OPINIÓN

La guerra de valores

por Isabel Pereira Pizani Isabel Pereira Pizani

Nada más difícil de encontrar que el hilo comunicacional entre aquello que al pueblo le importa y las grandes medidas macroeconómicas, imprescindibles de poner en marcha para restaurar equilibrios, encontrar la ruta del crecimiento y en definitiva sanear la economía de grandes déficits, como la temida inflación, la destrucción de los salarios, el desempleo, la carestía y el empobrecimiento masivo de la población.

Quizás la fórmula la tenemos en las narices y por obvia no la podemos reconocer. En tal sentido es muy acertado el reconocimiento de la brillante economista Sary Levi cuando señala que la orientación macroeconómica de un país contiene en su estructura y condicionantes la visión política de quienes la diseñan. No es neutra. Si el gobierno es liberal, sus políticas económicas lo expresarán, exaltarán las libertades económicas, el libre mercado, Estado de Derecho, respeto a la propiedad, equilibrio de poderes, la rendición de cuentas al ciudadano y el reconocimiento del protagonismo del individuo responsable. Si el régimen en el poder es socialista, igualmente ocurrirá, sus temas serán la colectivización, el Estado concentrador del poder, la anulación de la propiedad privada, la expropiación de la plusvalía generada por el trabajador, la enemistad irreparable de las clases sociales y la lucha de clases como motor de la historia.

Hoy en Venezuela deberíamos aceptar que la estrategia macroeconómica adoptada por el régimen no está fallando, cumple los objetivos de quienes la imponen, el gran obstáculo consiste en que ese camino escogido por el régimen no es el adecuado para construir un país próspero de personas libres e iguales. Sirve para otros fines políticos, condenar las masas populares a permanecer rodilla en tierra, empobrecidas, con hambre, promoviendo el colectivismo, la socialización, viviendo de dádivas, sobreviviendo con base en donaciones populistas a cambio de la libertad, sometidos por un Estado que controla la economía, la justicia y la libertad.

Recientemente hemos visto figurar de nuevo en países vecinos el protagonismo de regímenes de corte socialista, sucediendo a gobiernos que habían logrado un alto nivel de éxitos en su ejercicio, tales como Chile y Colombia. Podríamos preguntarnos ante esta dura realidad: ¿cuáles son los flancos que atacan los regímenes socialistas para crear el escenario que les permita poner en marcha su ruta hacia la toma del poder y con ello ejecutar el cruento proceso de destrucción económica? La dirección y acciones políticas de los grupos socialistas muchas veces son emprendidas sin contar con el convencimiento y apoyo masivo de la población, sobre todo de la gente que ha vivido dependiendo del salario que reciben como retribución por su trabajo, de la existencia de una oferta importante de empleos y beneficios laborales, de un ingreso familiar que permita cubrir las necesidades básicas y otras aspiraciones de los miembros de la familia que respondan a la sana aspiración de prosperar, adquirir una propiedad y bienes valorados por las familias, educar a los hijos y vivir decentemente en una zona segura con calidad ambiental y servicios eficientes.

No es casual que antes de tomar el poder, en el caso del ascenso en Latinoamérica de gobiernos izquierdistas, la prédica de estos aspirantes a controlar el poder esté centrada en ataques fulminantes a los valores. No anuncian las medidas económicas supuestamente salvadoras, concentran sus esfuerzos en denunciar, satanizar, acusaciones ad hominem, exagerar las fallas sin proponer soluciones, ejecutar acciones destructivas de mobiliario urbano, alterar el orden público con episodios de violencia que infundan temor y culpabilicen las fuerzas responsables de devolver la calma y el orden. Operativos acompañados por una descalificación pérfida de las políticas en marcha y desvalorización de las experiencias democráticas en estos países. Recordemos los recientes hechos de violencia urbana ocurridos en Santiago de Chile y los intentos de reproducirlos en Ecuador y Colombia. Los argumentos se repiten. La acusación que rasga el celofán es la dirigida hacia la integridad moral de los que promuevan y alientan medidas liberales, se les acusa de traicionar a la patria, estar vendidos a intereses ajenos al país, de albergar un afán desmesurado por el enriquecimiento individual. Esta campaña tiene unos fines muy claros, acabar con la confianza de la gente en los líderes de las políticas que pregonan la importancia de la libertad en todos los planos, en el económico, político, social y cultural. Tratan de asociarlos a intereses contra el país, los exponen como personas que odian al prójimo y sólo les importa sus oscuros y egoístas intereses económicos. Convierten a estos políticos en enemigos, fundamentalmente opuestos a las clases de los trabajadores, en verdugos de aquellos que viven de sus esfuerzos y capacidades.

