En la actualidad la palabra “grieta” no solo define una abertura entre dos partes de un mismo cuerpo sólido, sino que en términos de convivencia representa el vacío que existe entre concepciones y prácticas políticas aparentemente insalvables que constituyen un inconveniente importante en la vida de sociedades aparentemente “civilizadas”.
Tal fenómeno se observa con claridad en la disyuntiva democracia liberal/autoritarismo, chavismo/oposición democrática, “progresismo” encarnado en el Foro de Sao Paulo + kirchnerismo + Lula etc./ frente a libertades, tolerancia, etc. Estas grietas tienen en común que se presentan con mayor frecuencia en la escena política latinoamericana tradicionalmente más pasional, revoltosa y pretendidamente ”menos civilizada”, según califican quienes se creen inmunes y por tanto autorizados para impartir cátedra al sur del río Grande o Bravo.
En la actualidad, observando el panorama político norteamericano, especialmente desde que el Sr. Trump se empecinara en no reconocer su derrota electoral del 2020 ante Biden, la política ha adquirido no solo el carácter de grieta sino que se sitúa en un plano de odio visceral no sólo entre toldas partidistas (republicanos vs demócratas), sino también entre quienes han asumido una lealtad perruna con el expresidente como es el caso del bochornoso episodio del 6 de enero de 2020 a las puertas del Capitolio, quienes son objeto de la repulsa mayoritaria de su propio partido, como también frente a las opciones demócrata o independiente que aún observan la característica de civilizada tolerancia que puede y debe esperarse en una democracia que ya bordea los dos siglos y medio de existencia, convirtiéndola en la más antigua del mundo y posiblemente la única que no ha tenido interrupciones. Las herramientas que se usan hoy no son muy diferentes a las que nosotros, venezolanos, conocemos. Como dice uno de nuestros hijos: “Es lo mismo pero en inglés”.
Hay que reconocer que la personalidad de Mr. Trump, irreverente, narcisista, soberbio, mentiroso, carente de los frenos que imponen ser educado y tolerante, ejerce influencia y liderazgo en un sector apreciable de la población y despierta simpatía ante muchos de sus compatriotas que presencian con preocupación el hecho cierto de que su país va perdiendo la hegemonía mundial indiscutida que tenía antaño. A ello agréguese el hecho de que ya en varias elecciones nacionales y locales la decisión ha sido definida por muy pocos votos, lo que pareciera indicar que las posiciones de la gente -racionales o no- no lucen inclinadas a cambios sino que más bien se ven atizadas por dichos y hechos que contribuyen a mantener -y quizás agudizar- el sabor áspero ya instalado.
Como se puede apreciar del párrafo anterior, este columnista no coloca a Mr. Trump entre los modelos a imitar, pero ello no excluye darse cuenta de que el expresidente es blanco de ataques -muchos de ellos ampliamente válidos- no tanto porque haya tenido la mala idea de tener una aventura con una estrella porno sino porque tan desgraciado -pero humano- error que quiso ocultar con dinero junto con otros procesos que están en curso, tienen el potencial de descarrilar su aspiración de regresar a la Casa Blanca en enero de 2025. A Al Capone no lo pudieron juzgar ni encarcelar por su sanguinaria trayectoria sino porque tuvo la mala idea de defraudar al Tío Sam en materia de impuestos y por allí lo sentenciaron.
Lo anterior nos conduce a afirmar que todos -o casi todos- los pecados de Mr. Trump habrían quedado discretamente ignorados de no ser porque el hombre está roncando fuerte en la cueva rival para 2024, amenazando así a otros intereses o actores cuya pertinencia o no excede el marco de estas líneas. En la Venezuela de Chávez/Maduro esas diferencias, como estamos presenciando ahora, se dilucidan entre mafias y clanes o en los sótanos de la Dgcim o en las celdas de El Helicoide. La afirmación anterior no pretende ignorar o sugerir que en la fenecida cuarta república todos los entuertos fueran solucionados tan solo por la intercesión de María y la manipulación de expedientes a cargo de ángeles y querubines.
El episodio de esta última semana que nos permitió observar “ad infinitum” en todos los medios a un señor billonario, expresidente de Estados Unidos, sentadito ante un juez de Nueva York respondiendo “not guilty” (no culpable) a las acusaciones de un fiscal, igual que cualquier ciudadano que se roba una gallina, representa por un lado la exaltación de la ley como valor fundacional de la sociedad norteamericana, como así también nos ha permitido ser testigos de que esa misma virtud, administrada con astucia y cálculo, puede manejarse como arma que permite que se genere la grieta que titula estas líneas y tiene el potencial de no ser de buen pronóstico si las pasiones no se contienen.
@apsalgueiro1