Ataviado con un look nazi de Jojo Rabbit, el actor Jim Carrey planea dominar el mundo como el big brother de un Truman Show de videojuego.
Antes fue víctima, en el cine, de un reality que lo grababa 24 por 7. Hoy, en la película Sonic, el mismo intérprete ha evolucionado en la figura de un villano caricaturesco, fascista y populista que instala un dispositivo de control e invasión de la privacidad, para detener al héroe de la aventura infantil (el erizo azul de SEGA).
A su modo, la cinta expone un miedo real y mundial ante el avance indetenible de las tecnologías de identificación y reconocimiento de ciudadanos.
Específicamente, el largometraje construye una fábula moral sobre el uso y abuso de drones, con fines de dominación cultural y política.
Jim Carrey vuelve a su época noventosa de Ace Ventura, pero transmutado en un Chaplin que baila la danza de El gran dictador desde un dispositivo de vigilancia total.
El personaje lanza al aire una suerte de huevos ensamblados con cámaras y armamento pesado, que aspiran a suplantar el sistema convencional de las fuerzas represoras del orden.
Así Hollywood diseña una de sus fantasías conspirativas, que plasman el pánico por una generación de cibergeeks, de hackers, de creadores de programas malditos en el siglo XXI. Acotemos que no hablamos de un hecho aislado.
En la cartelera se estrenó recientemente La hora de tu muerte, un filme del alarmismo y el oportunismo de la meca sobre una aplicación que supuestamente tiene la capacidad de predecir la fecha exacta en que los consumidores van a fallecer. No es mala la idea para un típico divertimento de terror que juega con las fobias que anidan en el inconsciente del espectador. Sin embargo, el medio exagera la nota.
En un momento de crisis de relatos y de certezas, podemos convenir que la industria ha encontrado un filón en la sobreproducción de contenidos dedicados al crecimiento de las redes sociales, los inventos de Silicon Valley, los gadgets del milenio, según un enfoque de trivialidad paranoica.
Lo más preocupante y problemático es que del régimen de las pantallas se pasa al de los Estados fallidos, como el nuestro, para justificar cacerías de brujas, persecuciones, detenciones arbitrarias y procesos amañados.
De hecho, Maduro fabricó un teatro de complot, con drones, que terminó en la desaparición y el encarcelamiento de connotados dirigentes de la oposición. Por tanto, las posverdades del chavismo no son un juego, sino que afectan la vida de personas inocentes.
¿Cuánto de ello habrá tomado inspiración en los sueños y pesadillas de series como Black Mirror? Aparentemente nunca lo sabremos en el país de los cangrejos.
De regreso a la ficción, la cinta Espías a escondidas elabora una inteligente parábola de lo que venimos comentando, al narrar el trastorno que sufre una Central de Inteligencia de Hombres de negro, por efecto del contagio viral de dos experimentos enfrentados al poder tradicional.
El lado negativo se limita a replicar el argumento de Sonic del megalómano, del doctor loco que desea reinar en la manipulación de un complejo circuito cerrado, de un panóptico de ojos robóticos.
Es un chip, un meme argumental que simplifica el guion y se adapta de estudio en estudio, como un estereotipo de moda.
Por contrapartida, la redención del plot y de la propuesta obedece a la emergencia de la esperanza que encarna un niño genio. El chico salva al planeta gracias a su sentido del trabajo en equipo y a la ética de sus aparatos amigables, los cuales no causan daño y preservan la vida.
Vayan con la familia, porque es una de las alternativas felices que buscamos para conseguir balance y justicia, fuera de las condenas a priori.