La integración regional se propone crear un todo, uniendo distintos países que conforman una misma unidad diferenciada, un bloque político-económico y comercial que incluso trasciende a lo propiamente social y a lo cultural, con el señalado interés de elevar su competitividad y por tanto lograr mayor fuerza y rendimiento en sus operaciones conjuntas, objetivos y metas compartidas. En términos generales, la integración comporta la eliminación de tarifas aduaneras entre países miembros del circuito, así como la fijación de aranceles comunes para productos provenientes de terceros Estados ajenos al bloque, contemplándose en algunos casos la libre circulación de personas, tanto como instituciones parlamentarias multinacionales e incluso tribunales de justicia comunitarios. En el caso de la Unión Europea se acordó el euro como moneda oficial de la llamada “eurozona”, introducida en los mercados financieros mundiales como moneda de cuenta a partir del primero de enero de 1999.
La Unión Europea es una comunidad económica y política formada por 27 naciones que han cedido parte de su soberanía a instituciones regionales llamadas a deliberar y decidir sobre temas de interés comunitario –de sus partes integrantes, obviamente–. Se rige por tratados públicos que establecen las normas aplicables a sus instituciones fundamentales, así como procedimientos para la toma de decisiones y la forma de relacionarse con sus países miembros. De todo ello ha surgido un nuevo derecho que deriva de los principios y propósitos desdoblados en los tratados, expresado en reglamentos, directivas y decisiones de obligatorio acatamiento.
Originada en los años cincuenta del pasado siglo, la Unión Europea ha experimentado sucesivas ampliaciones, en la medida que nuevos países han acordado unirse progresivamente a los Estados miembros fundadores. Sin embargo, en junio de 2016 se produce la primera escisión con la retirada del Reino Unido, la cual se hará efectiva a partir del 31 de diciembre de 2020. Este hecho trascendental sin duda plantea un necesario debate acerca del futuro de la integración europea, algo que para ciertos dirigentes regionales significa la apertura de un nuevo capítulo en su historia reciente. Se perfilan desafíos importantes en materia de seguridad regional y sobre el papel que Europa está llamada a desempeñar en nuestro mundo multipolar, naturalmente sin obviar el evidente poderío militar –de alcance global– de Estados Unidos. Europa, a la manera de decir de Jean-Claude Juncker, debe decidir su propio camino, definir sus retos y oportunidades, exponer las opciones de que dispone el bloque de naciones para responder al unísono. Una tarea que corresponde a las instituciones comunitarias, tanto como a las autoridades locales y a la sociedad civil en general.
En este orden de ideas, la Unión Europea y el Reino Unido han iniciado en fecha reciente la primera ronda de negociaciones sobre la nueva situación planteada como consecuencia del Brexit, apuntando a un marco legal específico que regule la relación comercial y el transporte entre ambas partes, la cooperación judicial, la movilidad laboral y el tema de las zonas de pesca en aguas británicas. Se esperan intensas y prolongadas sesiones de trabajo encabezadas por sus respectivos negociadores, un esfuerzo compartido que aspira a evitar una salida intransigente que perjudique a empresas y ciudadanos de uno y otro lado. Se han constituido once grupos de negociación especializados en las diversas materias de interés, desde el comercio de bienes y servicios, la competencia justa y en igualdad de condiciones, la energía y cooperación civil en materia nuclear, la seguridad social –entre otras–, hasta la participación del Reino Unido en los programas de la Unión Europea y la gestión del acuerdo.
Se trata, sin duda, de un proceso más exigente y complejo que aquel que recientemente condujo a la aprobación del Brexit; Bruselas se ha propuesto establecer con Londres una relación que carece de referentes equiparables a los existentes para con terceros países del mundo. En este caso puntual, más que una convergencia regulatoria, se intenta evitar excesivas divergencias con quien fuera antiguo miembro de la Unión Europea. Un acentuado distanciamiento del Reino Unido implicaría desafección para con el mercado único por lo que se refiere a competencia en igualdad de condiciones y la libre circulación de bienes, servicios y capitales. De otra parte, el posible acuerdo comercial con Estados Unidos no presagia compensaciones significativas a las pérdidas que seguramente acarreará la salida del Reino Unido de la Unión Europea. A pesar de contar con “los mejores negociadores del mundo” –así lo ha anunciado Boris Johnson–, el gobierno carece de holgado margen de maniobra en la medida que le sería desfavorable agitar a la oposición política y demás sectores críticos de la sociedad británica; un tema delicado como el asunto del servicio nacional de salud, se anticipa que será radicalmente excluido de las inminentes deliberaciones.
Si Europa es el mayor mercado único del mundo actual y dispone de la segunda moneda de cuenta y reserva de valor más empleada a nivel global; si fuere la mayor potencia comercial y formidable donante de ayuda humanitaria y al desarrollo de los pueblos; si patrocina el programa de investigación más relevante del mundo actual y que la coloca a la vanguardia de la innovación –como sostiene el llamado Libro Blanco sobre el futuro de Europa–, los heterodoxos ingleses habrían cometido el más grave error de su historia reciente con este trato del Brexit. La tentación y realidad del populismo arrastran a la otrora imperial Gran Bretaña a un abismo de consecuencias todavía insospechadas; ya el gobierno británico empieza a constatar la inviabilidad de algunas de sus promesas electorales, aquellas que hoy enfrentan una dura realidad impuesta en igual medida que numerosos imprevistos. Para muestra, examinemos el más reciente enfrentamiento con su sempiterno aliado al otro lado del Atlántico: el asunto de Huawei, el gigante tecnológico chino que desde ya podrá participar –contrariando el bloqueo del gobierno estadounidense– en el desarrollo de la tecnología 5G en el Reino Unido. Y entre tanto, el primer ministro amenaza con abandonar las negociaciones, si no se alcanzan “avances significativos” para mediados del año en curso. Aún es temprano para advertir cómo se encauzará la Gran Bretaña iconoclasta y hasta dónde llegará en las aguas procelosas de su nuevo acuerdo –o desavenencia– con la Unión Europea.