En Venezuela hay una línea oficialista de desconocimiento y desprecio por los educadores del país.
El último en refrendarla es Mario Silva ante la sonora protesta de los profesores del sector público, por sus pésimas condiciones laborales y salariales.
Ya sabemos de La Hojilla como programa, donde se esparce el odio y el sectarismo contra los disidentes de Venezuela. Es largo su historial de agravios y de ilícitos en la comunicación al utilizar la tribuna del canal del Estado para condenar a todo aquel opositor que ose manifestar su repudio por el régimen o sencillamente denunciar uno de múltiples problemas que aquejan a la población nacional.
Por lo general, se emplean las técnicas de la campaña sucia, de la propaganda negra, consistentes en matar al mensajero antes que al mensaje. En el show se hacen purgas, inquisiciones y sesgadas cacerías de brujas de rivales políticos.
En tal sentido, dispone de los fondos del erario para vilipendiar, atacar, acosar y finalmente provocar el procesamiento en juicios amañados.
Así, el canal ocho con Mario Silva, en vez de velar por la defensa de los derechos humanos, le confiere un arma de destrucción masiva a un Torquemada rojo sin escrúpulos.
Como las palabras importan, los títulos de los programas de VTV no son casuales: La Hojilla y Con el mazo dando. Ambos instrumentan una nomenclatura bélica de amenaza, pasando de la mención de una lámina cortante a una referencia de los garrotes viles de los verdugos de otrora.
Semejante primitivismo mediático lejos de disimularse o camuflarse, se enarbola como ejemplo para bajar línea e impedir el ejercicio de la división de poderes, pues desde ahí se incentivan causas truchas en una suerte de tribunal exprés al peor estilo de un talk show moralista.
Mejor dicho, de una doble moral, porque solo se ventilan los casos de los demás, nunca los propios o los de la revolución, ampliamente sustanciados y sancionados por cortes penales internacionales.
De modo que se trata no de un fenómeno aislado, sino de la estrategia de una política perniciosa del Estado, que articula con operaciones de falsa bandera, con potes de humo y manipulación psicológica, a punta de señalamientos personales carentes de fundamento y de fabricación de expedientes.
Tampoco es producto del azar, que el malestar de los docentes y su posterior escarnio en La Hojilla, rompan con la burbuja de los conciertos, de la paz bodegónica de los influencers y el cuento chino de una patria que se arregla.
Menos, es fortuito que coincida con el apresamiento de Juan Requesens y un grupo de opositores, para aterrorizar al ciudadano común, adoctrinándolo de cuál es su futuro si osa levantar su voz sobre el desbarajuste real del sistema.
En paralelo, buscan en Carla Angola a un chivo expiatorio que desanime a los periodistas, condicionando su libre expresión.
Por tal motivo, el reporterismo es un oficio peligroso por el que corremos riesgos. Menos mal que los colegas siguen en pie de lucha y no se dejan amedrentar, tal como los profesores que salen a la calle, solo para exigir que les paguen, soñando con tener la vida de ricos que ostentan los cuadros altos y medios de la nomenclatura.
La revolución, hoy afectada por divisiones y en la víspera de nuevas fragmentaciones, amanece dando golpes de ciego, bajo la sombra de una paranoia evidente, fruto acaso de su inseguridad y de su incapacidad de controlarnos a todos, los de adentro y los de afuera que padecemos la crisis.
Bien porque los maestros vuelvan a la calle y despierten a la sociedad. Es su labor, la de educar y enseñar desde su experiencia.
Un maestro no vive de promesas y consignas, de narrativas mesiánicas y de imágenes simbólicas.
Los maestros viven de su salario que tiene que dignificarlos y convertirlos en seres productivos.
Lástima que el desprecio hacia el maestro, su humillación caricaturesca y condescendiente, se difunda desde los mismos centros del poder público.
Tengo 20 años dando clases y entiendo del tema.
Por tanto, me solidarizo con el gremio y sus demandas, frente a una burocracia chavista que no se mide en su ensañamiento.
Dejen de botar la plata en ornato que no sirve para nada y que acaba en bolsillos de una mafia corrupta.
Reivindiquen a los profesores no con mensajes o likes, sino con hechos.
De ello depende, en parte, el destino de la nación.
Invertir en los maestros, es apostar al fortalecimiento de las instituciones, la ciencia y la democracia.
Empobrecerlos y llevarlos a la miseria del paro, conduce al desangre por el Tapón del Darién y la perpetuación de la dictadura.
Hay una ignorancia y una indigencia que se inducen desde Miraflores, para imponer la incultura del rebaño indefenso y vulnerable, fácil de domesticar con dádivas.
Así destruyeron y desactivaron a la clase obrera, dinamitando a la fuerza sindical que se opuso en los primeros años del siglo XXI.
Luego fueron por Pdvsa y demás joyas de la corona.
Ahora parece que quieren enterrar a la educación pública, privatizándola a su modo ruso.
Veremos qué ocurre.
Por lo pronto, lo dicho por los maestros: ¡Cese del hostigamiento y salario justo!