Es difícil pensar el mundo cuando el mundo está en guerra Martín Caparrós, Los abuelos.
Hipótesis a vuelo de pájaro
Un vistazo a vuelo de pájaro de diversos informes de think-tank, papers académicos y analistas mediáticos sobre la invasión rusa a Ucrania propone, en síntesis, cuatro hipótesis que la interpretan:
– que las potencias occidentales tendieron una celada (léase, provocaciones diplomáticas y encubiertas acciones políticas y financieras), para averiguar hasta dónde los rusos estaban dispuestos a llegar, y estos cayeron en la trampa. La idea era poner en actividad a la OTAN, que ya se había convertido en un aparato obsoleto y costoso a la que nadie quería poner más dinero, y cuyas estructuras y estrategias estaban en otra época de la historia. En este momento, ese objetivo se considera más logrado de lo que se esperaba: han entrado dos importantes países nórdicos, uno de ellos con extensa frontera con Rusia, y su presupuesto va al alza.
– que la amenaza principal de Rusia no era de carácter militar –Occidente se consideraba más que preparado para una confrontación de este tipo–, sino su poderosa influencia en Europa a través de la energía barata. En algunos círculos políticos y energéticos de este lado de Europa, el combustible a precios razonables era percibido como potencial amenaza existencial (“chantaje energético”, ha sido el término más usado), en caso de que el conflicto en la frontera oriental de Ucrania no pudiera ser resuelto mediante el Protocolo de Minsk. Sería como decir, que un buque petrolero o un tubo que transporta gas licuado presuponen un peligro mucho mayor que un misil hipersónico con carga nuclear o la nueva versión, aún más letal, del rifle de asalto Kalashnikov AK-47.
Esta hipótesis (la de eliminar la influencia energética rusa) tiene sus pros y sus contras: sólo convendría a Estados Unidos, a los países del Golfo Pérsico y, marginalmente, a Venezuela. El asunto es que los países del Golfo, con Arabia Saudita e Irán a la cabeza, mantienen relaciones de mutuo interés con Rusia, y no sólo en el negocio energético. Así las cosas, el único ganador tendría que ser Estados Unidos. Pero en este caso tampoco parecen cuadrar los números, sobre todo debido al enorme déficit norteamericano: saldría más oneroso para la Casa Blanca el gasto militar en esa contienda que el beneficio que pudiera obtener, mediante impuestos de las empresas de energía y de las industrias de armamento, o de los supuestos beneficios a futuro que, una vez llegada la paz, pudiera extraerse del país asistido militarmente.
Surge la pregunta, ¿es posible que Estados Unidos se arriesgue a una larga guerra convencional o a una guerra nuclear con una superpotencia militar sólo para favorecer sus intereses energéticos y empresariales? Los asesores de seguridad y política exterior allegados a la candidata de izquierda alemana a las recientes elecciones, Sarah Wagenknecht, mantienen la hipótesis de que la guerra fue una excusa para justificar la aplicación de fuertes sanciones a Rusia; y que estas son «simplemente un paquete de estímulos para la economía estadounidense y un programa asesino para las empresas alemanas y europeas”.(1) En extraña coincidencia de los extremos ideológicos, la candidata de la derecha alemana, Alice Weidel plantea lo mismo con otras palabras: “Ni Ucrania ni Rusia serían los perdedores de la guerra […] Se está librando una guerra económica contra Alemania”.(2) Weidel no menciona quién está detrás de tal agresión, pero a buen entendedor…
Si bien la guerra es una economía en sí misma, el intento de abrir mercados mediante la fuerza militar o revoluciones de colores tiene antecedentes (Irak, Siria, Libia, la misma Ucrania, etc.), y no precisamente favorables para la economía estadounidense. En este sentido, las excepcionales ganancias de las empresas energéticas de gas norteamericanas, a costa de los contribuyentes europeos, debido a la suspensión parcial del gas y petróleo rusos por las sanciones, los analistas las perciben más como coyunturales que sostenibles a largo plazo. La pregunta aquí es si las potencias occidentales desean prolongar la coyuntura. La no renovación por parte de Ucrania al paso del gas ruso a Europa es vista desde afuera como una forma de pago relacionado con las enormes cantidades en ayuda otorgada a Ucrania por Estados Unidos y como una represalia ucraniana por lo que ellos consideran la constante vacilación europea o, en todo caso, un elemento de negociación mirando a las posibles negociaciones.
