recalentamiento global). Fallaron a la hora de proteger la población frente a fenómenos naturales (como la pandemia mundial). Tomó fuerza la necesidad de un cambio de estructuras políticas. Entonces, algunos dirigentes carismáticos, utilizando los mecanismos democráticos (partidos políticos, sufragio popular) tomaron el poder. No lo hicieron, como era costumbre, desconociendo el ordenamiento constitucional (revolución armada, golpe de Estado). Pero, ya en ejercicio y afianzados los soportes necesarios, subvirtieron aquel ordenamiento y establecieron sistemas autocráticos, cuando no dictaduras sostenidas por las armas.
Esa evolución había sido prevista por algunos estudiosos de los hechos políticos. El fracaso de ciertos ensayos democráticos en países desarrollados, América Latina y África, motivó algunas reflexiones tempranas, como las de J. Linz (The breakdown of Democratic Regimes, 1978). Especialmente llamaba la atención la utilización de instrumentos democráticos (como el sufragio) para imponer regímenes autoritarios. En realidad, el fenómeno tenía antecedentes en Europa: los nazis en Alemania en 1933 y después de la II Guerra Mundial los comunistas en Checoslovaquia. Pero, el procedimiento fue plenamente aceptado (a pesar de las claras intenciones antidemocráticas) a finales del siglo pasado y comienzos del actual en países de alguna tradición democrática: en Venezuela (con Hugo Chávez en 1999) y en Turquía (con Recep Tayyip Erdogan en 2003). Mucho más recientemente (desde 2014) parece ser el camino que ha tomado India (con Narendra Modi). Conviene señalar que los líderes mencionados representan pensamientos diferentes.
La democracia –antigua (limitada) y moderna (más amplia)– es una evolución de la aristocracia. En Atenas y otras polis como en Roma resultó de la incorporación (tras largas luchas) de un mayor número de ciudadanos (que no eran todos) en la toma de decisiones. Desde entonces se la define como el gobierno del pueblo (“demos”). Platón, sin embargo, consideraba la otra como la mejor forma. No era extraño: ya Heráclito (siglo V a.C.) se lamentaba por la caída del régimen aristocrático. Aristóteles, sin embargo, señaló que existen tres formas justas (monarquía, aristocracia y democracia) y tres corruptas (tiranía, oligarquía, demagogia) según se gobierne en vista del bien común o de intereses particulares. Precisó que la acumulación y conservación de la riqueza es el objetivo de la oligarquía. Cicerón en Roma se inclinaba por un sistema mixto (con elementos de las tres formas clásicas), capaz de “hacer felices a los ciudadanos”.
La democracia moderna es resultado de la evolución de sistemas aristocráticos en medios y circunstancias favorables. No surgió de un proyecto teórico formulado previamente. En Estados Unidos – donde se conocieron prácticas de participación desde la época colonial– influyeron las ideas de la Ilustración y de pensadores propios. Tras la independencia se estableció – parte de los compromisos de Filadelfia – un gobierno aristocrático. En realidad, los “padres fundadores”, temían tanto a la democracia como a la tiranía; pretendían garantizar la “libertad racional”. Sin embargo, el desarrollo del capitalismo y la aparición de nuevas clases sociales que engrosaron millones de migrantes, la transformación de los antiguos partidos en movimientos de masas, la aparición de asociaciones de lucha por la igualdad y el avance social, la influencia de los medios de comunicación permitieron la incorporación de todos a la vida política. La “república romana” quedó atrás. La democracia se impuso a nivel local y nacional.
Durante este primer cuarto del siglo XXI, en forma casi imperceptible, ha tenido lugar un proceso de apoderamiento de algunos estados por parte de poderosas oligarquías, entendiéndose por tales grupos reducidos de personas que pretenden obtener ventajas (especialmente económicas) para su exclusivo beneficio. Son de distinto tipo: político (miembros de un partido), militar (componentes de una logia), económico (dueños de riqueza), social (integrantes de casta o clase). Conquistan el poder con los instituciones propios del régimen existente: en el caso de las democracias, mediante el voto popular o la elección parlamentaria, como bien lo advirtieron los profesores (Harvard) Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (How Democracies Die. New York, 2018). El control que imponen es total: sobre todos los aspectos de la vida en sociedad. No escapan la cultura (pensamiento o arte) y la ciencia. Tampoco las costumbres. Carecen de sentimientos de piedad; son duros, hasta crueles. No reconocen amigos ni aliados.
Todas esas oligarquías son plutocráticas. Controlan la riqueza del país respectivo (¡y del mundo!). A finales de 2024 (informe UBS) había en el planeta 59,4 millonarios$, dueños de 47,5% ($213 billones) de la riqueza global. De ellos, 38% (casi 22 millones) vivían en Estados Unidos y 13% (más de 6 millones, comunistas) en China. Otros 3 millones en Reino Unido, igual cifra en Japón y 2,8 en Francia. Todas las oligarquías de este tiempo son conservadoras: nacionalistas, critican la globalización y las organizaciones internacionales (que podrían frenar su acción); rechazan la existencia de principios y valores universales, intangibles (como los derechos humanos) que deberían respetar; se oponen a las migraciones numerosas (que provocan cambios en las sociedades receptoras) y a las diversidades humanas; rechazan la intervención oficial en materias económica o social, propias de la esfera de la libertad individual. Extrañamente ahora (contra sus propios lemas) algunas intentan formar una hermandad.
No parece que Donald Trump tenga intención de proponer una reforma de la democracia americana En todo caso, no ha expuesto un cuerpo doctrinario que sirva de sustento a cambios fundamentales. No lo han hecho sus asesores ni el vicepresidente J. D. Vance, a quien se tiene como hombre de pensamiento. O al menos un breviario de ideas que oriente a la “nueva derecha” tanto en su país como afuera. En realidad, no se trata de uno sino de varios movimientos, como también son distintas las oligarquías gobernantes. Algunas tienen intereses contrarios a otras. ¡No tiene, en verdad, unidad la hermandad naciente!
X: @JesusRondonN
Noticias Relacionadas
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional