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La gran faena

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Ayer comenzó el Año de la Rata en el calendario y los horóscopos chinos. Si bien los más de 1.300 millones de habitantes de la nación asiática asocian el roedor a la astucia, la inteligencia, la riqueza, el orden y el carisma —Chávez, afirman sus hagiógrafos, era carismático, ¿ergo?—, en Occidente, se le tiene asco y se abomina de él en tanto metáfora de traición y cobardía —abandonan el barco cuando las cosas comienzan a ponerse color de hormiga— y, en no menor grado, de muerte, pestilencia y atrocidades.

Las ratas —Rattus rattus— reinan a su antojo en basureros, cloacas y cañerías. En virtud de un fenómeno denominado teriantropía, sostienen estudiosos de la alquimia y las ciencias herméticas, pueden adoptar aspecto antropomorfo, vestir de rojo y medrar en ministerios y oficinas gubernamentales. Se las vincula asimismo al peculado y la corrupción; por eso, es tentador seguir cortando de esa tela, pero otros eventos ocurridos o recordados a lo largo de esta movida semana reclaman atención preferencial. Entre ellos un par de aniversarios de especial relevancia para la cinematografía y la literatura.

El lunes 20 de enero se cumplieron 100 años del nacimiento de Federico Fellini, quizás el más original de los cineastas italianos y maestro indiscutible de lo caricaturesco, quien, de vivir y abordar la política a la manera de Francesco Rosi, Elio Petri, Gillo Pontecorvo, Damiano Damiani y otros contemporáneos suyos, tendría en la oligarquía roja de este pobre oil-rich country situaciones y personajes a la medida de su grotesco imaginario. Y en tal tierra de gracia y desgracia petrolera murió de mengua y paludismo un pueblo llanero llamado Ortiz; Miguel Otero Silva narró magistralmente su agonía en Casas muertas, novela cumpleañera a releer, editada hace 75 años (1955), la cual, en versión teatral de Javier Vidal, fue puesta en escena el 23 de enero. De sus páginas se hizo viral, en ocasión de las protestas estudiantiles de 2017, este párrafo: «Yo no soy partidario de la guerra civil como sistema, pero en el momento presente Venezuela no tiene otra salida sino echar plomo. El civilismo de los estudiantes terminó en la cárcel. Los hombres dignos que han osado escribir, protestar, pensar, también están en la cárcel, o en el destierro, o en el cementerio. Se tortura, se roba, se mata, se exprime hasta la última gota de sangre del país. Eso es peor que la guerra civil. Y es también una guerra civil en la cual uno solo pega, mientras el otro, que somos casi todos los venezolanos, recibe los golpes».

Habrá naturalmente otros muchos sucesos a rememorar —el pasado todavía maravilla o acongoja—; inventariarlos, empero, no está en nuestros planes, sobre todo porque esta semana Juan Guaidó ha vuelto a convertirse en protagonista principalísimo del drama nacional. Sí. Volvió a burlar la mirada panóptica del eterno, sortear las redes de espionaje gestionadas por el G-2, y escabullirse por la guardarraya. No sabemos exactamente cómo, al iniciarse la semana, los medios nacionales e internacionales informaron: «Guaidó desafía la prohibición de salir de Venezuela y se reunirá con Pompeo en Colombia […] El líder de la oposición asiste este lunes a una reunión contra el terrorismo en Bogotá con la participación del secretario de Estado norteamericano».

El presidente interino de la República de Venezuela —lo de bolivariana está en veremos— fue abordado en suelo neogranadino por un enjambre de periodistas ansiosos de saber más sobre esta, su segunda evasión de un país en el cual adulterinas autoridades le retienen a contrapelo del ordenamiento legal. «Salí con mucho riesgo, con mucho sacrificio, pero con mucha responsabilidad por la tarea encomendada por nuestra gente para buscar ayuda e impulsar acciones orientadas a recuperar la democracia en Venezuela. No daré más detalles porque, como saben, nos enfrentamos a una dictadura». Así intentó satisfacer el hombre del momento la curiosidad periodística.

Quedó en el aire el espinoso asunto de su regreso. Amanecerá y veremos: no estamos ante un escapista a la manera de Harry Houdini, o de un hombre capaz de esfumarse y materializarse ante los ojos y el estupor del público al estilo de David Copperfield, mago de dickensiano nombre y recursos tecnológicos de última generación; no, Guaidó no es un ilusionista ni un prestidigitador con trucos en los bolsillos y cartas bajo la manga: es un formidable producto de circunstancias apremiantes, un líder emergente y tenaz, cuya voluntad y vocación de servicio han sido puestas a prueba en la lucha contra una horda corrupta y revanchista, nada interesada en construir una sociedad modélica y concretar la utopía socialista o cualquier otro parapeto decorativo del populismo al uso, pero sí en ejercer el poder con fines de lucro.

