En este momento la ciudad de Mariúpol, segundo puerto de Ucrania después de Odessa, está siendo tomada por las fuerzas rusas calle por calle. Después de rodearla le han cortado todo tipo de suministros (agua, calefacción, luz, comida y medicinas) para que se rinda, pero la resistencia se mantiene, por lo que se ha iniciado la destrucción de la ciudad. Es inevitable pensar en los videos o fotos de la fuente Barmalej (o “ronda de los niños”) en medio de un Stalingrado en ruinas debido a la invasión de la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial. También en Varsovia, ciudad que pagó la osadía de levantarse en contra del ocupante nazi durante 1944 con la destrucción de 90% de su infraestructura. El “recuerdo” de la última gran guerra en Europa se podría entender en historiadores y más si se especializan en el siglo XX: una memoria llena de imágenes vistas tantas veces en documentales, películas y libros. Pero me ha impresionado cómo las comparaciones que hacen periodistas, políticos y la gente en general (en las redes sociales, etc.) se refieren a la Segunda Guerra Mundial; y la justificación, tanto de la agresión como la defensa, se realiza dando ejemplos inspirados en ella. Razón por la cual nos hemos animado a hacer una primera aproximación al tema.
La memoria de la Segunda Guerra Mundial se mantiene viva, no solo por ser la última gran guerra y la de mayor violencia de la historia (y el desarrollo del genocidio sistemático de varios pueblos); sino porque su historia se sigue relatando a través del cine, logrando ser el hecho histórico con mayor presencia en la proyección de películas. En el caso de Rusia es evidente que su desarrollo como nación, Estado y potencia mundial está íntimamente ligado al conflicto que le dejó profundas cicatrices: 27 millones de muertos junto a una catástrofe material inimaginable. La invasión de Ucrania busca detener la expansión de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) en lo que fue la zona de influencia de la Unión Soviética (Rusia es heredera de ella) después de la Segunda Guerra Mundial. Hay un anhelo de volver al prestigio y poder que fue ganado con tantos sacrificios en 1945 y el resto del mundo reconoció pero también temía. E incluso el segundo argumento para justificarla está claramente relacionado con esta época al afirmar que Ucrania debe ser “desnazificada”. Las pruebas ofrecidas por Vladimir Putin el mismo día del inicio de la guerra (24 de febrero) son la intolerancia “genocida” de Kiev ante los rusos en territorio ucraniano, especialmente en el Donbass. Transforma una agresión en un compromiso o responsabilidad histórica: el evitar que el mayor mal de la humanidad (el nazismo) pueda resucitar, y pueda amenazar de nuevo a Rusia y los pueblos eslavos. Sin duda busca despertar un trauma colectivo.
Una parte de Rusia no ha caído en la trampa de la propaganda del gobierno de Putin y ha salido a protestar contra la guerra (ojalá fuera la mayoría, pero creemos que no es así). Aunque ciertamente ha habido intolerancia en Ucrania contra las minorías rusas, nunca se puede comparar con un genocidio como fue el nazi y los pocos grupos hipernacionalistas que existen jamás han logrado una representación parlamentaria. El colaboracionismo que se dio durante la Segunda Guerra Mundial ocurrió en todos los países y en el caso de Ucrania contrasta con lo más de 5 millones que murieron luchando por la liberación. Además, difícilmente podría ser nazi el presidente Volodimir Zelenski al tener un origen judío. En el caso de las protestas dentro de Rusia creo que la mentira de la “desnazificación” ha tenido una crítica importante en la participación de la sobreviviente del Sitio de Leningrado en la Segunda Guerra Mundial: Yelena Ósipova, que fue arrestada. Aunque al parecer no se tiene claro si nació en medio de dicho sitio, pero en todo caso sus padres sí lo padecieron. En general, Putin y Zelenski no han dejado de usar la Segunda Guerra Mundial para apoyar sus discursos, incluso le escuchamos a este último al dirigirse a Estados Unidos nombrar el ataque a Pearl Harbor y al hablar con el Reino Unido citó el coraje de sir Winston Churchill.
Un aspecto que examinaré en otra entrega, porque requiere mayor examen, es todo lo relativo a la influencia de la experiencia militar rusa en la Segunda Guerra Mundial en la actual invasión. Para concluir, debemos decir que al finalizar la Primera Guerra Mundial se pensó que sería la guerra que terminaría con todas las guerras debido a la masacre ocurrida. Lo mismo sucedió al concluir la Segunda Guerra Mundial –¡y más aún cuando los fallecidos se multiplicaron por seis!–, por lo menos en Europa se tenía esta esperanza. Nunca más el continente padecería una ciudad destruida como Stalingrado o Varsovia. 80 años después Mariúpol ha sido dañada en 90% de sus edificios y el número de civiles asesinados no para de crecer. Solo esperamos que al igual que ocurrió en Stalingrado, sea la derrota para los sueños imperialistas de un tirano anacrónico. La próxima semana volvemos a marzo del año 1942, pero no en el Pacífico sino en Europa, específicamente a Gran Bretaña. Un nuevo comandante ha llevado al mando de bombardeo de la Royal Air Force y el cambio será radical. Se ha propuesto probar que la victoria se puede lograr desde el aire.
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