Después del ataque a la confianza viene otra andanada, la acusación sobre la ruptura de otro valor clave, la responsabilidad. Se presenta a los líderes de las propuestas económicas de crecimiento como irresponsables, ajenos a los intereses del país, porque defienden la noción del mercado libre, el cual empaquetan ante la opinión pública como el espacio donde el “pez grande se traga al chico”. La presentación de las empresas concentradas en buscar la productividad y la rentabilidad es ubicada entre los peores defectos generados por el egoísmo y la falta de solidaridad entre los ricos y los pobres, entre el empresario y el trabajador.

Aquí se desenfunda el arma que siempre guardan bajo la manga los socialistas, el ataque a la propiedad privada. Encarnación o símbolo del despojo de las masas por el capitalista. Denuncian la propiedad por haberse constituido usando medios ilícitos, basados en la explotación del trabajador, quien pasa a ser una víctima del proyecto económico del empresario y del capital. El trabajador es victimizado, convertido en un ser despojado, saqueado y en un débil jurídico sin defensa por la legislación vigente. No importa que la empresa sea de un alto contenido tecnológico de avanzada, para el izquierdismo el trabajador es el único que produce y el propietario sólo un explotador, no aquel que invierte y se arriesga con una idea o proyecto a crear más valor.

En realidad, la penetración socialista siempre empieza por una guerra de valores, su primer objetivo minar la confianza de las masas populares, se trata de crear desconfianza y generar problemas en la práctica que afecten el desenvolvimiento económico, las experiencias recientes evidencian esta táctica tal como sucedió en Chile y recientemente en Colombia. En segundo lugar, se exalta la deshumanización de los propulsores de estas políticas, son calificados como monstruos, rotos con las necesidades del pueblo sin ninguna pizca de compasión hacia los que tienen menos, los vulnerables o desfavorecidos. Rota la confianza en la racionalidad económica, quebrada la dimensión ética de quienes las impulsan y proponen estas vías, se pasa a un tercer plano, introducir el paquete sustitutivo ante los ojos de una población que se siente estafada, engañada y que vive el papel de víctima en todo su esplendor.

Los primeros anuncios van contra los sectores y empresas que lideran el crecimiento económico, en Venezuela la industria petrolera, la cual ha sido atacada sin piedad, creando la imagen de una entidad contraria a los intereses del pueblo, manejada por seres desalmados que no les importan los más pobres. En conclusión, la consigna es tomar ese gran bastión. Mientras Chávez vociferaba «Ahora Pdvsa es nuestra», los ingresos petroleros se concentraron en profundizar, en ampliar su apoyo político. Entre 2003 y 2016, la empresa despilfarró más de 250 millardos de dólares en misiones y fondos diversos todos de “interés social”, debilitándola, con una producción que hoy apenas llega a la quinta parte de hace 20 años. Pdvsa en Venezuela y Ecopetrol en Colombia han sufrido estos ataques a su integridad empresarial empujándolas a comenzar una falsa tarea de humanización, apartadas de sus tareas corporativas, condenadas a procesos expiatorios: vender pollos, verduras y reparar las cosas rotas. Se clausuran las áreas de investigación y exploración de esas empresas, acaban con los controles de gestión que aseguran la productividad, para acometer luego quizás la parte más perversa, demonizar a la gente que ha sido responsable del éxito de estas instituciones.

Nunca olvidaremos la puesta en escena de Chávez, con un pito en la boca anunciando la destrucción de los recursos humanos de Pdvsa, calificados de emisarios del diablo, contra los pobres, vendidos al capital extranjero. Un guion publicitario muy completo. No olvidemos esa patada de Chávez a los 18.000 empleados de Pdvsa que con su labor y preparación nos permitieron construir una Venezuela moderna, urbana, imperfecta pero perfectible. Destrucción de un capital humano que explica el estado ruinoso de esa empresa en la actualidad.

Este guion comunicacional se repite en todos los países donde los socialistas quieren tomar el poder con base en la mentira, en la destrucción de valores de confianza y responsabilidad, demonizando aquellos grupos de ciudadanos que han construido empresas de punta en el desarrollo de los países acusándolo de traidores a la patria y de ciudadanos irresponsables.

Ahora bien, este relato viene a colación porque se reconoce que no hemos intentado comprender, deconstruir las tácticas y estrategia de penetración del socialismo, saber cómo llegan al poder los grupos izquierdistas-socialistas. No los comprendemos y por tanto nos equivocamos.

