Presiones geopolíticas y otros factores no económicos han situado a la economía global en una senda hacia la fragmentación. Además de los riesgos que conlleva, esta tendencia no sólo tendrá profundas implicaciones para la estabilidad económica y el crecimiento, sino que también puede poner en riesgo la lucha contra el cambio climático.
El principal catalizador de fragmentación es el aumento de las tensiones geopolíticas, sobre todo la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. Este país se convirtió hace más de un decenio en el mayor exportador del mundo, y allá por 2016 superó a Estados Unidos como mayor economía mundial (en términos de paridad del poder adquisitivo). Al mismo tiempo, la pérdida de empleo fabril en los Estados Unidos, que se atribuyó en parte al aumento de las importaciones desde China, alimentó el malestar de los estadounidenses contra la globalización y reconfiguró la imagen que tienen de aquel país.
Contra las expectativas de muchos analistas occidentales para quienes el aumento del comercio con China la pondría en una senda hacia la democratización, el país ha tomado la dirección opuesta bajo el presidente Xi Jinping. En vez de liberalización y reformas promercado, Xi ha gravitado hacia un sistema estadocéntrico controlado por el Partido Comunista de China.
El Gobierno del expresidente estadounidense Donald Trump respondió a estos hechos iniciando una guerra comercial con China, decisión que casi todos fuera de los Estados Unidos vieron como una mera desviación al proteccionismo derivada de la agenda de «Estados Unidos primero» de Trump. Pero el Gobierno del presidente Joe Biden ha mantenido los aranceles.
Esto no debería sorprender a nadie. Al parecer, se ha formado en Estados Unidos un nuevo consenso en relación con China que dice: «Cuanto más comerciamos con ellos, más lo usan contra nosotros». La guerra comercial, sino estadounidense, ha pasado a ser parte integral de una estrategia geopolítica más amplia de los Estados Unidos, respaldada por los congresistas demócratas y republicanos. Un elemento central de esta estrategia es el desacople tecnológico, que implica limitar la exportación de tecnología avanzada a China y restringir el uso de equipamiento chino en Estados Unidos.
En tanto, la Unión Europea ha abrazado la visión de «autonomía estratégica» del presidente francés Emmanuel Macron. La idea es que asegurándose el acceso a insumos y materias primas fundamentales, la UE puede disuadir la militarización del comercio por parte de países hostiles. El uso que ha hecho Rusia de sus exportaciones de petróleo y gas natural como herramienta estratégica contra el bloque tras invadir a Ucrania, a lo que se suman los cada vez más estrechos vínculos del Kremlin con China, ha intensificado los esfuerzos de la UE por proteger sectores clave mediante una reducción de la dependencia respecto de ambos países. Además, son cada vez más las voces dentro de la Comisión Europea y en los estados miembros que piden que la UE siga el ejemplo estadounidense, limite la exportación de tecnología avanzada a China y restrinja la integración de tecnologías chinas en Europa.
Pero esta estrategia conlleva importantes riesgos, ya que China puede tomar represalias restringiendo la exportación de materias primas esenciales necesarias para la fabricación de semiconductores avanzados y la producción de energía a partir de fuentes renovables. China, que posee el 98% de la producción mundial de galio y controla el 68% de la de germanio en varios países, ya ha restringido las exportaciones de estos insumos para la fabricación de chips, en respuesta a la aprobación en Estados Unidos de la Ley de CHIPS y Ciencia, que limitó las exportaciones de tecnología estadounidense a China. Más cerca en el tiempo, China introdujo restricciones a la exportación de grafito, un mineral que se usa en diversas tecnologías de la transición verde y del que es principal productor mundial. En 2022, estaba sujeto a restricciones de esa naturaleza más o menos el 30% de las materias primas fundamentales del mundo, contra apenas 5% en 2019.
Si la UE limita la transferencia de tecnología a China, podría ocurrir que los chinos impongan restricciones a la exportación de materias primas esenciales antes de que los países europeos consigan fuentes alternativas. Muchos minerales críticos, incluidos algunos que son vitales para la transición verde, se producen mayoritariamente en países no alineados con Occidente. Además, el desarrollo de nuevas minas lleva tiempo, y el costo ambiental del refinamiento y procesamiento de algunas materias primas puede disminuir el interés europeo en esas actividades.
Otro importante factor de la fragmentación global son las sanciones contra Rusia encabezadas por Estados Unidos y la UE. Estas medidas ya han reconfigurado los patrones de comercio regional y provocado una marcada reducción de la exportación de bienes desde Europa y Estados Unidos, como resultado de las sanciones y, en parte, de los riesgos reputacionales de seguir comerciando con Rusia. Si bien una parte de esos flujos comerciales ha hallado rutas alternativas a través de Asia Central y el Cáucaso, los volúmenes se mantienen comparativamente bajos.
Estos cambios en la dinámica del comercio tienen un importante papel en la segmentación de la economía mundial. Por ejemplo, al retirarse los exportadores occidentales del mercado ruso, las exportaciones de Turquía registraron un importante aumento. También han crecido las de China a Rusia, en particular las de bienes sujetos a sanciones europeas.
La hegemonía global del dólar estadounidense colaboró con la efectividad del régimen occidental de sanciones, pero a la larga estas medidas pueden erosionar el dominio del billete verde. Hace un decenio, sólo la décima parte de las exportaciones chinas a Rusia estaban denominadas en yuanes; hoy la cifra ronda los dos tercios. Y son cada vez más los países que han comenzado a denominar sus exportaciones a Rusia en yuanes, sobre todo aquellos que abrieron líneas de intercambio de divisas con el Banco Popular de China y los que no se unieron al régimen occidental de sanciones. También ha habido un notable aumento del uso de monedas nacionales para la facturación de exportaciones a Rusia de países como la India, los Emiratos Árabes Unidos y Turquía.
Y el final de las tensiones geopolíticas no está a la vista, ahora que los hechos trágicos que se desarrollan en Medio Oriente polarizan todavía más al mundo.
¿Dónde nos deja todo esto? En un momento de creciente fragmentación económica, el comercio internacional ya no obedece exclusivamente a objetivos económicos. En vez de eso, las políticas comerciales dependen cada vez más de factores geopolíticos. El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, el Fondo Monetario Internacional y otros actores han observado que la fragmentación económica será costosa y tendrá un efecto negativo sobre casi todos los países del mundo.
En medio de una emergencia climática que exige niveles inéditos de cooperación internacional, la fragmentación también es una grave amenaza para la salud del planeta y el futuro de la humanidad. Reducir la emisión de gases de efecto invernadero genera beneficios universales, lo que ofrece abundantes oportunidades e incentivos para que unos países se aprovechen de los esfuerzos de descarbonización de otros sin hacer su parte. En este contexto, la intensificación de conflictos comerciales, la fragmentación acelerada y las restricciones a la exportación de materias primas fundamentales reducen la confianza, obstaculizan la cooperación internacional y dificultan una lucha eficaz contra el cambio climático.
Beata Javorcik es economista principal del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, profesora de Economía en la Universidad de Oxford e investigadora en el All Souls College.
© Project Syndicate
Artículo publicado por elEconomista.es
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