La tercera temporada de la serie Luis Miguel culmina con la producción mexicana más resonante en la plataforma de Netflix.
En el cuarto de escritores participa activamente la venezolana Karin Valecillos, quien logra imprimirle personalidad y sentido dramático al último tramo de la franquicia, cuyo tanque de combustible se mantiene lleno, gracias a las sabias decisiones de los guionistas.
Varias son las claves del libreto en la tercera temporada.
Los exponemos a continuación, para ustedes.
- El Sol de México ya no calienta como antes, su carrera atraviesa por diversas crisis, a consecuencia de su falta de empatía, de su arrogancia y de sus tormentos interiores. Centrada en conflictos y relaciones humanas, la serie sigue profundizando en el lado oscuro del ídolo, elaborando sus duelos y problemas familiares. Ha perdido contacto con su hija, deja plantado a Sergio en sus visitas como tutor, pelea con managers y abogados, quiere conquistar el mercado anglo, pero saboteando cada intento por consumar sus metas de éxito. En el fondo, Luis Miguel es arquetipo de un hombre excesivamente egoísta y orgulloso, con complejo de Edipo y Peter Pan, que se va hundiendo de a poco, a merced de sus fantasmas y demonios.
- La cantidad de botellas y vasos de whisky que vemos en la temporada tres, es directamente proporcional al derrumbe y declive del héroe. No parece haber futuro en la trayectoria del personaje, consumido por sus recuerdos y reveses financieros. Su cuadro depresivo afecta a la música, a la pequeña industria que creó, poniendo en peligro su buena estrella. La serie acierta en mostrar la imagen de un protagonista solitario y melancólico, como espectro de Sunset Boulevard, que busca revivir en vano sus éxitos del ayer, huyendo hacia delante con un estilo de vida que lo erosiona y extingue. El perfil psicológico del Luis Miguel de la temporada tres, es el de un cacique, de un líder mesiánico ahogado por el rencor y el pésimo trabajo de su angustia.
- A Karin Valecillos y el cuarto de escritores, debemos agradecerles por brindar una lección de inteligencia emocional, para el desarrollo de su tragedia. Por ejemplo, la inflexibilidad de Luis Miguel perjudica su posibilidad de figurar en Hollywood, de nuevo conspirando contra su chance de protagonizar El Zorro. También comete errores en su vínculo sentimental con Mariah Carey, al asumir conductas de macho que no riman con la libertad y autonomía femenina de nuestros días. Nótese que Luis Miguel, con base en su experiencia maternal, termina repitiendo los patrones de su padre, Luisito Rey, con las mujeres que lo rodean, al instrumentarlas y verse incapacitado para amarlas, para valorarlas. Así que su hija y Mariah no desean contactarlo más. Luis Miguel vuelve a la botella, alcoholizado en un descenso a los infiernos, al límite de un suicidio inconsciente.
- Para rematar, las cosas en su empresa marchan de mal en peor. Existe la amenaza de perder el control de Aries, a manos de una jugada de su gerente traidor. Por último, la grabación de un disco en inglés, acaba en otra decepción y fiasco. De modo que Luis Miguel destruyó con la cabeza y la mente extraviada, todo lo que edificó con su voz, carisma y talento. Mérito de la dirección poder transmitir las ideas del texto a través de planos y ángulos aberrantes que evocan el colapso del “Ciudadano Kane”, con todo y los maquillajes de Diego Boneta. El uso de implantes y postizos revela el compromiso metódico del actor, al estilo de un Orson Welles en México. Se confía en el poder del plano secuencia, en ocasiones apropiadas, así como en una nostálgica y emotiva recreación de época. Como única pega, el evidente empleo del croma, de la pantalla verde, en los conciertos del Sol. Así y todo, el balance es positivo en cuanto cristaliza el sueño de realizar una televisión de altura y de calidad, que pueda competir en el algoritmo del streaming. Vestuario y fotografía agregan capas de significado al relato en primera persona, dimensionando la caída del sol.
- ¿Cuál es su redención? La relectura moderna de un mito.
Luis Miguel apuesta por una salida metalingüística, que agrada a propios y extraños, que sube pulgares de la crítica y que activa la curiosidad o el morbo de la audiencia. La serie nos narra una intrahistoria, un inception, de por qué se creó Luis Miguel para Netflix. Ahí entendemos que parte de la solución del conflicto principal, tiene que pasar por la superación de un tema medular de la arquitrama, que es decir la verdad antes que imitar la red de mentiras del padre, Luisito Rey. Es claro, antes que nada, una operación marketing y lavado de imagen, tal como refiere el crítico Federico Karsturlovich. Pero no es menos cierto que la alternativa de los últimos episodios, pues funciona y ofrece una oportunidad de maduración para el personaje, en comunión con los suyos en un tradicional happy ending de corte musical. A los 50 años, renuncia a la hipocresía y la doble moral, esquiva el matoneo y la violencia, permitiendo que se abra su archivo sin censura, para que las generaciones de relevo cuenten su historia y la entiendan en su justa dimensión. Reímos, gozamos y lloramos con el desenlace, como lo hicimos con el final de la película de Freddie Mercury.
Es el arte de la mímesis y un guiño a la esencia teatral de la cultura azteca, con sus rancheras, mariachis y máscaras que se desvanecen.
Hoy Luis Miguel cobra las regalías por el riesgo de adaptar su propia biografía.
Un legado que evoluciona, amén de su ideal traslación a la pantalla chica.
Moraleja de la comunicación: más que una ficción rosa, el lenguaje dramático nos impacta cuando expone realidades duras.
Ergo, se imprime la leyenda, entre colores dorados y negros.
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