Guaidó supo eludir con imaginación y creatividad las alcabalas chavistas y fue recibido en la capital colombiana por el presidente Iván Duque con la protocolar deferencia reservada a los jefes de Estado y, conversó durante unos 90 minutos con Mike Pompeo. Lo hablado en ese encuentro es motivo, claro está, de alentadoras y optimistas presunciones; a mi modesto entender, esa conversa supuso un reordenamiento de la ambiciosa hoja de ruta diseñada a comienzos de 2019, a objeto de privilegiar una salida electoral transparente, imparcial y monitoreada por organismos internacionales de probada idoneidad. Mas esto, ciertamente, no pasa de ser especulación.

Después de cruzar el Atlántico, Guaidó aterrizó en Londres y se reunió el martes con el primer ministro inglés, Boris Johnson. De acuerdo con una fuente autorizada, el residente del N° 10 de Downing Street le habría calificado como «la persona adecuada para dirigir Venezuela y sacarla de la crisis actual ante la ausencia de un presidente legítimamente elegido». Al régimen de facto no le hizo gracia alguna la bienvenida y mucho menos el elogio dispensados por el gobierno británico al más serio y consecuente adversario de la usurpación. Aferrado a su ficción de legalidad, la dicta(ma)dura le restó importancia, por boca del segundón bellaco, digo Cabello, a la gira del mandatario interino. Pero a palabras necias no prestó oídos el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, quien, a pesar del ambiente tenso y enrarecido por el enfrentamiento entre Irán y Estados Unidos, recibió a Guaidó en su despacho de Bruselas y le manifestó el firme apoyo de Europa a unas pulquérrimas elecciones presidenciales. El encuentro con el jefe de la diplomacia comunitaria fue acaso la cita más significativa en la agenda del viajero.

Buscando minimizar los efectos a la ofensiva diplomática del líder opositor, Maduro anunció la incorporación del embajador cubano, Dagoberto Rodríguez Barrera, al Consejo de Ministros. No se trató de una boutade ni de un chiste de mal gusto, no; se reconoció el rol proconsular del funcionario antillano y la dependencia ideológica, política y administrativa del nicochavismo a los dictados de La Habana y del big brother Raúl Castro Ruz.

La escandalosa admisión de la condición neocolonial de nuestra nación reclama una respuesta contundente de la Fuerza Armada: estamos ante un ominoso acto de traición a la patria. Confeso, por demás. Y mientras esto escribo, en Caracas, se juntan a fin de rascarse la sesera, ¿tendrán piojos?, con mucha pena y ninguna gloria, los mochos ideológicos del Foro de San Paulo, entidad creada por iniciativa de perfectos idiotas latinoamericanos, con entusiasta apoyo y calurosos aplausos, clap, clap, clap, del turismo de izquierda europeo. Y a 8.148 kilómetros de distancia (Google Maps), en el monte Davos, se escuchó a Guaidó solicitando a little help from my friends en el Foro Económico Mundial para reinstitucionalizar el país. Ojalá le respondan material y no simbólicamente y podamos pronto enrumbarnos por los senderos de una economía competitiva, productiva y, ¿por qué no?, más humana.

En el ínterin conspiró Zapatero, comisión, Delcy Rodríguez y José Luis Ábalos mediante, con el propósito de evitar que el incómodo visitante redondeara su faena y diera la vuelta al ruedo ibérico. ¡Ya cortó orejas y rabos en otras plazas, pardiez! Pedro Sánchez se hizo el yo no fui y delegó en la canciller Arancha González Laya su recepción. Éxtasis orgásmico y colectivo de Maduro, Padrino, Cabello & Co. Embelesados con el fo del ambiguo socialista español, ¡ole!, dan gracias a Iglesias el de la coleta por favores recibidos y, como solo ven los árboles y no el bosque, no sabrán cuándo, cómo ni por dónde volverá Juan al terruño. Y volverá en el momento menos pensado, cual acostumbra. Ayer debe haber paseado en hombros por la Puerta del Sol. No sabemos si anteayer al fin pudo encerrarse con Macron en el Eliseo. En todo caso, ¡medio palo!

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