– que los rusos estaban al tanto de que no se trataba de las habituales provocaciones entre potencias rivales, sino una estrategia de largo aliento a la que Vladimir Putin quiso adelantarse y, con ello, evitar un status quo forzado por los hechos: la entrada de Ucrania a la OTAN había comenzado su andadura lenta y secretamente, y así, con los hechos consumados, Rusia tendría que tragarse el sapo, tal como hizo cuando Polonia y los países bálticos entraron a la OTAN. Dicho de otra manera, la respuesta rusa fue militarizar una guerra contra ella que ya había sido iniciada con el conflicto del Donbás como primera fase. El paper citado de la Rand Corporation de 2019 (Overextending and Unbalancing Russia), think-tank norteamericano, cuyos estudios e informes son base para la elaboración de políticas en Estados Unidos, es tomado como referencia, en uno u otro sentido, por algunos analistas rusos y europeos para explicar los aspectos geoestratégicos de la decisión rusa de invadir Ucrania.(3)
-esta no es una hipótesis, propiamente hablando, sino una síntesis de las versiones públicas expuestas en los medios de comunicación de los países de la Unión Europea: Vladimir Putin invadió Ucrania para apropiarse de ella por una decisión personal –de hecho, en muchos noticieros o zonas de opinión política, se le denomina “la guerra de Putin”–, con el fin de recrear el imperio ruso, de ser posible a las fronteras anteriores. Con esta invasión completaría su estrategia, comenzada años antes con la toma de Crimea, que le permitiría tener amplio radio de acción en el mar Negro y, a la vez, lanzar una fuerte amenaza a los países occidentales. Según estas tesis, Putin calculó que si la toma de Crimea no había tenido consecuencias reales, y en el equilibrio geoestratégico había salido ganando, podía realizar otra de mayor envergadura y atenerse a un escenario bastante más complejo, sin duda, pero que podía ser manejable a mediano plazo a través de la diplomacia.
Al momento de esbozar estas líneas, aun considerando la llegada al poder de Donald Trump, se desconoce si los rusos van a poder solventar el asunto de forma diplomática, mediante negociaciones de paz. Tomando en cuenta, sobre todo, la gran oposición que existe en la mayoría de los políticos de de este continente a una paz forzada por la derrota ucraniana. Esto sería sinónimo, frente a la opinión pública mundial, de una derrota de la Unión Europea y del sistema de seguridad del continente. No sólo eso: el peso de la Unión Europea en los asuntos mundiales se vería gravemente afectado y el Euro, disminuido como moneda de referencia en los mercados internacionales. Esta parece ser la real preocupación, y no el peligro de que los tanques rusos se estacionen en Potsdamer Platz o debajo de le Torre Eiffel. Europa lucha para no perder cuota de poder; pugna para no hundirse en la intrascendencia frente a la potencia militar y energética rusa y la potencia productiva y tecnológica china.
Pero Putin, por el contrario, declaran algunos expertos, no piensa como un político europeo, sino como un estratega de la vieja escuela; sus ambiciones, por tanto, van más allá de Ucrania, pues la política, que es el arte de la negociación, no está en su léxico de autócrata. Otros plantean lo contrario: el Putin estratega, por sí solo, nunca prevalecerá en el campo de batalla, pues la decisión de ir a una guerra no es, en primera instancia, militar sino política. Así deducen que Putin, habiendo sido miembro del aparato de inteligencia soviético, usa la política más bien de forma táctica: innumerables encontronazos subterráneos que, como en tiempos de la Guerra Fría, se ganan o se pierden en los bosques más oscuros de la civilización, donde difícilmente llegan los reflectores de la Historia… y aún menos, la inoportuna mirada de los votantes. Esta última idea sugiere que el presidente ruso ha entrado en una dinámica de batallas a ganar, o guerras híbridas de desgaste, pero cuya victoria total no parece sostenible a largo plazo. Y esta no será posible sin un acuerdo geopolítico con Occidente que consolide los logros rusos obtenidos sobre el terreno. Al mismo tiempo, los cañones no se silenciarán hasta que los reclamos de Moscú, como actor relevante de las nuevas estructuras de seguridad –forjadas a partir de esta invasión–, sean tomados en consideración.
Notas:
1. Um Wähler zu locken, setzen… Wir brauchen ein Antikrisenprogramm, Süddeutsche Zeitung, 12. November 2024.
2. Alice Weidel, im Interview der Woche des Deutschlandfunks. Es wird hier ein Wirtschaftskrieg gegen Deutschland geführt.
https://www.deutschlandfunk.de/alice-weidel-afd-ukraine-krieg-100.html
3. Overextending and Unbalancing Russia – RAND Corporation Santa Monica USA (2019).
https://www.rand.org/content/dam/rand/pubs/research_briefs/RB10000/RB10014/RAND_RB10014.pdf
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