En primer lugar, al intentar comunicarnos con el país sin haber evaluado ni comprendido la estrategia del rival, del contrario, aquel que pretende eliminarnos y sustituirnos, nos lleva a crear mensajes supertécnicos con preeminencia del campo económico, mientras más sofisticado nos parece, mejor es gráficamente “errar en el blanco”, no descubres la falsedad de los argumentos del contrario y dispara para un lado equivocado. Es convencer a las masas confundidas, deslumbradas por el descubrimiento del engaño de quienes han dirigido la economía, sus enemigos, haciéndolos presa de un mensaje fundado en antivalores que exaltan la victimología. Nadie salió en defensa y a contradecir las falsedades de Chávez cuando destruyó Agroisleña, la empresa históricamente más importante al servicio de los agricultores venezolanos, cuya expropiación fue causa de la profunda crisis y miseria de la agroalimentación en Venezuela. La propuesta de Chávez se centraba en fundar falsas esperanzas, valores torcidos de dependencia  y venganza: «El socialismo te ayudará, te defenderá de estos dragones usureros, para ello vamos a quitarles sus propiedades». Hoy el consumo de productos agrícolas y pecuarios ha caído a 20% y 90% de la población enfrenta déficits nutricionales. Un tratamiento comunicacional repetido con Pdvsa: «Vamos a acabar con la industria petrolera que nunca ha sido tuya y a resolver tus necesidades con programas asistencialistas», omitiendo que no proponen producir más, mayor productividad y mejores salarios. «Atentos que anunciaremos bonos, donativos, misiones, expropiaciones a los malvados, entrega a los trabajadores del manejo de empresas». Se insiste en sembrar el sentido de estar protegidos, de haber sido salvados de las garras de los explotadores. Una estrategia fundada una vez más en la exaltación de valores contrarios a la confianza, el respeto “al otro”, a la responsabilidad individual y a la verdad objetiva.

Para entrar en una campaña con posibilidades de éxito tenemos al igual que los socialistas comenzar a conversar sobre valores, ¿qué muestras puedo exponer sobre las mejoras permanentes de la calidad de vida de la gente basadas en el esfuerzo, la adquisición de capacidades y la confianza en los que se han preparado técnicamente para conducir la economía? ¿Cuánto en verdad valoramos la educación como el medio privilegiado para avanzar en la vida? Plantear abiertamente la disyuntiva: confiamos en la responsabilidad individual o nos entregamos a la estrategia populista, esperar donativos a cambio del apoyo al régimen y dejar que se destruyan las empresas, las universidades, la tecnología y que nuestros mejores expertos sean despreciados por inmorales, expulsados, apartados de sus responsabilidades, obligándolos a abandonar el país.

Hay que pensar entonces en lugar de comenzar exponiendo el paquete de medidas macroeconómicas: cambiaria, monetaria, fiscal, laboral, la suerte del Banco Central, etc. (políticas fundamentales que deben construirse con la mayor idoneidad) en elaborar las estrategias comunicacionales que expresen el acervo de acciones para salvar los países, resaltar valores humanos, acabar con las mentiras, informar la verdad como medio para restaurar la confianza de la gente, esforzarse para enfrentar el perverso efecto de la estrategia comunicacional socialista, que le dio el triunfo a Chávez, Gustavo Petro, Lula da Silva y a Gabriel Boric. Triunfos montados sobre la destrucción de los valores de confianza, respeto, responsabilidad, esfuerzo propio, valor de las capacidades, honestidad y manejo pulcro de los recursos del país.

Es imprescindible estar atentos, cuando estos contingentes socialistas sienten que están perdiendo pasan a otra etapa, la siembra del miedo, de la sensación de impotencia e invencibilidad de su proyecto: “No saldremos ni por la buenas ni por las malas”. Esta amenaza es proferida en el momento en que se estructuran unas elecciones primarias de candidatos opositores, con claros objetivos, se apunta a desalentar la participación, sembrar el pesimismo, la inutilidad de intentar cambiar las cosas, creando un clima de  desconfianza, temor que aleje al ciudadano de la mesa de votación.

Seremos capaces de construir una estrategia de valores que dignifique al ser humano, que deposite su esperanza en el esfuerzo y en la adquisición de capacidades, valorar la educación, la honestidad individual y colectiva. Es imperiosa la necesidad de unirnos para alcanzar la libertad, conciliación y acuerdos. Una campaña que exalte la cualidades y potenciales del ser humano como aquella de tener el poder de cambiarnos a nosotros mismos, único sobre el planeta tierra.

A la campaña difamatoria contra la confianza, la responsabilidad y la libertad opongamos la exaltación de nuestra condición de seres humanos, fundamentalmente humanos.