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La gran mascarada del cristinismo

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¿Cristina Kirchner fue condenada? ¿Ha sido puesta en prisión o arresto domiciliario la actual vicepresidente en ejercicio de la presidencia? ¿Se la ha proscripto para una posible postulación para 2023?, nos preguntamos. La respuesta evidente u obvia es que no. Ahora bien, mientras recibía en su despacho del senado a Pablo Iglesias, el dirigente comunista de Unidas Podemos que aún debe responder por el financiamiento chavista ante la justicia española, la jefa del Frente de Todos respondió a la acusación del fiscal Diego Luciani con un monólogo discursivo por su canal de Youtube en una mascarada de rabieta y desquicios argumentales, mientras movilizaba a la propia tropa para ganar unas calles de Recoleta. Una respuesta política a una acusación de la Fiscalía en un proceso judicial, de por sí largo, más aún en la Argentina tiempista.

Militantes vocacionales, agrupaciones sociales, sindicatos, intendentes del Conurbano, intelectuales “progres”, dirigentes políticos de organismos de derechos humanos bien atendidos por el calor oficialista, se sumaron a La Cámpora para trasladar micros, montar guardia 24 x 24, hacer flamear sus banderas y pancartas junto a las de Camioneros, el arco iris del Todes, la indigenista whipala, cerrando unas cuadras del elegante barrio porteño por unos días.

Allí se hicieron presentes en el domicilio de la presidenta del Senado, además, ministros, exgobernadores como el procesado Uribarri, diputados y senadores nacionales y provinciales, además de gremialistas con despliegue de merchandising, dulcemente mezclados con barras bravas movilizados por algún edil o barón del Gran Buenos Aires. Todos ellos ganaron la calle de un barrio para dar el presente ante el “santuario” –tal como lo definió el camporista Andrés “Cuervo” Larroque, del coqueto departamento donde habita CFK, en el corazón de Recoleta. Durante días hicieron un calvario la vida de los vecinos de la líder Nac&pop, haciendo sonar sus bombos, redoblantes y trompetas, explotando bengalas, rindiendo culto a “la Jefa”, quien luego de retirarse la Policía de la ciudad con veinte efectivos heridos en las refriegas (esa que ella calificó como ”policía política”, cual émulos de la NKVD), en un “acuerdo pampa” entre funcionarios del gobierno nacional y el de la Ciudad, bajó  a arengar a sus huestes en un escenario que se “improvisó” con antelación, listo para instalarse en pocos minutos.

Allí Cristina apeló a su retórica de víctima, al legado del peronismo histórico (el mismo al que hace un tiempo les aconsejó suturarse las partes bajas traseras, es decir, en castellano vernáculo, valga la redundancia, el culo), evocando la figura de Juan D. Perón, al que alguna vez calificó como un “viejo de mierda” (sic), apelando a su relato y a ser el centro de gravedad político de la coalición gobernante. Y hay que reconocerle que lo ha logrado, por lo menos temporalmente, ante un presidente como Alberto Fernández deshilachado y un “superministro” de Economía como Sergio Massa que está implementando un ajuste que, de haberlo hecho el gobierno de Mauricio Macri, le habrían incendiado el país.

Este sablazo que afecta a salarios, jubilaciones, el presupuesto de la Salud Pública, incluidas áreas de discapacidad, Educación, Vivienda, Obra Pública, etc. que sumará 220.000 millones de pesos, no toca ninguna caja en manos de la valiente muchachada para la liberación del selecto kirchnerismo duro (léase Aerolíneas Argentinas, Anses, Pami, AFIP, Ministerio de Mujer, Género, etc.), como del gasto político. De todo esto Cristina se despega como si no fuera parte central del gobierno para volver a ser la gran electora del peronismo, su aglutinadora de cara al 2023, más allá del lugar que ella pretenda para sí misma, con sus fueros correspondientes.

¿El peronismo del interior, con los gobernadores, viejos tahúres de la política de supervivencia, se encolumnarán detrás de ella sin chistar? En sus declaraciones parece que sí; cuando deciden adelantar las elecciones en sus distritos, muestran todo lo contrario.

Esta sobreactuación de Cristina ha tenido ecos no calculados “a priori” en la coalición opositora de Juntos por el Cambio, donde salieron a la luz las disidencias larvadas desde hace tiempo, a cuenta de encarar el caos que se adueñó de la calle en un barrio pero que viene de lejos con los 165 cortes y movilizaciones, en lo que va del año, con las que organizaciones más o menos afines al gobierno han convertido a la ciudad en un infierno para el ciudadano de a pie. Otro daño colateral ha sido la salida del bloque de diputados del Frente de Todos (FdT) de los legisladores que responden a Juan Grabois, el que pedía en 2019 la vuelta de “Cristina pero sin los chorros”, un genuino oxímoron.

El sobregiro de la dos veces expresidenta, que pasa de temporadas en el silencio más absoluto a la verborrea desenfrenada, donde no hay freno de mano, dispara consecuencias como lo declarado por Luis Delia, quien llamó a parar el país hasta que renuncie la Corte Suprema de Justicia (vale recordar que en la campaña de 2019, personajes como Mempo Giardinelli y Leopoldo Moreau, entre otros, proclamaban a los cuatro vientos la necesidad de tener una Corte militante y otra Constitución), sin que hasta el presente un fiscal de oficio lo interpele por promover un golpe de estado institucional, violatorio de la Constitución vigente, en un sistema nominalmente republicano. O la propia Cristina, que puso en duda la autonomía de la Ciudad de Buenos Aires, una burrada ya que ella fue constituyente en la reforma de 1994, donde se estableció la creación de la Ciudad Autónoma.

Sin duda que los adoradores del “cristinismo” tienen predilección por las “democracias participativas o plebiscitarias”, al decir del ensayista neomarxista Ernesto Laclau, cuyos principales exponentes fueron los primeros en adherir al operativo de victimización cristinista, a saber: el Grupo de Puebla, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello -que no ahorra epítetos descalificadores para Alberto, en cada ocasión que se le presenta-, Rafael Correa, Evo Morales, Fernando Lugo, Dilma Rousseff, Manuel Zelaya, Ernesto Samper, José Luis Rodríguez Zapatero, Baltazar Garzón, el ya mencionado Iglesias y hasta el comunista francés Jean Melenchon. Este es el universo de parentesco del kirchnerismo en el plano internacional. Solo falta en la lista Daniel Ortega, que ya llegará cuando tenga un respiro  en su tarea de perseguir opositores, encarcelar obispos y sacerdotes en Nicaragua.

Si bien la victimización de Cristina no deja de ser una burda farsa, ya fue absuelta en tres causas, lo que debería poner en guardia a la sociedad. Y ni qué decir a la oposición, que se estima tal, ya que la anomia y la degradación institucional, más la catástrofe económica actual, que bordeo la de un país fallido, solo puede ser revertida con libertad, sí, más orden y ley.

Artículo publicado en el medio argentino Gaceta Mercantil

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