El lunes en la noche los colegas de La hora de opinar comentamos que difícilmente Irán se atrevería a llevar a cabo una respuesta contundente al asesinato del general Soleimani por Estados Unidos. Lo afirmamos todos a pesar de ignorar en ese momento la magnitud y la intensidad de la reacción del pueblo iraní, la emotividad del duelo y la unidad nacional que suscitó la decisión norteamericana.
Por mi parte, basé mi escepticismo en un cálculo sencillo. Los gobernantes de Irán tienen una cabal consciencia de la aplastante superioridad militar de Estados Unidos, así como del carácter imprevisible (siendo generosos) de Donald Trump. Una respuesta iraní con bajas norteamericanas corría el riesgo de provocar la ira entre irracional y delirante de Trump, traduciéndose en un conflicto en el que Teherán saldría perdiendo. Y así Trump en realidad es mucho más cuerdo de lo que se cree, y solo recurre al ardid de la Madman Theory, acuñada por Kissinger a propósito de Nixon durante las negociaciones con Vietnam, o si realmente el actual mandatario pierde en ocasiones los estribos, es irrelevante. El riesgo resultaba excesivo.
Después de la aparente represalia de Irán el martes, lanzando unos veinte misiles contra dos bases en Iraq ocupadas por tropas de ese país y de Estados Unidos, parecía que perderíamos nuestra apuesta. Sin embargo, rápidamente se supo que dichos misiles fueron dirigidos a zonas de infraestructura de dichas bases y que Teherán avisó al gobierno de Irak que era inminente el lanzamiento para que este notificara a Estados Unidos. Un poco más tarde, el canciller iraní declaró que con este ataque concluía la respuesta de su país. La posible participación iraní en la destrucción de un avión de Ukraine International Airlines no altera la ecuación; en caso de no haber sido un accidente, fue un error.
¿Qué sigue? Como lo señaló mi amigo Ian Bremmer de Eurasia Group, puede venir ahora una negociación provechosa para todos. Él la limita a temas circunscritos al ámbito nuclear. Pero no es imposible pensar que Trump aprovechará su pequeño triunfo (homicida y quizás violatorio del Derecho Norteamericano e Internacional) para plantear un esquema más ambicioso.
Desde la época de Obama se dijo que Irán constituía un interlocutor regional e islámico para Occidente mucho más moderno, sofisticado y confiable que Arabia Saudita. Por ser chiitas en lugar de practicar el wahabismo sunita de Riyadh, por ser una nación mucho más poblada, homogénea, urbana y con una clase media casi mayoritaria, y con vínculos estrechos con Rusia y en menor medida con China, Irán, a pesar de los ayatolás podría realmente transformarse en un socio serio para Estados Unidos y Europa Occidental. Con algunas concesiones mayúsculas de ambas partes.
Por parte de Washington, levantar todas las sanciones vigentes, descongelar todos los activos iraníes pendientes, y normalizar relaciones entre los dos países, como Obama con Cuba. Para Teherán, abandonar su programa de enriquecimiento de uranio para siempre, sin cláusulas de atardecer ni tiempos de break-out, limitar su arsenal de misiles a dispositivos de corto alcance, y desistir de su apoyo a diversos actores violentos en Medio Oriente, desde Yemen hasta Líbano, pasando por Gaza, la Ribera occidental y Siria.
¿Irreal? Probablemente, pero menos que en cualquier otro momento desde el acuerdo de Irán con Estados Unidos y el P-6. Y quizás desde 1979, cuando las masas iraníes enardecidas por la presencia del sha en Nueva York tomaron la embajada estadounidense en Teherán y a 52 rehenes. En todo caso, guerra no habrá, por ahora. Paz, lo que se dice paz, tampoco.
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